15/6/2024
Alvise y la izquierda reflexiva GERARDO TECÉ
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Querida suscriptora, querido suscriptor:
No hay nada más enriquecedor que una buena debacle electoral de la izquierda. Cada vez que esto ocurre –y ocurre bastante–, la cantidad de interesantísimos y complejos debates que se abren nos dan para ir tirando hasta la siguiente derrota y más allá. Tras las últimas elecciones europeas en las que los partidos a la izquierda del PSOE han logrado la friolera de 8 de los 61 escaños correspondientes a la circunscripción española (3 Sumar, 3 Ahora Repúblicas, 2 Podemos), comienza un intenso simposio que durará meses y en el que todos y cada uno de nosotros estaremos llamados a iluminar al resto con nuestra clarividencia. Cada una de las mil trescientas veinticuatro familias que componen la izquierda española defenderá que la culpa la han tenido las otras mil trescientas veintitrés y, en ese momento, ya estaremos listos para dar una nueva e ilusionante batalla por la justicia social. La izquierda, compleja como ella sola, no siempre tiende a señalar al otro sin mayor capacidad de autocrítica, como ocurre con las batallas internas. Hay veces que pasa todo lo contrario y la izquierda decide que toca sentarse a entender las motivaciones del otro. Sucede estos días con la llegada a las instituciones del partido de Alvise, esa degeneración de Vox que ha demostrado que aún quedaba margen sociológico para más esperpento con enorme éxito. Y de este debate interno, queridas personas suscriptoras de CTXT, me gustaría hablarles y consultarles.
Porque es un debate que nos afecta a todos en lo ideológico, pero también nos afecta a algunos en lo profesional. En este medio, en CTXT, tuvimos este debate interno cuando hace unos años Vox ocupaba el espacio de novedad que ocupa ahora Alvise. ¿Qué hacer ante sus argumentos? ¿Ignorarlos? ¿Señalarlos? ¿Discutirlos es validarlos? Por plantear la pregunta de un modo más incómodo, ¿cómo debemos observar a los votantes de este tipo de formaciones? No basta con señalar como un idiota a quien compra argumentos basados en mentiras y odio, hay que tratar de entender por qué lo hace. Esta es una opinión que habitualmente está sobre la mesa en nuestro oficio. Caeríamos en una especie de superioridad moral insana, poco constructiva y poco digna de un buen periodismo si nos conformásemos con señalar a estos votantes como un peligro o como una banda de idiotas sin intentar conocer sus motivaciones; este es un lugar común la mar de respetable en el que, sin embargo, yo no me encuentro. Me gustaría no solo explicarles el porqué, sino también pedirles su opinión respondiendo a esta carta, ya que tengo tan clara mi postura que es muy probable que en algo ande equivocado. Creo que la derecha acierta cuando habla del buenismo de la izquierda. Un buenismo que no tiene nada que ver, como denuncia la derecha, con tratar de entender, por ejemplo, las motivaciones de quien se sube a una patera jugándose la vida para vivir ilegalmente entre nosotros. Ni tiene que ver con pedir derechos para los más desfavorecidos. Eso no es buenismo, eso es la empatía básica que se le debe exigir a cualquier ser humano. Pero el buenismo está ahí y aparece cuando la izquierda, al intentar ser empática con todo el mundo en todas partes al mismo tiempo, acaba siendo demasiado respetuosa con demasiados asuntos. Un ejemplo de este drama. En algunos estados de Norteamérica hay ya consenso general en que deben respetarse las sensibilidades de todos los padres, los que quieren que la escuela eduque a sus hijos en la científica teoría de la evolución y también los que deciden que sus hijos no vienen de ningún sucio mono, sino de la divina costilla de Adán. La falacia de la tolerancia con el intolerante sabemos cómo acaba. Es cuestión de tiempo y equilibrios de poder que, en una de estas, los amigos de la costilla, que no padecen buenismo para nada, acaben prohibiendo que alguien relacione en la escuela a los niños con sucios monos, y asunto resuelto. Comprender por qué suceden las cosas es necesario, pero también lo es denunciarlas sin miedo, aunque esta denuncia conlleve llamar imbéciles a nuestros vecinos que niegan la teoría de la evolución o votan a un fascista cuya medida estrella es usar mano de obra reclusa para construir una gigantesca cárcel donde encerrar a los enemigos del país, empezando por Pedro Sánchez, o realizar expulsiones masivas de inmigrantes pobres. Y no creo que sea más paternalista llamar imbéciles peligrosos a quienes apoyan todo esto que tratar de comprender sus motivaciones. Me explico. Veo estos días a compañeros de profesión de diferentes medios haciendo sesudos análisis para tratar de entender por qué alguien vota a un mentiroso profesional como Alvise y puedo visualizar a esos compañeros que quieren huir del paternalismo observando con una bata blanca a los votantes y sus motivaciones como el que observa a un ratón girando en la rueda mientras toma notas. ¿No es eso mucho más paternalista? ¿No sería precisamente tratarlos de igual a igual decir que todos estos votantes son personas autónomas y responsables de sus actos que han decidido contribuir a los bulos y el odio sabiendo perfectamente lo que hacen? Decía Anguita, referencia obligada cuando en la izquierda nos ponemos intensitos con los debates, que ya basta de tratar al votante como un ser de luz inocente: “Usted es responsable de la corrupción si vota a corruptos y si le molesta escucharlo pues moléstese”. Mi opinión es que los medios, que como actores sociales que somos también hacemos política y participamos de ella, debemos observar al votante, a nuestro vecino, no como un ratón al que entender, sino como responsable de sus acciones. Si apoya los últimos movimientos fascistoides de moda es porque quiere. Si lo apoya es porque es un adulto al que le suena bien eso de llenar aviones de migrantes pobres expulsados, porque le gusta la idea de encarcelar a rivales políticos, porque el bulo le parece una herramienta válida para sus objetivos. Alvise no es Alvise por su capacidad de generar desinformación, sino por la ayuda ciudadana que recibe a la hora de generarla. Por mucho que nos duela hablar así de nuestros vecinos, familiares o amigos, un buen puñado de ellos son cómplices y artífices de todo esto. Reflexionar no es refugiarse en enormes divagaciones hechas desde la atalaya cuando la realidad es obvia para evitar así tener que señalar lo que duele. Y claro que duele. Gerardo Tecé ...................... |
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