marzo 17, 2011

Republicanos españoles y Campos exterminio nazis... (+Daalla)

Publicado por Daalla en 09-ene-2011 Para ver FOTOS e IMÁGENES, además de BIBLIOGRAFÍA, entrad en la pág. FUSILADOS de TORRE-
LLAS
fusiladosdetorrellas.blogspot.com/ Republicanos españoles en los campos de exterminio nazis (1). El convoy de los 927.

A muchos les chocará, cuanto menos, el título de esta entrada. Otros no querrán darle crédito. Cuando oímos hablar de campos de exterminio nazis siempre pensamos en ellos como algo ajeno y lejano, que poca o ninguna relación guarda con nosotros.

El triángulo azul, símbolo de los republicanos españoles en Mauthausen. Fuente: Foro por la Memoria

Asociados al Holocausto judío, lo que poca gente sabe, porque así ha interesado que sea, es que miles de republicanos españoles perecieron asesinados en las cámaras de gas, en los experimentos médicos, los patíbulos colectivos, los ametrallamientos en masa, los trabajos forzados llevados más allá de toda posible resistencia o simple y sencillamente la privación de toda alimentación hasta producir la muerte por inanición.
La pregunta entonces es, ¿cuáles fueron los caminos que siguieron para acercarse a lo que para la mayoría de ellos sería su destino final?
La respuesta es sencilla. Todos ellos formaban parte del medio millón de republicanos que cruzaron la frontera en los últimos meses de la Guerra Civil, tras la caída de Cataluña. Con la esperanza de dejar atrás la guerra y de huir de la venganza del régimen criminal impuesto por Franco, su decepción fue mayúscula ante la mala acogida de los franceses.
La mayoría fueron confinados en condiciones lamentables en campos de refugiados del sur del país como los de Argèles-sur-Mer, Le Vernet d’Ariège, Barcarès, Septfonds… (1) con la esperanza por parte de las autoridades francesas de que quienes consideraban "rojos indeseables" volvieran a aquella España de la que habían huido.
La desesperación hizo que no pocos lo hicieran, aunque en nuestro país sólo podían esperar ser asesinados, encarcelados o condenados al ostracismo social y a la miseria porque se habían atrevido a defender los valores democráticos de la II República Española.
Sin embargo, con el comienzo de la II Guerra Mundial los españoles comienzan a ser útiles para las autoridades francesas para reforzar sus defensas fronterizas. Serán arengados por los franceses diciéndoles que defienden Francia de los mismos enemigos contra los que habían luchado durante la Guerra Civil. Muchos españoles se incorporan así a las Compañías Militarizadas de Trabajo con la misión de fortificar, en especial, la famosa Línea Maginot, la "defensa infranqueable" que en pocos días fue aplastada por la Wehrmacht.
Otros muchos se enrolan en la Legión Extranjera y en los Batallones de Marcha, auténticos escuadrones de choque donde son empleados como carne de cañón. Era ésto o la repatriación forzosa.
En mayo de 1940 se produce el hundimiento de Francia ante el ataque alemán. Unos 20.000 republicanos españoles son hechos prisioneros y abandonados a su suerte por el gobierno del Mariscal Pétain, pese a haberse batido bajo bandera francesa. Contra lo que dispone la Convención de Ginebra, los prisioneros de guerra españoles no son internados en campos de prisioneros, sino en campos de exterminio.
Muchas son ya las investigaciones que demuestran que fueron víctimas de una triple pinza. Por un lado, el gobierno francés se deshacía de unos “indésirables” -término con el que figuran en los archivos, “indeseables”-; por otro, Alemania obtenía una preciada mano de obra y la España franquista extendía la represión de sus enemigos políticos más allá de sus fronteras.
Al ser preguntado por ellos en septiembre de 1940, el inefable ministro de Exteriores de Franco, Ramón Serrano Súñer, respondió despectivo: “Mi gobierno no considera españoles a esos sujetos. Son mercenarios al servicio de los franceses. Hagan con ellos lo que consideren más conveniente”.
Los alemanes así lo hicieron, con su habitual efectividad. De tal manera que, en 1945, sólo vivían una quinta parte. Los 16.000 restantes habían muerto asesinados.
Septiembre de 1940. Serrano Súñer viajó a Berlín para preparar el encuentro de Franco y Hitler en Hendaya. Allí, el ministro de Exteriores Von Ribbentrop le preguntó que debía hacerse con los republicanos españoles prisioneros. A lo que Serrano respondió que no eran españoles y no tenían patria. De esta forma, quedó sellada la suerte de miles de exiliados españoles que, siendo considerados enemigos del Estado alemán, fueron enviados a los campos de exterminio, donde llevarían el triángulo azul de apátridas. Fuente: MarbellensesEn el departamento de La Charente, en el centro-oeste de Francia, había numerosos españoles refugiados en poblaciones como Ruelle-sur-Touvre, Cognac y otras. Muchos se encontraban en el campo de refugiados de Les Alliers, a las afueras de Angulema, la capital del departamento.
El régimen del campo no era propiamente de internamiento, aunque las personas que vivían en él estaban sometidas a un cierto grado de control por parte de la Prefectura. Se trataba en su mayoría de familias que habían conseguido reagruparse y que habían logrado una cierta integración en la sociedad local por encontrarse trabajando en el campo, empresas y casas particulares. Abundaban los muy jóvenes o los muy mayores. Había también muchos enfermos y mutilados de la guerra en España.
En junio de 1940 el ejército alemán ocupó Angulema y en las semanas posteriores todo fueron rumores sobre lo que harían con los españoles del campo de Les Alliers. Al fin, les comunicaron que les iban a llevar a unos a la España franquista y a otros a la Francia libre, como se denominaba a la Francia de Vichy la cual tenía un gobierno afín al nazi encabezado por el héroe francés de la primera guerra mundial, el general Pétain.
El 20 de agosto, 927 personas, hombres, mujeres y niños, son forzados a subir a un tren de mercancías como si fuesen ganado. Todos tienen miedo. ¿Adónde les llevan?
Por las estrechas rendijas del tren donde han sido tirados como animales, casi sin agua ni comida, sin ninguna higiene, se dan cuenta por el paisaje que se dirigen hacia el norte. Algunos supervivientes recuerdan los nombres de las localidades de paso: Poitiers, Orleáns, Paris, Estrasburgo, Munich…
Tras cuatro penosos días de viaje, llegan a un encantador pueblecito medieval en Austria .A orillas del Danubio, su nombre, Mauthausen, no les dice nada. Pronto será recordado por toda la Humanidad.
En la estación, tras varias horas de espera, se oye el ruido de los cerrojos y las puertas de los vagones se van abriendo. Se escuchan los gritos de las SS y los ladridos de los perros. Van vagón por vagón preguntando “Wie alt, wie alt!” lo cual significa qué edad tienen.
A los que pasan de los 10 años les gritan “Raus, raus!” y los sacan fuera del tren. No les dejan ni siquiera despedirse de sus familias.
Las escenas que se viven en la estación son terribles… Las mujeres se agarran desesperadamente a sus maridos, a sus hijos… siendo brutalmente separadas. Ninguna súplica es atendida. Algunas madres intentan que sus hijos no sean bajados del tren ocultando su edad. De nada les sirve.
Allí son seleccionados 470 integrantes del tren a partir de los 10 años de edad, todos ellos hombres, para quedar confinados en el campo de concentración de Mauthausen.
En pocas horas los desnudan, los duchan, les pelan la cabeza, les dan un traje de rayas, un número con un triángulo azul con una gran S de “Spaniers” (con el triángulo azul se identificaba a los apátridas).
Su suerte está echada: la cantera de Mauthausen necesita esclavos para la construcción de ése y de otros muchos campos. Su trabajo, ahora que aún no hay judíos en el campo, consiste en la construcción de su propia prisión.
Sus últimas ilusiones de libertad se desvanecen para siempre cuando el comandante del campo, Frank Ziereis, les hace saber que allí se entraba por la puerta y se salía por la chimenea del crematorio.
Las mujeres y los niños pequeños son devueltos a la España de Franco, el lugar del que habían huido al acabar la Guerra Civil. Tras 18 días de viaje en unas condiciones infames, llegan a la estación de Hendaya. Una vez de vuelta en su país, les espera prisión, persecución y la angustia de no poder saber de sus familiares dejados en Mauthausen. Un calvario de 40 años confinados en un país que no es más que una inmensa prisión dirigida por el estado.
La vida que espera a los españoles en el campo de concentración es el infierno en la tierra, puesto que se les ha aplicado el decreto Noche y Niebla, "Nacht und Nebel", eufemismo inspirado en una ópera de Wagner para decir que nadie tenía que salir vivo ya que establece la eliminación física de los oponentes al régimen nazi.
Poco les importa saber que el convoy con el que han partido desde Angulema es el primer tren de deportados de toda Europa occidental. Los republicanos españoles, los primeros luchadores antifascistas que el mundo ha conocido, tienen el triste honor de haber sido los primeros viajeros de los trenes de la muerte con destino a los campos de exterminio nazis.
En el primer invierno, el de 1940 a 1941, mueren buena parte de los españoles que han viajado en el tren.
Al final, de los 470 que quedaron prisioneros en Mauthausen, sólo permanecieron con vida el 13%...
« Para estos españoles recibí órdenes especiales; no podían escribir y nadie debía saber que se encontraban en el campo, dado que eran prisioneros de guerra franceses; habían tenido problemas con el gobierno de Vichy; para librase de ellos se había creado una comisión de liquidación en Berlín por orden de Serrano Súñer, Ministro de Relaciones Exteriores de España. La cesión data de 1941. Los españoles ya no debían existir. El comienzo había sido exitoso, pero estos españoles no eran tan fáciles de matar como los polacos ».
Son palabras del director de Mauthausen, Franz Zieireis en el juicio de Núremberg. Así habla de quienes, en tiempos mejores para él, llamaba "sus cerdos", los españoles sometidos a sus vesanías.Tratados como una incómoda mercancía, la España franquista en alianza con la Francia colaboracionista y con los nazis decidió el exterminio de millares de españoles exiliados. Se les aplicó el decreto “Nacht und Nebel” ("noche y niebla"), nombre en clave para la “solución final”. Entrarían en el campo y solo podrían salir «por el humo de la chimenea».
Sucesivos trenes iban descargando presos, de todas las nacionalidades, en la estación de Mauthausen. Los españoles recuerdan cómo, tras varios días con sus noches encerrados sin agua ni comida, haciendo sus necesidades en un rincón del vagón de carga, entre vómitos y diarreas, veían una alta chimenea de la que salían humo y llamaradas. El olor que despedía era nauseabundo pero, al principio, creyeron que se trataba del sistema de calefacción. No sospechaban aún la magnitud del horror que les esperaba ni que aquellas llamas eran provocadas por la combustión de los cuerpos de tantos asesinados.
Formando una columna en la estación, eran flanqueados por una nutrida guarnición sujetando feroces perros. Fanáticos jóvenes de la SS se encargaban de levantarles del suelo resbaladizo a culatazos en caso de caída, pisándoles las manos al intentar coger un puñado de nieve que apagara su tenaz sed, pese al intenso frío reinante. Cerrando la marcha del triste cortejo iban dos camiones que no dudaban en atropellar a cualquiera que, imposibilitado de seguir, se cruzara en su camino.
Llegados al campo, se les tatuaba su número de preso, se les vestía con el famoso pijama de rayas y se les identificaba con un triángulo azul de apátrida y, paradójicamente, con una “S” de “Spanier”. Un contrasentido más en medio de tanta locura.
Muchos supervivientes recuerdan el recuento de prisioneros en una explanada de unos doscientos metros de largo y unos cincuenta de ancho (la "Appel Platz") sobre una espesa capa de nieve. Formados de a cinco, en posición de firmes; estaban entre una y doce horas así. Veían caer a compañeros y no podían ayudarles; quien moviese la cabeza era apaleado hasta la muerte. El récord fueron 40 horas seguidas, bajo cero, y se saldó con 500 muertos, que iban desplomándose en la formación. Lo hemos visto en decenas de películas, sin sospechar que, entre las víctimas, había españoles…
Por cualquier tontería se les sometía a sesiones de latigazos. Tenían que contar cada golpe en alemán y, si se equivocaban, volvían a empezar. La necesidad hizo que muchos de los supervivientes terminasen dominando la lengua de Bach y de Kant.
Los “kapos”, presos de confianza de los SS, tenían derecho de vida y muerte sobre los deportados, permitiendo a los más sanguinarios ascender a grados superiores en el escalafón del campo. Obedecían ciegamente las órdenes de los SS y cada madrugada despertaban a los prisioneros a latigazos al sonar una campana que daba inicio a la jornada. El recuento de prisioneros incluía los que habían muerto cada noche, cuyos cadáveres debían colocar los compañeros que quedaban vivos a su lado.
Evitar a los kapos más crueles, a los que no disimulaban su odio hacia los “Roten Spanier” (“rojos españoles”), era la mayor preocupación. Desconocían su verdadero nombre, pero los españoles, siempre imaginativos, deseosos de no formar parte de los kommandos bajo mando de los más brutales los bautizaron con nombres que los identificaban. Todos ellos, sin excepción, procuraban evitar a quienes más gozaban con sus torturas y, en la cantera, al mayor criminal de ellos, que apodaban "Charimba" y a otro al que por su corpulencia designaban como "King Kong".
Los "kapos", reclutados entre los peores criminales, eran los lacayos de los SS. Se convirtieron así en los mayores asesinos del régimen concentracionario nazi. Fuente: La Segunda Guerra Mundial
Aunque no estaba incluido entre los campos de exteminio, Mauthausen lo fue tanto como cualquiera, pues allí el hombre valía hasta donde llegaban sus fuerzas para trabajar. Cuando ya eran incapaces de hacerlo, su destino era, invariablemente, el mismo: la cámara de gas.
La razón de existir de este campo era la cantera de granito de Steinbruch-Wienergraben, una de las más famosas trituradoras de prisioneros de aquel sistema criminal. Su escalera de 186 peldaños fue construida en el invierno de 1940-41 por los españoles. Y se recuerda que cada uno de sus peldaños costó la vida de 10 de nuestros compatriotas.
Según una orden de Heinrich Himmler, los prisioneros de los campos de concentración debían ser formados como canteros para construir obras suntuosas después de que los nacionalsocialistas ganasen la guerra. Forzados a subir los malditos 186 escalones de la cantera con un pesado bloque de piedra a la espalda, los prisioneros de Mauthausen eran rápidamente debilitados hasta que sucumbían por extenuación. No en vano los habitantes de aquella región, conocida como “la Siberia austriaca”, la llamaban “Totenberg”, la “montaña de la muerte”.
Mauthausen fue pronto conocido entre los deportados como “el campo de los españoles” ya que, unido al gran número de prisioneros de esta nacionalidad se encontraba el hecho de que fueron los primeros en ocupar el campo, dándose la circunstancia de que incluso llegaron a ser albañiles españoles presos los que lo construyeron.
Además el alto grado de organización y de solidaridad entre ellos (del cual hablaremos en el próximo artículo) evitó que el número de víctimas fuera mayor. Así y todo, un superviviente francés llegó a afirmar que «cada piedra de Mauthausen representa la vida de un español».
Una simple ojeada a un mapa bastará para comprobar que los nazis transformaron Alemania y los países ocupados por sus ejércitos en un inmenso campo de concentración. La explotación y exterminación de los prisioneros se centralizaban en 22 campos principales, en muchos de los cuales hubo también prisioneros de nacionalidad española.
Como en el de Buchenwald, en las inmediaciones de Weimar donde los supervivientes, como el escritor Jorge Semprún, recuerdan el hambre perpetua, la falta permanente de sueño, las vejaciones de los Kapos, las torturas de los SS., el trabajo en las fábricas de armamento, el humo del crematorio, las ejecuciones públicas, los recuentos interminables bajo la nieve de los inviernos, el agotamiento, la muerte de los compañeros…
Hubo también españoles anónimos en la base de Peenemünde, en la costa báltica de Alemania, en cuyas instalaciones subterráneas el científico alemán Von Braun llevaba a cabo la puesta a punto de las terroríficas bombas aladas V-1 y V-2.
Mención aparte merece el campo de Ravensbrück, situado cerca de Berlín, por donde llegaron a pasar unas 150.000 mujeres de 23 nacionalidades, de las que 92.000 serían exterminadas.
Supervivientes de un número indeterminado de presas españolas capturadas por la GESTAPO en Francia recuerdan con horror aquel escenario de las más abyectas experiencias seudo-médicas. Los médicos hacían abortar a todas aquellas cuyo embarazo superase los ocho meses. En cuanto a las demás, el médico jefe del campo, el doctor Treite, se especializó en asistir al parto para, acto seguido, estrangular o ahogar al recién nacido (en ocasiones los mataba lanzándolos contra la pared), en presencia de la madre, para estudiar sus reacciones psicológicas y sus secuelas posteriores.
Algunos bebés librados de momento de una muerte inmediata, sirvieron sin embargo de cobayas en muchas otra técnicas de exterminación, tras las cuales, de no morir, quedaban mutilados o tarados para siempre.
Españoles hubo también en otros muchos campos de exterminio. En Bergen-Belsen, Dachau, Esterwegen, Flossenburg, Dora-Mittelbau, Neuengamme, Sachsenhausen (Alemania); Terezin (Checoslovaquia); Natzwailer-Struthof, Schirmek (Francia/Alsacia); Auschwitz-Birkenau, Stutthof, Treblinka (Polonia)…
En uno de sus mejores poemas León Felipe habla de una de esas fábricas de muerte –Auschwitz- cuya monstruosa crueldad no pudieron ni siquiera imaginar los imaginativos poetas que en sueños descendieron a los infiernos.
Ni Dante, ni Virgilio, ni Blake, ni Rimbaud descubrieron en el transcurso de sus alucinantes pesadillas nada tan espantoso.

Caminante dijo... 30 de enero de 2011 18:57
Como tantas veces te copio este texto y el anterior, para republicarlo.
También lo hacía con Ernesto Cruzado Catalán, del blog: Testigo; que había pasado por los campos de concentración franceses, tras la victoria de los golpistas, financiados por las Altas Esferas, Económicas y Patriotas.
Todo esto viene a que ayer mismo le incineraron, debía ser mayorcito y ya hace un año estuvo ingresado un tiempo.
Me enrrollo, buena tarde -aquí llueve- PAQUITA

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estos eran los que en España mataban curas, violaban monjas y quemaban iglesias.