octubre 13, 2013

Carta a una Amiga (Confidencias de un Bipolar), de Rafael Narbona

http://rafaelnarbona.es/?p=3502 de Rafael Narbona, Escritor y crítico literario. Publicado en 

Querida Natalia:
Hace unos meses, hablábamos del trastorno bipolar en la cocina de tu casa. El reloj avanzaba hacia las dos de la madrugada y la noche invitaba a prolongar la conversación. A finales de mayo, el calor aún no había llegado y el silencio de la calle producía una extraña sensación de calma e intimidad. Parecía que el entendimiento entre dos seres humanos, lejos de constituir algo insólito, era tan natural como la presencia de las montañas que se dibujaban al otro lado del cristal. Me comentaste que no apreciabas nada, que mi comportamiento te parecía completamente normal. En ese momento, no logré explicarte qué significa vivir bajo las tensiones de un desorden emocional. Por eso, te escribo esta carta, pues creo ni siquiera yo comprendo demasiado bien mi enfermedad y las palabras tal vez nos ayuden a los dos a descifrar las claves de las tempestades que se desatan en mi cerebro, hundiéndome en la tristeza o desencadenando una euforia irracional.
He pasado varios días abatido, sin ganas de nada. Ya no fantaseo con la muerte, pero a veces pienso que vivir es una desgracia, casi una condena, que nos obliga a soportar largas horas de infortunio y escasos momentos de dicha. Mi perspectiva no es objetiva, pues la pérdida prematura de mi padre me familiarizó enseguida con el dolor. Mi biografía ha sido accidentada y dramática. He conocido el suicidio, la locura, la precariedad. Ser un joven bajito y aniñado, no me facilitó las cosas en la adolescencia. He llegado tarde a casi todo, obteniendo las cosas cuando ya no me importaban. No contemplo el pasado con nostalgia, pues no me gustaría revivir ciertas cosas, pero sigo refugiándome en la infancia, un territorio mítico que coincidía con los límites de mi habitación. Entre sus paredes, me sentía felizmente aislado. Era suficiente subir el volumen de la música y bajar las persianas para experimentar la sensación de hallarme en una crisálida, disfrutando de una paz prenatal. Creo que soy un inmaduro crónico, aficionado a las mascaradas de la niñez y con miedo a la responsabilidad. Sin embargo, nunca he rehuido el compromiso. En lo político, en lo personal, en lo laboral. Mantener esa actitud me ha provocado un sufrimiento que casi siempre ha pasado desapercibido. Muchas veces he sentido deseos de huir, de esconderme, de desaparecer. No por miedo, sino por inseguridad y odio hacia mí mismo. Aunque la inmadurez está asociada al narcisismo, su latido más profundo es la inseguridad. Escribir me ha salvado parcialmente de mis demonios, especialmente del anhelo de morir, pero también me causa un enorme pesar. No puedo terminar una página sin experimentar insatisfacción. Casi siempre pienso que sólo es el testimonio de mi impotencia, el reflejo de un fracaso que se prolonga inútilmente. No es el momento de determinar el valor de mis textos. Otros resolverán esta cuestión. Esta no es una carta literaria. Hablo de la escritura porque me ha creado una rutina y me ha permitido encarar los días con esperanza, sin la sensación de que el tiempo sólo es un vacío angustioso. La escritura es mi respiración, la tarea diaria que me permite ordenar mis horas y no ahogarme entre la ansiedad, la amargura y la desolación.  Eso no significa que haya vencido a la depresión. La depresión irrumpe cuando menos lo espero. De hecho, está aquí, entre estas líneas, al igual que la manía. La tristeza es la sombra de cada palabra, la mala hierba que asoma una y otra vez. Sus raíces son tenaces, profundas, inextirpables. Tal vez no se aprecian, pero se enredan en cada frase, como una madreselva que intenta derribar un muro de piedra. La manía no es menos dañina, pero puede confundirse con la alegría, la pasión, el gozo o la ebriedad. Sin embargo, no hay un ápice de dicha en pasar tres días sin dormir, hablar sin pausa o cometer terroríficas imprudencias. En la manía, eres otro. No hablo del prodigio de trascender el yo, sino de la servidumbre de obedecer a un extraño que se ha apoderado de ti. Ambos estados se alternan, con la fuerza de un oleaje que bate una playa, hasta que se fatiga y se convierte en un mar tranquilo. ¿Por qué? ¿Por qué el cerebro dibuja estas piruetas? No hay una respuesta. La bipolaridad está en mi perfil genético. Es una enfermedad hereditaria e incurable. Tal vez no se habría activado sin determinadas experiencias, pero nunca lo sabré. Ahora ya soy un bosque que arde sin descanso y nada apagará este fuego.
Querida amiga, me observo mientras escribo esta carta, que me ha llevado dos días, pues la tristeza me ha obligado a interrumpirla varias veces. Noto que mi estado de ánimo sube y baja, como las notas de una pieza musical, que juega con las emociones, combinando la melancolía y el regocijo, el alborozo y la pena. Yo no he escrito esta partitura. Sería más exacto decir que esta partitura me escribe. ¿Qué es la locura? El trastorno bipolar es una forma de psicosis. Al mirar hacia atrás, advierto que he deformado la realidad en muchas ocasiones. Sin embargo, nunca he experimentado alucinaciones auditivas. De hecho, mi cóctel de fármacos sólo incluye antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos y estabilizadores. Nunca he escuchado voces. Conozco su eco, pues he convivido con personas atrapadas por esa horrible telaraña. Escuchar voces es como soñar despierto. Lo real y lo imaginario conviven estrechamente hasta que se escinden violentamente. La psicosis es más fuerte que la vida y acaba aboliendo el mundo real. Las voces levantan una muralla infranqueable y no es posible comunicarse con los demás. No me he bañado en esas aguas, pero he paseado por su orilla, sosteniendo la mano de un espíritu atormentado, incapaz de librarse de las voces hasta que la clozapina y el haloperidol acallaban su estrépito. Todo indica que Artaud y Leopoldo María Panero han sufrido brotes de esquizofrenia. Artaud escribió: “En el alienado hay un genio incomprendido que cobija en la mente una idea que produce pavor, y que sólo puede encontrar en el delirio un escape a las opresiones que le prepara la vida”. Es cierto que en la mente de un esquizofrénico hay ideas pavorosas y que el delirio constituye una vía de escape, pero sería falso afirmar que el cerebro enloquecido es el taller de la creación artística. La cara de Artaud en la vejez, deformada por el dolor psíquico, revela que su obra prosperó a pesar de la enfermedad y no gracias a ella. EnPoemas del manicomio de Mondragón, Leopoldo María Panero escribe: “Un loco tocado de la maldición del cielo / canta humillado en una esquina. / Sus canciones hablan de ángeles y cosas / que cuestan la vida al ojo humano. / La vida se pudre a sus pies como una rosa”. Es cierto. En la locura, no hay libertad, sino humillación y la vida se pudre poco a poco.
No sé si te he aclarado algo, querida Natalia. No quiero extenderme más. Ser bipolar no es una forma de ser, sino una fatalidad. Sería absurdo hablar de destino. ¿Se puede decir que Anne Sexton, Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik nacieron con un destino? Suicidarse no es una elección y no añade nada al quehacer del escritor. Los escritores trafican con palabras y no con la muerte. El silencio no es poético. Sé que la relación con un bipolar no es fácil, pero creo que los que nos prestan su apoyo y su afecto nos salvan a todos, pues añaden un enorme caudal de ternura a un mundo rebosante de malicia. Artaud afirmaba que “nadie se suicida solo. […] Se precisa un ejército de seres maléficos para que el cuerpo se decida al acto contra natura de privarse de la propia vida”. Creo que tampoco nadie vive solo. Se necesita a los otros para soportar las feroces acometidas del trastorno bipolar. Algunos matan sin saber, ignorando y menospreciando al que sufre. Tú eres, querida amiga, de las que regalan vida y por eso te dedico estas líneas, pues noto que mis heridas se aplacan al sentir tu cercanía. Algún día partiremos hacia una estrella y sentiremos que nuestro paso por la tierra mereció la pena, pues nuestras historias se mezclaron en una trama de cariño, comprensión e indulgencia. La salud es saber que otro te escucha y te ama sin esperar nada a cambio.
Un gran abrazo

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