9/9/22
Fernando Broncano R
Mary Douglas es una de las más grandes antropólogas de la historia. En Pureza y peligro, uno de sus grandes libros (1970), explica su teoría simbólica de la basura: basura, afirma, es lo que está fuera de lugar, algo que tiene un profundo sentido ritual y que define las aspiraciones de pureza de todas las culturas. Lo puro y lo impuro no son (solo) nociones religiosas, sino signos de la aspiración de todas las personas y sociedades a introducir orden en el mundo, expresión de su miedo al caos (que por cierto es en buena medida el origen de lo político).
La basura, en la perspectiva estructuralista-simbólica de Douglas, es lo obsceno (fuera de escena) lo abyecto (lo que se tira), lo sucio e impuro. En las casas rurales que conocí y en alguna de las que viví, la mierda humana y animal no era basura, sino un apreciado bien que no se tiraba sino que se mezclaba con paja en el lugar donde vivían los animales de tiro, la planta baja de la casa, y a donde se acudía a satisfacer las necesidades fisiológicas de aguas mayores y menores. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que el estiércol, la masa formada por la mezcla, olía mal. Olía al bien que un día sería trigo, cebada, o fruta y verdura de la huerta. Hoy, que tenemos dispositivos para dejar la mierda fuera de lugar, ha dejado de ser valiosa y por ello el mecanismo de la taza del váter la convierte en abyecta.
Lo sorprendente es que Douglas declara que estas ideas las toma por un lado de Evans-Pritchard y sus estudios de los Azande, y por otro de la observación del guarro y desordenado de su marido.
Velahí cómo nacen las ideas.
(Me adelanto a las inteligentes observaciones que alguien me hará: sí, la basura y los desperdicios tienen impacto ecológico además de contenido simbólico, pero, por lo mismo, son índices del profundo desorden en el mundo que ha creado nuestra civilización de la era del capital en la época del Antropoceno)
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