Antonio Morente Almería — 26 de septiembre de 2023
Mohamed Amzahou era parte de lo que llaman el milagro agrícola de Almería. Él estaba a lo suyo, que bastante tenía con el día a día, pero su trabajo –y el de miles como él– es un pilar básico en el mar de plásticos que factura frutas y hortalizas a toda Europa. Este joven marroquí de 22 años planeaba tirar para Bilbao, y llevaba siete meses en España con la mente puesta en los tres años que hacen falta para solicitar el arraigo que abre la puerta a un permiso de residencia. Nunca los cumplirá, porque Mohamed murió arrollado por un coche a mediados de agosto. Una colecta entre sus compañeros en el asentamiento de temporeros de El Hoyo, en el término municipal de Níjar, permitió enviarle el cuerpo a su madre. Hoy su chabola sigue en pie, porque vivía con su primo y un amigo y porque aquí no se desaprovecha nada, en cuanto hay un hueco es ocupado por alguien.
La historia de Mohamed adquiere hoy forma de relato porque alguien no quiso que cayera en el olvido como tantas otras. “Se merece que su nombre se sepa y que se cuente en algún sitio cómo esta provincia se enriquece a costa de chicos como él, de su terrible soledad y de su muerte callada”, apuntaba el mensaje que remitió a elDiario.es Lourdes, que prefiere figurar sin apellidos. Voluntaria de Cruz Roja, cuenta a este periódico que Mohamed asistía a las clases de español que da en los asentamientos, un “buen alumno, un chico encantador, muy alegre, siempre dispuesto y servicial”.
De su muerte se enteró atendiendo a un grupo de migrantes que había llegado en patera a la costa almeriense. Una compañera de Cruz Roja –“me lo quería decir personalmente, porque sabía que me iba a afectar”– le contó lo que salió en los periódicos: un coche le atropelló cuando iba con su bicicleta, ya oscurecido. Las informaciones no entraron en mayores detalles, sólo que la conductora del vehículo llevaba puesto el cinturón de seguridad y que el fallecido iba sin casco ni prendas reflectantes. Y aquello fue como la gota que colmó el vaso y la animó a escribir su mensaje, dolida por una muerte invisible, sin dejar ningún rastro tras de sí.
Compañeros en El Hoyo
Mohamed era bereber, y llegó a España en patera desde Argelia. Era el tercero de cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas, y tras siete meses en Almería había hecho planes para irse a Bilbao con otro compatriota que acababa de llegar, el mismo que le llamó para dar una vuelta aquel día de agosto en el que cogió por última vez su bicicleta. Al relatarles la historia a Lourdes, sus compañeros en El Hoyo insisten en que Mohamed no iba pedaleando sino que en realidad iba con otros dos jóvenes andando por el arcén, “esto parece que les preocupa mucho, para ellos es importante que era un peatón para que no digan que no llevaba elementos reflectantes en su bici”.
Los asentamientos de temporeros son un elemento más del paisaje agrícola de Almería, un fenómeno que en Andalucía sólo tiene equivalente en Huelva. “Les interesa estar al lado de los plásticos porque se mueven andando o como mucho en bicicleta”, relata Lourdes, una mano de obra “joven, fuerte y muy barata” porque, subraya, “la mayoría no tiene contrato, pero ellos te dicen que aquí les pagan a cinco euros la hora y que en Marruecos sólo les dan un euro”. Sin pertenencias salvo el omnipresente móvil, envían a casa casi todo lo que ganan y malviven en chabolas hechas con palés y plásticos, “están en un submundo” y de ahí el darles nociones de español, porque “casi nunca salen y no se relacionan”.
Hasta 6.000 temporeros en Almería (...)
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