Javier Nix Calderón · 30/11/2017
Ahora, me asusto al escuchar como, en el gimnasio al que estoy
apuntado, un grupo de treintañeros compiten por ver quién tiene el
bíceps más grande y mayor número de seguidores en Instagram. Me
horrorizo al observar la admiración con la que miran a uno que asegura
tener más de 50.000. Me asquea la media sonrisa de superioridad que
aparece en su cara cuando los demás le preguntan cómo lo ha hecho. “Un
buen management de mi perfil, un timing adecuado de mis post y fotos con
buena luz y exteriores potentes”, contesta. Es el centro de atención y
lo sabe. Se mira en el espejo del gimnasio con una satisfacción
inmensa. Es un triunfador del siglo XXI.
Ahora, me asusto al escuchar como, en una discusión entre amigos, uno acusa al otro de “estar demasiado acostumbrado a los ‘me gusta’ que recibe en Facebook”. Traduzco: “lo que dices, lo que leo que dices, gusta y considero que estás empezando a creerte demasiado importante”. Esos botones que aparecen en nuestros ordenadores y teléfonos móviles con un pulgar hacia arriba se han convertido en la herramienta más eficaz para medir el éxito social. He visto como dos amigos apuestan quién de los dos llegará antes a los cien “me gustas” en una publicación. Veo como mi entorno se banaliza, se infantiliza, veo como los egos se colmatan y rebosan autosuficiencia, como se sacrifica la privacidad en aras de la aceptación social, como la exhibición constante de los logros propios condena a cada vez más personas a vivir vidas de cartón piedra, irreales, fatuas, lastimosas, tristes. Nos veo a todos sometidos a la dictadura de las miradas ajenas, yonkis del pulgar y del corazón vacío, pensando en cómo obtener la próxima cosecha de aplausos y vítores. ¿Es que nos sentimos sucios sin ese líquido que nos limpia, que nos mantiene a salvo de la indiferencia, que cae sobre nuestra nuca asegurándonos que somos alguien? Lo que somos es demasiado complejo para definirse por como los demás nos observan. Prefiero la sed antes que beber de esa lluvia ácida, que corroe lo que hay de verdadero en nosotros. Prefiero el silencio antes que ese ruido absurdo. Porque aún puedo reconocer el mérito, el de verdad. Recibí esa educación. Ningún “influencer” podrá cambiar eso.
Ahora, me asusto al escuchar como, en una discusión entre amigos, uno acusa al otro de “estar demasiado acostumbrado a los ‘me gusta’ que recibe en Facebook”. Traduzco: “lo que dices, lo que leo que dices, gusta y considero que estás empezando a creerte demasiado importante”. Esos botones que aparecen en nuestros ordenadores y teléfonos móviles con un pulgar hacia arriba se han convertido en la herramienta más eficaz para medir el éxito social. He visto como dos amigos apuestan quién de los dos llegará antes a los cien “me gustas” en una publicación. Veo como mi entorno se banaliza, se infantiliza, veo como los egos se colmatan y rebosan autosuficiencia, como se sacrifica la privacidad en aras de la aceptación social, como la exhibición constante de los logros propios condena a cada vez más personas a vivir vidas de cartón piedra, irreales, fatuas, lastimosas, tristes. Nos veo a todos sometidos a la dictadura de las miradas ajenas, yonkis del pulgar y del corazón vacío, pensando en cómo obtener la próxima cosecha de aplausos y vítores. ¿Es que nos sentimos sucios sin ese líquido que nos limpia, que nos mantiene a salvo de la indiferencia, que cae sobre nuestra nuca asegurándonos que somos alguien? Lo que somos es demasiado complejo para definirse por como los demás nos observan. Prefiero la sed antes que beber de esa lluvia ácida, que corroe lo que hay de verdadero en nosotros. Prefiero el silencio antes que ese ruido absurdo. Porque aún puedo reconocer el mérito, el de verdad. Recibí esa educación. Ningún “influencer” podrá cambiar eso.
Paquita Caminante Lo que reflejas es la existencia de ese mundo que, para desgracia general, parece ser muy grande. A mí, supongo que a más gente, me es ajeno, que no significa que no me duela la estupidez mencionada. Una p... pena. Mal remedio si los que lo viven no hacen por modificarse. Saludos y buena noche.
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