German Cano · 3/5/2018
Acabo
de ver en la televisión a los cinco niñatos de mierda vestidos de
guardias civiles y apuntando con armas de fuego a la cámara y me he
acordado de esto que escribí hace unos meses.
#MANADA
"Si no hay dolor, no hay juego". Según cuentan las crónicas más o menos amarillas que circulan estos días, este es el lema que se tatuó José Ángel Prenda en su cuerpo. También su amigo, Alfonso Jesús Cabezuelo, soldado de la Unidad Militar de Emergencia (UME) destinado en la base sevillana de Morón de la Frontera lleva tatuado en su pie derecho a un lobo aullando y la frase "El poder del lobo reside en la manada".
Leemos estos días muchos comentarios sobre lo sucedido en Pamplona, muchos, ciertamente, irrelevantes, sensacionalistas, pero me parece importante recordar aquellos que invitan, a raíz de lo sucedido, a cuestionarnos como hombres dentro de una estructura socio-cultural que está encima de de nosotros, con nuestros defectos y virtudes individuales respecto a la interiorización patriarcal.
No es difícil reconocer en las conversaciones de la “manada” sobre sexo, salpicadas de zafio machismo, testosterona acomplejada, culto al gimnasio y complicidad futbolera, al neofascismo cotidiano del macho contemporáneo. Una identidad forjada por el sentido sacrificial del dolor, el analfabetismo emocional -amistades que curiosamente refuerzan la falta de empatía respecto a la diferencia (obsérvese el comentario de uno de ellos respecto a discapacitados mentales)- y el refuerzo grupal para la transgresión. "Estas vacaciones son la prueba de fuego para ser un lobo", se decían entre sí antes de viajar a los Sanfermines con los resultados ya conocidos.
¿Estas desgracias humanas son hombres-hombres o son hombres incapaces de mantener cierta posición masculina ante las nuevas transformaciones culturales socioculturales protagonizadas por las mujeres? ¿Estas actitudes son propias de hombres que solo son hombres o de hombres que ya no saben ser hombres ante la presencia cada vez más ofensiva para ellos de las mujeres? ¿Hombres que intentan compensar su crisis de identidad sobrereaccionando a través de esta relación patológica con el dolor, la indiferencia a la sensibilidad y el odio a la vulnerabilidad? No estoy seguro de responder a esto, sobre todo si me analizo desde el psicoanálisis y desde mi deseo sexual como hombre.
"Si no hay dolor, no hay juego". Si no hay sacrificio, no merece la pena. Primero se sacrifica en el gimnasio la grasa, la flacidez, la debilidad (también las neuronas). Luego, la grasa, la debilidad, la flacidez a sacrificar se busca en los otros (significativo que buscasen a "las gordas"). Allá donde hay búsqueda del dolor tiene que desaparecer lo femenino, hay que violarlo. En un mundo donde hay hombres que entienden que lo peor que puede pasar es la flacidez, la debilidad de la carne, no hay futuro para nadie. Esa cultura que fomenta "lobos" es, efectivamente, estructural, va más allá de los individuos, porque conforma algo así como nuestro "inconsciente social" cotidiano. Esa cultura seguirá estando ahí después del juicio. Si los hombres no luchamos contra ella tampoco habrá hombres que valgan la pena.
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#MANADA
"Si no hay dolor, no hay juego". Según cuentan las crónicas más o menos amarillas que circulan estos días, este es el lema que se tatuó José Ángel Prenda en su cuerpo. También su amigo, Alfonso Jesús Cabezuelo, soldado de la Unidad Militar de Emergencia (UME) destinado en la base sevillana de Morón de la Frontera lleva tatuado en su pie derecho a un lobo aullando y la frase "El poder del lobo reside en la manada".
Leemos estos días muchos comentarios sobre lo sucedido en Pamplona, muchos, ciertamente, irrelevantes, sensacionalistas, pero me parece importante recordar aquellos que invitan, a raíz de lo sucedido, a cuestionarnos como hombres dentro de una estructura socio-cultural que está encima de de nosotros, con nuestros defectos y virtudes individuales respecto a la interiorización patriarcal.
No es difícil reconocer en las conversaciones de la “manada” sobre sexo, salpicadas de zafio machismo, testosterona acomplejada, culto al gimnasio y complicidad futbolera, al neofascismo cotidiano del macho contemporáneo. Una identidad forjada por el sentido sacrificial del dolor, el analfabetismo emocional -amistades que curiosamente refuerzan la falta de empatía respecto a la diferencia (obsérvese el comentario de uno de ellos respecto a discapacitados mentales)- y el refuerzo grupal para la transgresión. "Estas vacaciones son la prueba de fuego para ser un lobo", se decían entre sí antes de viajar a los Sanfermines con los resultados ya conocidos.
¿Estas desgracias humanas son hombres-hombres o son hombres incapaces de mantener cierta posición masculina ante las nuevas transformaciones culturales socioculturales protagonizadas por las mujeres? ¿Estas actitudes son propias de hombres que solo son hombres o de hombres que ya no saben ser hombres ante la presencia cada vez más ofensiva para ellos de las mujeres? ¿Hombres que intentan compensar su crisis de identidad sobrereaccionando a través de esta relación patológica con el dolor, la indiferencia a la sensibilidad y el odio a la vulnerabilidad? No estoy seguro de responder a esto, sobre todo si me analizo desde el psicoanálisis y desde mi deseo sexual como hombre.
"Si no hay dolor, no hay juego". Si no hay sacrificio, no merece la pena. Primero se sacrifica en el gimnasio la grasa, la flacidez, la debilidad (también las neuronas). Luego, la grasa, la debilidad, la flacidez a sacrificar se busca en los otros (significativo que buscasen a "las gordas"). Allá donde hay búsqueda del dolor tiene que desaparecer lo femenino, hay que violarlo. En un mundo donde hay hombres que entienden que lo peor que puede pasar es la flacidez, la debilidad de la carne, no hay futuro para nadie. Esa cultura que fomenta "lobos" es, efectivamente, estructural, va más allá de los individuos, porque conforma algo así como nuestro "inconsciente social" cotidiano. Esa cultura seguirá estando ahí después del juicio. Si los hombres no luchamos contra ella tampoco habrá hombres que valgan la pena.
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