junio 06, 2010

No hay paz hasta el final... (+ Ángel E. Lejarriaga)

Publicado por ANGEL E. LEJARRIAGA en viernes 26 de marzo de 2010 www.elviajerodeorion.blogspot.com/ «No hay paz hasta el final».
La lenta agonía de Klaus Mann

Hablar de Klaus Mann es entrar en el mundo de los autores "malditos", de esos seres excepcionales y sombríos, hedonistas y morbosos que arrastran desde la infancia un deseo de muerte incontenible. Pienso en Charles Baudelaire, en Edgar Alan Poe y en Klaus Mann, algunos de mis escritores favoritos. Sólo éste último acabó directamente con su vida pero los otros dos contribuyeron, cada uno con su estilo personal, al fin prematuro de la misma. Jóvenes viejos con una sensibilidad por encima de lo común, incapaces de afrontar la frustración de vivir.
La vida de Klaus fue intensa por decisión propia. Navegó por un universo que le era extraño desde muy pronto, quizá desde el mismo instante en que tuvo conciencia de sí mismo como personaje autónomo de una obra que él no había escrito. Su poderosa capacidad intelectual le llevó a explorar diversos campos de expresión escrita: el periodismo, el teatro y la novela. Pero su vida no era sólo escribir sino gozar con mayúsculas de las posibilidades que la opulencia burguesa de su padre, el premio Nobel Thomas Mann, le permitió durante mucho tiempo. Escribía porque lo llevaba en la sangre pero también por una necesidad de sacar al exterior la tormenta que bullía en su interior. No debió serle muy fácil ser antifascista, comunista, homosexual y defensor de todas las causas perdidas de su tiempo y su nación bajo el dominio del nazismo, por ejemplo el considerado «arte degenerado» de los expresionistas alemanes. A pesar de ello Klaus se rebeló contra todo y contra todos y se marchó de Alemania para poder continuar con su cruzada personal contra un mundo hostil y contra sí mismo. Porque Klaus era frágil, necesitaba amar y ser amado, como cualquiera, pero él buscó infructuosamente el amor de su padre y no lo encontró y tampoco lo halló en las múltiples relaciones sentimentales que jalonaron su vida. La morfina y los excesos le ayudaron a vivir un día más, con el sentimiento de que cuando la noche llegara podría descansar arrebatado por la inconsciencia. Pero para su desgracia el sol volvía a salir de nuevo, sus ojos se abrían a luz del día y era acosado por una inseguridad que lo estrangulaba.
Cuánto amaba la vida y cuánto amaba la muerte, sin conocerla. Era libre de elegir un horizonte hacia el que dirigirse y asumió la bandera del compromiso. Estuvo en la España republicana y fue testigo de la catástrofe. Luchó en las filas del ejército americano lleno de esperanza en una Europa progresista, diferente a la que había conocido. Sin embargo en la posguerra solamente encontró el infierno de la decepción, el estalinismo, la caza de brujas del senador Joseph McCarthy, los prejuicios sexuales, el miedo. ¿Dónde se encontraba la justicia de la nueva sociedad por la que tanta gente había muerto? Europa era un gran cementerio y el orden social, político y moral repetía las mismas constantes. No había esperanza. El suelo desapareció bajo sus pies, la época de glamour en compañía de su hermana Erika había quedado atrás. La soledad, el hastío y la falta de dinero le acosaban. No estaba muerto y no podía estar vivo porque sus sueños se habían roto en mil pedazos. La alegría de vivir que lo impulsó en sus años más jóvenes se había extinguido por el camino. No tenía un padre al que volver para recuperar su aprobación y cariño. No poseía soportes en los que apoyarse para seguir existiendo. Podía seguir escribiendo y lo hizo de un modo compulsivo, pero llegó un momento en que su dolor fue tan intenso que seguir respirando le resultó insoportable; entonces tomó la última decisión: renunció al duro ofició de seguir viviendo. ¿Encontró la paz? Quién puede saberlo, no hay memoria en la muerte. A. E. L.

Bibliografía (para verla.... entrad en su página)


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