Isabel Miguel 2/6/21
Hoy, el poema es de Elvira Daudet. Tres años
Huesos para el perro
A veces , como tú, me desespero
por los niños que ayunan de mañana,
sin leche ni mendrugo que llevarse a la boca.
A mediodía comparten la ración
escueta del abuelo,
cenan caldo de "huesos para el perro"
y se van a la cama con las tripas ladrando.
Sus padres perdieron el trabajo y no lo encuentran,
la tierra ha dejado de dar trigo,
es sólo un mar de estiércol donde hozan los cerdos
y desfallece el viento.
Ya no pueden comer ni pan ni peces
y no aparece Cristo a remediarlo.
Todavía es más grave la miseria que sufren
los miembros del gobierno, obligados
a camuflar la bola cual trileros.
Con su tercera mano asen el cargo
que les brindan los amos en premio a sus servicios.
Huele el aire a patíbulo,
a carne corrompida que atrae a todos los buitres.
Duele ver el desfile de banqueros -a un dulce paraíso, no a la cárcel-,, quebrados
por la avidez obscena de su alquimia:
transformar la sangre de los pobres en dinero.
ángeles de alas de humo, gimen mientras abrasan
la tierna flor del pubis de chiquillos,
con su mano azucena de rozar el misterio.
No respetan a Dios ni a nuestros hijos;
se burlan de nosotros. La sangre me galopa
como un enloquecido corcel envuelto en llamas.
Me levanto la tapa de los sesos
y dejo que se enfríen.
Más serena,
contemplo la central laboriosa del cerebro,
motor del terco avance de los hombres
desde el fondo más negro de la noche
-largo ha sido el camino del cándido primate
que estrenó el dolor de ser humano;
milenios defendiéndose del miedo.
¿Quién podría hacerle retroceder ahora?
Descubro en sus alvéolos, como abejas dormidas
en su celda, tesoros olvidados:
la dignidad cundo aún estaba entera,
la utopía más bella con los años,
la justicia, aire puro que a todos alimenta:
las cosas de valor que arrinconamos
y el azufre del tiempo fue borrando.
Mientras tanto ha llovido. Sobre su piel mojada,
el campo adolescente nos muestra un bozo verde.
La tierra, siempreviva de juegos minerales
que rebosan sus pechos,
no renuncia a su misión de madre.
Habrá pan, si nosotros aportamos
un pequeño puñado de semillas,
y atamos a los cerdos a una valla
para que no destrocen lo sembrado.
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