mayo 02, 2025

La cueva de Altamira: Los primeros artistas de la historia. National Geographic

  13/3/2025   José Antonio Lasheras Corruchaga. Director del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira

Durante veinte milenios, gentes del Paleolítico dejaron en la cueva de Altamira el impactante testimonio de su íntima comunión con la naturaleza de la Edad del Hielo.


Quienes hoy se acercan a Altamira pueden conocer la cueva visitando una espléndida y exacta reproducción del techo de los Policromos, pintada con la misma técnica que el original. 

La cueva de Altamira: Los primeros artistas de la historia

Historia National Geographic

Era demasiado asombroso para ser cierto: «En la técnica del pintor de Altamira entran estos elementos: perspectiva lineal, perspectiva aérea, color desleído en agua o grasa, pincel». ¿Podían haber pintado aquellos bisontes las gentes del Paleolítico? De ningún modo. «No busquemos en ningún arte que comienza pinturas parecidas a las de Altamira». Esto escribían Francisco Quiroga y Rafael Torres, profesores de la Institución Libre de Enseñanza, tras visitar la cueva en 1880. Como muchos estudiosos, consideraban que las pinturas eran un fraude, y no es de extrañar. Marcelino Sanz de Sautuola las había descubierto el año anterior, y por entonces nadie podía imaginar que el hombre «primitivo» pudiera ser su autor. 

Pero durante la década de 1890 se hallaron pinturas y grabados rupestres en diversas cuevas francesas, lo que obligó a los escépticos a aceptar la autenticidad de aquellas figuras. Hoy, Altamira es una de las más reconocidas aportaciones españolas al Patrimonio de la Humanidad, y sus bisontes se identifican con España en todo el mundo. Pero estas imágenes desbordan las fronteras para identificar de forma universal a los primeros humanos de nuestra especie, Homo sapiens, y nuestro primer arte. 

La cueva de Altamira tiene 270 metros de longitud. Es una galería con varios apéndices, en uno de los cuales, cercano a la boca, se halla el famoso conjunto de bisontes policromos. Los tramos tienen secciones de forma rectangular, de dos a doce metros de altura y de seis a veinte de anchura; todos están salpicados de figuras de animales y signos dibujados o grabados. El tramo final es un angosto túnel de metro y medio de altura y anchura repleto de signos y figuras entre las que se encuentran algunas extrañas máscaras. Hace 15.500 años se derrumbó todo el techo de los primeros metros del vestíbulo, y la cueva quedó cerrada y oculta hasta el siglo XIX.

LA ÉPOCA DE ALTAMIRA

Altamira se halla junto a la pequeña localidad de Santillana del Mar, en la cima de una colina, a 156 metros de altura. Desde allí se domina un territorio de relieve suave y variado por donde discurre el río Saja. Prados de siega, setos y un arbolado disperso forman un mosaico verde salpicado de cabañas y casas entre la costa, a cinco kilómetros de distancia, y las sierras litorales, a diez kilómetros de allí. Un paisaje diferente por completo al del Paleolítico superior, la época de Altamira. 

Bisonte. Talla en asta de reno procedente del abrigo de La Madeleine, hecha hace unos 14.000 años. museo de
les Eyzies-de-Tayac.

wikimedia commons

Ese tiempo se inicia hace cuarenta mil años con la llegada de Homo sapiens a Europa, y concluye hace diez mil años con el final de las glaciaciones y el paso al período actual, el Holoceno. El clima en Cantabria era algo más frío y húmedo que ahora; en la franja costera había un paisaje caracterizado por una pradera salpicada de bosque en función del relieve, la orientación y los ríos.


La vegetación sustentaba animales que ya no existen, como el mamut y el uro, semejante a un gran toro; algunos que perviven en regiones muy lejanas, como renos y bisontes; y otros que aún encontramos aquí, como el ciervo, el caballo y la cabra. Clima, relieve, flora y fauna formaban un medio adecuado para aquellos grupos humanos, que se alimentaban cazando, mariscando y recolectando todo tipo de vegetales. 


El vestíbulo de la cueva, junto a su boca, fue habitado durante buena parte del Paleolítico superior, y los grupos que se instalaron allí grabaron, dibujaron y pintaron animales y signos hacia el interior de la cueva. Durante todo aquel tiempo, esas comunidades tallaron y usaron objetos de sílex, hueso y asta similares a los empleados en toda Europa, con algunas creaciones de carácter local como los omoplatos de ciervo en los que grabaron figuras de ciervas durante el período magdaleniense. 


ARTE BAJO TIERRA

Hace más de 35.000 años, alguien se adentró en la penumbra con ocre y agua, y con los dedos trazó varias curvas paralelas para formar un signo de sesenta centímetros en el techo de los policromos, miles de años antes de que otras manos pintaran allí los bisontes.


Durante aquel mismo período, el Auriñaciense, en varias grutas de Alemania se tallaban animales en marfil de mamut y sonaba la música de flautas hechas con huesos de ave; en la cueva Chauvet, en Francia, se pintaban con carbón leones y otros animales, y en una cueva de Sulawesi (Indonesia), a 12.000 kilómetros de distancia, se pintaron animales, manos y signos con ocre rojo. Así pues, el arte más antiguo que conocemos se manifiesta como algo completo, desarrollado, con gran diversidad técnica, temática, estilística y conceptual. 


En Altamira, después de ese signo rojo y de diversos grabados, durante los períodos Gravetiense y Solutrense –hace entre 22.000 y 26.000 años– se pintaron manos y series de puntos, y el techo se pobló de caballos rojos. Varios están levantados de manos; dos aparecen enfrentados entre sí, levantados como machos en celo disputando la yeguada. 


Los pintores de esta época nos dejaron un legado aún más enigmático. Hacia el interior de la cueva hay una cavidad de un metro de anchura y cinco de longitud cuajada de signos rojos; tiene en lo alto un signo compuesto por cuatro óvalos compartimentados.


A un metro de altura, en la cara inferior de un saliente de la pared, se pintó un signo rojo de tres metros de longitud y hasta medio metro de anchura, formado por largas líneas paralelas cruzadas por otras transversales. Es preciso agacharse o tumbarse en el suelo para apreciarlo íntegramente, aunque la estrechez del espacio impide que lo contemplen a la vez más de dos personas. 

LA ERA DE LOS BISONTES

Durante el Magdaleniense, hace entre 20.000 y 15.500 años, toda la cueva se llenó de ciervas y ciervos grabados; los machos lucen cuernas de muchas puntas, tienen la cabeza levantada y la boca abierta: están en berrea o época de celo, es otoño. En la galería final se dibujaron grandes signos ovales con reticulados (es decir, con signos parecidos a redes en su interior), y se hicieron las máscaras: sobre unas angulosas formas naturales se dibujaron con carbón sencillos trazos a modo de ojos, nariz o boca. 


Después, el techo fue ocupado por los bisontes policromos. Varios están creados a partir de grandes abultamientos naturales que se incorporan a la figura dando volumen a todo el cuerpo o a parte de él (el pecho o la cabeza). Fueron pintados en negro y rojo con trozos de carbón y ocre a modo de lápiz o tiza, o haciendo polvo el mineral y diluyéndolo en agua.


La pintura roja cubre la roca por completo excepto en alguna reserva de color (sin pintura) que deja una línea de roca visible para separar y distinguir las patas del cuerpo, dando profundidad y volumen a las figuras. 


La filtración y condensación de agua sobre la pintura han disuelto el pigmento haciéndolo caer al suelo, lo que permite entrever la roca en el color de las figuras, y que éste se matice y forme veladuras, que no son una técnica artística de quien pintó, sino el resultado del deterioro natural. Ha sido el agua, pues, lo que ha convertido en figuras policromas lo que en principio eran imagenes bicromas, en rojo y negro. 

¿UNA EVOCACIÓN DE LA FECUNDIDAD?

Los bisontes están parados, recostados en el suelo rumiando o revolcándose y volteando la cabeza; son machos y hembras adultos, juntos. ¿Es una manada? ¿Es una escena? Como el ciervo, el bisonte europeo, que únicamente se conserva en bosques de Polonia y Rusia, sólo se reúne en manadas para el celo y la reproducción.

Quizás estas figuras representen la fecundidad o la madurez. Recordemos que el tránsito a la madurez y nuestra propia reproducción dan pie a algunos de los ritos más celebrados en cualquier época y lugar; pensemos en todos los rituales profanos o sagrados con los que aún hoy celebramos la mayoría de edad y las bodas. Junto a los bisontes, y realizados con la misma bicromía, se representaron dos caballos y una cierva en la que se hizo coincidir un bulto natural del techo con su vientre, como si estuviera preñada. ¿El mismo tema otra vez? (...)


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