National Geographic 6/4/21
Detectives congelados
En febrero de 2018, van Ginneken visitó la Antártida —que para él era un viaje de ensueño— en busca de unas miguitas de pan cósmicas. Como alumno de doctorado, había estudiado los granitos recogidos en otros lugares de la Antártida, pero aún no había visto el continente helado con sus propios ojos. Cuando llegó con la expedición belga de meteoritos antárticos, era el final de la temporada de estudios sobre el terreno y sólo le quedaban dos semanas para buscar ese confeti extraterrestre microscópico.
El equipo inspeccionó dos docenas de lugares y uno de ellos —una zona alta y plana de roca estéril que linda con la meseta antártica en las montañas de Sør Rondane— era una mina de oro. El yacimiento de la cumbre, arañada por los glaciares durante más de 800 000 años, conservaba los restos cósmicos a la perfección.
«En la Antártida no caen muchas más cosas en la cima de las montañas: es muy limpia, no hay actividad humana, no hay vegetación», explica van Ginneken. «Todo el material que cae del espacio se conserva durante mucho tiempo».
Sus colegas y él recogieron más de cinco kilos de sedimentos de la cima y los trasladaron al laboratorio. Acabaron seleccionando 17 esférulas, unos granitos redondos de meteorito fundido que se forjan durante los impactos, para examinarlos en detalle. Van Ginneken dice que enseguida se dio cuenta de que los granos negros eran de origen extraterrestre y que algo no encajaba: en lugar de ser esferas individuales, como la mayoría de los micrometeoritos, algunas estaban pegadas (...)
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