octubre 14, 2016

La zorra de la tele, de Cristina Fallarás

George Gonzalo ha compartido la publicación de Cristina Fallarás - Oficial: Pues sí, parece que soy "la zorra de la tele" http://www.elmundo.es/cataluna/2016/05/24/5744246b22601dc73d8b4628.html 24/05/2016
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EL AVE entra en la estación de Sants con un levantarse de ejecutivos jóvenes. Ya sólo hay ejecutivos jóvenes. Son todos iguales, además: por debajo de los cuarenta, camisa blanca, terno oscuro, cara de futbolista. Yo soy de las que se queda sentada esperando a que los viajeros vayan saliendo. Noto algo sobre mi cabeza, el brazo de uno de esos ejecutivos que se ha apoyado en la parte superior de mi asiento: «Esta es la zorra que habla en la tele, ¿verdad?».
No levanto la vista. Junto a él, mirando a mi altura, hay otros dos paquetes:
«Me da por culo esta histérica» -responde otra voz. Ríen los tres.
Sin levantar la vista, sopeso la posibilidad de responderles. Va con mi carácter eso de responder a los insultos, y por eso me cuesta tanto reprimirme. Pero me reprimo.
«¿Qué, la rapamos o no la rapamos?»- Vuelven a reír. Ríen bajito, no ríen ese tipo de jojojó que uno espera de ellos, sino algo más parecido a la carcajada efervescente de aquel perro pulgoso que salía en los dibujos animados de mi infancia. Yo, por alguna reacción atávica, histórica, indudablemente femenina, ruego que no se vacíe el vagón. Entonces, cuando estamos a punto de quedarnos solos, reemprenden la marcha y se van. No me gusta la manera en que me quedo temblando, porque no sé si es de miedo o de rabia.
Luego paso la tarde en Barcelona, veo amigos, me divierto, recibo y doy cariño, ese tipo de cosas. Hasta que al llegar la noche alguien propone ir a tomar una copa a esa zona del Borne que ya es casi Eixample y que es la que más me gusta. Esa zona, el Raval y la Barceloneta son mi Barcelona. Por eso me cuesta tanto entender que allí se repita el insulto.
El tipo tiene aspecto de arquitecto, que es la pinta que tiene en Barcelona la clase media culta y acomodada que aún conserva su trabajo. Algo mayor que los del tren. Algo menos garbancero y con otros referentes:
«Esta tía es una puta bocazas -grita a dos pasos de donde yo estoy-, no la soporto.¡Mierda de tía!».
Dice algunas palabras más, que no alcanzo a oír, porque algo me ha dolido. Me ha dolido el entorno, tan mío. Me ha dolido su aspecto, tan lejos del ejecutivo de Ave, del viejo facha que suele insultarme.
Alguien me dice «no hagas caso». Siempre que me insultan alguien dice «no hagas caso». Sin embargo, que me insulten a las 12 de la noche, en un lugar en el que intento reencontrarme con mis amigos y con mi Barcelona, me solivianta. Porque ese hombre ha penetrado en la burbuja de mi intimidad para hacerla añicos, con voluntad de dañar.
Yo no soy especial. Muchas de las mujeres con alguna presencia pública tienen que oírse un «zorra», un «puta», un «te iba a dar yo una alegría...». No puedo dejar de pensar que hay muchos hombres trabajando en lo mismo que yo, opinando más o menos como yo, seguramente con la misma vehemencia en ocasiones.
¿Les insultan igual a ellos? ¿Les acorralan tres hombres/mujeres trajeados para llamarles chaperos? De lo que estoy convencida es de que ninguno tiene que oírse lo de «¿la rapamos o no la rapamos?». Porque eso tiene otras connotaciones. Porque eso está reservado a nosotras desde hace décadas. Porque los cobardes reservan su insultos, su agresión y sus bravuconadas para las mujeres.


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