abril 21, 2007

Caraduras

De ybris y su blog de Nombre: Vacío. Página: http://nomequedo.blogspot.com/ Narración publicada el 18.4.07. Estupenda descripción de esos tipos ¡o tipas!

CaradurasUna excelente persona, aparentemente: educado, amable, servicial, simpático, buen conversador…
Su impecable presencia y su aplomo, su palabra ágil y certera, sus conocimientos vastos, sus opiniones meditadas atraían a la conversación, al diálogo, al agradable pasar el rato y al intercambio de experiencias y propósitos.
Era representante comercial de una gran compañía y estaba perfectamente dotado para su misión: retenía nombres, sabía encontrar momentos propicios, tenía palabras adecuadas para las más dispares situaciones, siempre con un detalle que aportar hasta lograr la confianza necesaria para la venta o el contrato que reportaría jugosos beneficios.
Me llevaba muy bien con él. Sin llegar a ese extremo luminoso que se conoce con el nombre de amistad, teníamos un amplio margen de aficiones comunes, sobre todo musicales, que nos permitían mantener largas y agradables conversaciones.
Quizás todo estaba ya predispuesto para la entrega a confidencias reservadas sólo para quienes podrían ya llamarse amigos en sentido estricto.
Y, sin embargo, había un pero inexplicable e intuitivo que me mantenía aún a cierta prudente distancia de él. No hubiera sabido explicarlo razonablemente sino por ese instinto que nos pone en guardia ante palabras que tanto podrían ser sinceras como dictadas por la costumbre de crear un buen ambiente o de dejar todo dispuesto más para recibir que para dar.
No me equivocaba. Un día habíamos asistido a un concierto abarrotado de público y habíamos dejado el coche en un aparcamiento cercano. Naturalmente, éramos muchísimos los que nos acercábamos a la misma hora a pagar por caja para retirar el coche y había una larga cola para hacerlo. Mientras estábamos esperando él desapareció sin previo aviso y reapareció al poco rato con el pase para sacar el coche del aparcamiento.
–¿Cómo lo has hecho? -le pregunté.
– Muy fácil. Colándome -repuso él sin inmutarse.
Y luego me explicó con todo el cinismo del mundo que él jamás había esperado en toda su vida en una cola y que, o bien se colaba o bien acudía a contactos influyentes que tenía para no tener nunca que esperar.
Cuando yo le manifesté mi opinión de que eso no era justo con todos los demás que aguardaban su turno él repuso con aplastante aplomo que la vida era así, que el mundo estaba dividido entre apocados y decididos y que había gente para esperar -los demás, naturalmente- y gente para los primeros y mejores lugares –como él y otros pocos, obvio es decirlo.
Bajo esta nueva luz descubrí después que toda su ferviente defensa de las libertades cívicas y de la democracia estaba basada en la absoluta seguridad de que las leyes son necesarias para que existiera un orden –sostenido por una clase anónima de tropa, tan distante como indiferente- que a él y a otros privilegiados le permitiera saltárselas a la torera despotricando, de paso, contra cualquier posible ingerencia en esa zona de nadie en la que tan bien sabía moverse y que continuamente mantenía a su favor con la frase escueta: “¡Tanto prohibir, tanto prohibir! Ya somos mayorcitos para saber lo que nos conviene”. Por supuesto que él lo sabía bien: Ni pago de IVA ni declaraciones rigurosas a Hacienda ni límites de velocidad en carretera ni semáforos ni horario de dejar basuras ni solidaridad con ningún tipo de marginados (que lo eran por indecisos y pusilánimes).
Por eso no me extrañó demasiado que un día en que alguien osó recordarle una decisión acordada mayoritariamente en asamblea y que le obligaba a hacer un trámite para el que íbamos turnándonos se le cambiara el color plácido de persona equilibrada y satisfecha por un acceso de ira que acabó en portazo: “Yo ya he hecho demasiado por vosotros para que ahora me vengáis exigiendo nada más. Así que ahí os quedáis con todos vuestros acuerdos”.
Y se marchó con la ofendida dignidad de quien jamás había aceptado que quedara en deuda con quienes sí quedaban en deuda con él.
No he vuelto a saber de él, pero puedo asegurar que cada vez que espero en una cola armo un escándalo como vea que alguien intenta colarse.
Y otro cuando sospecho que alguien se aprovecha de lo que los otros sufren y encima se sienten ofendidos por la supuesta indiferencia de los demás para con él.

2 comentarios:

Larrey dijo...

¡¡¡ conozco a ese tipo !!!...ah, no, es otro, pero muy parecido

María Narro dijo...

yo he conocido a alguien peor que está a punto de ir a juicio, y con suerte a la cárcel.
Se creyó su propia mentira.
Actuaba como un 'alcalde' sin serlo, muy buenas palabras con todos, demasiado amable... demasiado.
Y encima un don Juan.
Le puse la interrogación al poco de conocerle, pero su mentira tapaba todo.
Con el paso de los años la mentira cayó por su propio peso, pero durante esos años se llevó un buen puñado de dinero extra de subvenciones para personas discapacitadas.
Cuando yo abandoné todo aquello para escribir no había ni una sola prueba que lo inculpara.
Ahora, 4 años después, lo llevan a juicio.
Claro que José es mucho más que un caradura, aunque yo fui su pupila en la época de simple caradura.
Un beso.