30 mar, 2024
Querida comunidad contextataria,
Escribo esta carta en un lluvioso Jueves Santo mientras las cornetas y tambores de la procesión resuenan de fondo en la tele. Mis Semanas Santas son así desde que las recuerdo: en un pueblo castellano, con olor a lumbre, torrijas, sandalias y espadas. Cada cual a sus nostalgias. En Televisión Española están retransmitiendo la procesión del Cristo de la Buena Muerte, ocupando casi dos horas de su programa matinal, La Hora de TVE, en un directo soporífero que enfoca una y otra vez el buque de la Armada sobre un puerto de Málaga nublado y medio vacío: presentes, solo las autoridades locales en traje y mantilla, el fandom nazareno y las irreductibles beatas castrenses con chubasquero que cantan vivas a una desnortada Reina Sofía. Bueno, y Antonio Banderas. Yo es que leo Málaga, Armada y puerto, y me vienen a la mente otras procesiones tristes que sí serían dignas de cubrirse en TVE. Me acuerdo, sobre todo, de Anita Pomares, esa niña que sobrevivió a la Desbandá y que narraba el horror de aquella huida con honestidad y hasta con dulzura; Anita, que se nos fue hace apenas cuatro meses. Como digo, cada cual a sus nostalgias. Claro que agradecería conocer qué criterio tiene TVE para decidir que esto del Cristo y la Legión es digno de considerarse noticioso y relevante como para merecer horas de cobertura, y, sin embargo, la presentación de la ‘Anatomía de un Genocidio’ de la relatora para Palestina Francesca Albanese ante el Consejo de Derechos Humanos la ONU, que bien merecería un directo con mesa y tertulia, es una breve piecita en el telediario.
Pero yo estaba hablando, perdón, de procesiones, de legionarios, y de novios de la muerte. Que la Legión, por cierto, para ser un cuerpo de élite, deja bastante que desear, incluso en lo homoerótico, como dice mi amigo Manolo, que me invita a potajes y a quien también le encantan Ben-Hur y los legionarios y que hizo la mili pensando en los unos y en los otros, y afirma vehementemente que estaban mejor antes. A mí es que la Muerte me interesa bastante más que su novio, ese “testaferro con derecho a roce” (ahí estuvo fino el ministro Puente) porque la Muerte, que es del pueblo de aquí al lado del mío, es la prueba de que una mediocre con maldad es mucho más peligrosa que una inteligencia brillante, pero honrada. Si no lo han hecho, lean lo que escribió por aquí Martín Pallín tras los resultados de la Comisión Ciudadana sobre lo sucedido en las Residencias de Madrid. Menos mal que nos quedan Martín, Manuel, Mercedes, y quienes han seguido peleando por sus muertos, por nuestros muertos, también desde estas páginas. Ya sabéis que estos días andamos votando al ‘Peor Español de la Historia’ en CTXT, y está la cosa reñida. Pero yo, por mis muertos, ya sé quién es la peor española de mi historia. Por cierto, os cuento que, con la que está cayendo por aquí, en Sotillo de la Adrada, pueblo de la Muerte, no saldrán las procesiones. Mejor para su Cristo, que se ahorra verla. Total, él se iba a morir igual.
Toda esta carta, en realidad, es para deciros, querida comunidad, que os agradecemos mucho, muchísimo seguir ahí. También en este Sábado Santo de misterio, sepulcro y descenso a los infiernos. Si son ustedes devotos o devotas –aunque sea, como yo, por postureo estacional, por las torrijas y el homoerotismo del peplum, por ese Charlton Heston remando en galeras, puf, ese Victor Mature sudado, Martha Scott, guapa hasta leprosa, o Anne Baxter divina vestida de Nefertari–, si son ustedes piadosas y piadosos, si son buenos cristianos, no olviden, no les perdonen. No hagan como hizo Cristo, ingenuo de él, porque claro que ellos sí saben lo que hacen. Porque no hace falta remontarse dos mil y pico años atrás para lamentar calvarios cerca de los olivos de Jerusalén. No puedo sacarme de la cabeza, desde que lo leí, el horror que narraba Mahmoud Mushtaha en estas páginas, cuando nos dijo que ya no tenía fuerzas para seguir en Gaza, que a las bombas, al escombro, a la sangre seca, al miedo y a la enfermedad se les habían sumado la sed y el hambre, a riesgo de convertirles en depredadores de sí mismos.
Ellos saben lo que hacen. Pero nosotras también. Por eso seguiremos escribiendo mientras podamos, con el orgullo de no ser “afines” a Ayuso y a MAR, y con la urgencia de que Mahmoud sepa que le leemos, que le pensamos, que no somos indiferentes al genocidio. Hasta que caiga Roma, que diría Ben-Hur.
Irene Zugasti
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