septiembre 18, 2022

Quioscos. Publicado por Pedro Ojeda Escudero

 

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Publicado por 23 de agosto de 2022

Tengo varias suscripciones electrónicas a la prensa que consulto en el desayuno, pero todavía pido el periódico en papel cuando tomo el café de media mañana en un bar. En estos domingos últimos, he vuelto a comprar el periódico en un quiosco y con él me he dirigido a una terraza para leerlo con calma. El periódico en papel ha cambiado. Por lógica, predominan ahora los análisis, las crónicas y los reportajes. Me encuentro bien desplegando el periódico y los suplementos en la mesa de la cafetería, como si el tiempo hubiera recuperado una dimensión más humana.




La última persona que conocí que saliera a vocear la prensa fue la Chata. Regentaba un quiosco histórico, junto al atrio de Santiago, que databa de 1915. Demetria Rodríguez, la Chata, se jubiló en 2005 y, en una entrevista que le hicieron por entonces, relataba que, cuando no se había dado bien la mañana, salía con la bicicleta a vender por las calles de los barrios. El quiosco sobrevivió poco en manos de su último propietario, se cerró y fue desmantelado, como ha ocurrido con tantos otros. Esta de la imagen es la escultura en bronce dedicada a Leoncia Gómez, obra de José Antonio Calderón, sita en la plaza de San Juan de Cáceres. La erigió el Periódico de Extremadura en 1998 en el mismo lugar en el que Leoncia solía ofrecer el periódico. En los años noventa vendían periódicos en la calle personas sin recursos económicos, ejemplares de La Farola, una cabecera sobre la que corrieron sospechas de aprovecharse de las necesidades de quienes los vendían y que había nacido para dignificar la limosna. No recuerdo en qué paró aquello. Hoy, el periódico en papel ya no se vocea, espera lánguido a los compradores ocasionales en los mostradores de los escasos quioscos de prensa que hay en la ciudad. En contra de los que se alegran de su declive, soy de los que piensan que ahora, más que nunca, necesitamos buenos periódicos, buenos periodistas. Lo demás es solo ruido y así andamos.

Mi amigo Javier García Riobó compró a diario, hasta los últimos días de su vida, El País. Después de leerlo, recortaba con precisión de cirujano, titulares, palabras, frases publicitarias, imágenes y bandas de color, con los que hacía sus collages artísticos. Daba una nueva vida a lo que había nacido para ser consumido y desechado en unas horas. Descubría así un mundo oculto, como si nos mostrara un secreto que estaba ahí, pero nosotros no habíamos sabido ver.

En La Rubia había dos quioscos. Uno, de cemento y tejado en pico, vendía chucherías; otro, de metal, la prensa. Eran pequeños y supongo que incómodos, atendidos durante horas y años por las mismas personas, a las que nunca me encontré fuera. Recuerdo aún cuando dejé de frecuentar el primero para comprar mis primeros tebeos en el segundo, si el ahorro de la propina de varias semanas daba lo suficiente. Un verano, junto a ellos, abrieron un quiosco de helados que era atendido por una chica de mi edad. Era morena y tenía una hermosa sonrisa. Aquel verano, claro, cambié los tebeos por cortes de crema y chocolate que ella me entregaba entre dos galletas de barquillo.
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