Sergi Alcalde 6/9/2025
Desde tiempos remotos, estas aves carroñeras han contado con una infausta reputación. Sin embargo, cabe recordar que son imprescindibles para la salud de los ecosistemas en los que habitan.
En la llanura del Serengeti, en Tanzania, un buitre dorsiblanco africano se abalanza sobre el cadáver de un ñu, dando lugar a un espectáculo que parece sacado de una película de terror: hunde su cabeza en su cuenca ocular para más tarde, valiéndose de su lengua, sorber con ahínco toda la sustancia que pueda.
Un congénere hace lo propio introduciendo su pico en las fosas nasales del antílope, mientras que otro ataca por el lado contrario. Una escena que a todas luces merecería el cartel de precaución de ‘contenido sensible’ en cualquier red social. Pero, por muy desagradable que nos pueda parecer a los humanos, cabe recordar que la actividad de estas aves carroñeras presta un servicio esencial, aunque invisible, a la naturaleza.
Y es que los buitres reducen el número de cadáveres en estado de descomposición, algo especialmente útil para evitar la propagación de enfermedades. Para ello, se valen de un aliado imbatible: su poderoso sentido del olfato, lo que les confiere una importante ventaja competitiva sobre otras aves carroñeras.
Pero ser un buitre no es una tarea fácil. A pesar de su tamaño y fuerza, estas carroñeras se enfrentan a una fama infausta que en numerosas ocasiones las ha convertido en objeto de persecución. Y eso las ha llevado al límite.
En la India, por ejemplo, la población de buitres más comunes se redujo en un 96% en solo un decenio, mientras que, según datos de la organización conservacionista SEO/Birdlife, a excepción del buitre leonado, las otras tres especies que prosperan en nuestro país (alimoche, quebrantahuesos y buitre negro) se encuentran en peligro.
A los buitres no solo les afectan los cambios en los ecosistemas. En 2003, un equipo de investigadores de la ONG conservacionista Peregrine Fund descubrió que la elevada mortandad de estas aves estaba directamente relacionada con un enemigo invisible, pero letal: el diclofenaco, un fármaco prescrito en humanos para el tratamiento de artritis y dolencias similares que en 1993 se aprobó también para uso veterinario. Inocuo para otras especies, es mortal para los animales que se alimentan de sus cadáveres, como es el caso de los buitres.
Este no es el único peligro que acecha a estas rapaces. Un estudio reciente elaborado por técnicos de la Estación Biológica de Doñana, junto a cinco institutos de investigación y centros universitarios, desvelaba otro dato preocupante: las poblaciones de buitres se estaban reduciendo significativamente como consecuencia del estrés y el envejecimiento celular.
¿La causa? Los estragos provocados en el metabolismo de estas aves por la intervención humana en parte de su área de distribución, así como la alta densidad de población en algunas zonas de la península.
Por suerte, no todo son malas noticias. La intensa labor de los conservacionistas está devolviendo a los buitres al lugar que les corresponde. Un ejemplo de ello es el Programa de Reintroducción del Quebrantahuesos, cuyo éxito ha posibilitado que estas aves majestuosas vuelvan a surcar los cielos de Andalucía, un territorio del que habían desaparecido desde 1987
Hoy, con motivo de la celebración del Día Mundial del Buitre, deberíamos recordar que, aunque no nos parezcan las aves más bellas del mundo, la majestuosidad del buitre no solo se manifiesta en su imagen, sino también en su imprescindible función ecológica. Al final, eso es lo que realmente importa.
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