Carmen Palma Rico ha compartido un enlace. 8 JUL 2018
No hay más mujeres que hombres en el mundo, pero sí hay más mujeres
que hombres en la mayoría de las ONG y asociaciones civiles
comprometidas con causas solidarias.
LA CONVOCATORIA para la presentación de un libro era en la librería Numax, en Santiago de Compostela, el viernes día 15 de junio,
a las ocho de la tarde. La víspera, un amigo me llamó muy alarmado:
“¿Presentáis un libro mañana, a las ocho?”. Sí, confirmado. Insistió:
“¿Seguro?”. Sí, seguro. Noté su desconcierto, como quien descubre que
una broma absurda va en serio: “Pero ¿tú no sabes que mañana comienza el
Mundial de Fútbol, justo a las ocho, con España contra Portugal?”.
No, no lo sabía. Pero no quería reconocer semejante ignorancia, así que le mentí: “Es a propósito. Una estrategia. ¡Lo siento por el Mundial! Haber puesto otro día el partido”. Él no podía ver mi verdadera expresión. El estupor culpable del periodista. Podría haber comenzado la tercera guerra mundial el viernes e irme a presentar un libro o ir a nadar. Fue lo que hizo Kafka cuando se declaró la Primera Guerra, ir a nadar, pero Kafka estaba en su derecho: era kafkiano. A mí me gusta el fútbol, siempre me gustó. Si las más intrigantes huellas de un libro son las erratas, en la mente son los lapsus y los olvidos. ¿Qué había ocurrido en mi memoria para borrar el fútbol?
Resultó que Kafka estaba con nosotros. La librería tiene un aforo pequeño, pero aquel viernes la gente se apiñó. Incluso en la calle había público. En el imaginario óptico, veíamos más gente que en el estadio ruso de Sochi. Y ahora viene la realidad no imaginaria. La pura verdad. Todas las personas asistentes eran mujeres. Había dos hombres, pero no los cuento, porque podríamos llamarlos Los Dos de Siempre. Y no son catedráticos, siendo Santiago una de las ciudades con más catedráticos por metro cuadrado. Los Dos de Siempre son los que también van al teatro, a todos los foros, a los talleres y grupos de lectura, a recitales y debates, a exposiciones y performances, al cineclub, incluso a las películas de Abbas Kiarostami o Manoel de Oliveira. Esos que con su presencia nos recuerdan la inmensa ausencia. Esos que hacen que nos preguntemos: “Pero ¿qué está pasando con los hombres?”.
Y es lo que me pregunta Lorna Shaughnessy, poeta y profesora irlandesa, cuando constatamos que eso que sucedió el primer día del Mundial es lo que sucede todos los días y en todas partes. La gran deserción masculina en el ecosistema cultural, en los espacios presenciales, igualitarios. No donde se reparte el poder o se establece la jerarquía cultural, sino donde se ventila la creatividad. Cuando se trata de poltronas, sí que aparecen y suelen ser mayoría.
Pero no es solo en el campo cultural donde se percibe esa especie de inapetencia masculina.
No hay más mujeres que hombres en el mundo, pero sí hay más mujeres que hombres en la mayoría de las ONG y asociaciones civiles comprometidas con causas solidarias, de acogida a los inmigrantes, contra los desahucios, de lucha contra las enfermedades, el hambre y la pobreza, o de defensa de los animales y la naturaleza.
No, no hay más mujeres que hombres en el mundo, pero las mujeres se mueven más. No es solo una metáfora. Para empezar, se mueven más porque suelen trabajar el doble. Y a jornada completa. Un sacrificio. En muchos casos, cuidan más de los demás que de sí mismas. Ese darse a la familia y a la comunidad, que en la sociedad patriarcal se presenta como parte del “orden natural”, se transforma hoy en una energía solidaria, una sabiduría colaborativa, que nos implica a todos y pone en crisis el viejo orden machista en todos los palacios de todos los poderes, desde el político hasta el episcopal. Y luego está el andar. La memoria del andar. Debería escribirse una historia del andar femenino. Esas largas marchas con pesos en la cabeza, a la búsqueda de las cosas esenciales, empezando por el agua y la leña. Pienso en esa memoria del andar cuando veo, en el lugar donde vivo, y cada vez con más frecuencia, a los grupos de mujeres campesinas que se reúnen al anochecer, y después de todos los trabajos, para echarse a caminar. La disculpa es la salud física, esas “rutas del colesterol”, pero es también un psicocaminar: escuchar y hablar. Un andar libre, sin móvil.
“¿Qué está pasando con los hombres?”, pregunta Lorna. Los hay hibernados, empantallados, parapetados en un tresillo o en la mesa de un bar. Los hay resentidos, activistas del machirulismo, con sus varas de poder y hasta toga. Hay puteros, maltratadores y violentos. Pero lo que está pasando con los hombres, con la mayoría, pienso, es que están aprendiendo a andar con las mujeres. Nada le gusta más a un hombre que ese caminar.
No, no lo sabía. Pero no quería reconocer semejante ignorancia, así que le mentí: “Es a propósito. Una estrategia. ¡Lo siento por el Mundial! Haber puesto otro día el partido”. Él no podía ver mi verdadera expresión. El estupor culpable del periodista. Podría haber comenzado la tercera guerra mundial el viernes e irme a presentar un libro o ir a nadar. Fue lo que hizo Kafka cuando se declaró la Primera Guerra, ir a nadar, pero Kafka estaba en su derecho: era kafkiano. A mí me gusta el fútbol, siempre me gustó. Si las más intrigantes huellas de un libro son las erratas, en la mente son los lapsus y los olvidos. ¿Qué había ocurrido en mi memoria para borrar el fútbol?
Resultó que Kafka estaba con nosotros. La librería tiene un aforo pequeño, pero aquel viernes la gente se apiñó. Incluso en la calle había público. En el imaginario óptico, veíamos más gente que en el estadio ruso de Sochi. Y ahora viene la realidad no imaginaria. La pura verdad. Todas las personas asistentes eran mujeres. Había dos hombres, pero no los cuento, porque podríamos llamarlos Los Dos de Siempre. Y no son catedráticos, siendo Santiago una de las ciudades con más catedráticos por metro cuadrado. Los Dos de Siempre son los que también van al teatro, a todos los foros, a los talleres y grupos de lectura, a recitales y debates, a exposiciones y performances, al cineclub, incluso a las películas de Abbas Kiarostami o Manoel de Oliveira. Esos que con su presencia nos recuerdan la inmensa ausencia. Esos que hacen que nos preguntemos: “Pero ¿qué está pasando con los hombres?”.
Y es lo que me pregunta Lorna Shaughnessy, poeta y profesora irlandesa, cuando constatamos que eso que sucedió el primer día del Mundial es lo que sucede todos los días y en todas partes. La gran deserción masculina en el ecosistema cultural, en los espacios presenciales, igualitarios. No donde se reparte el poder o se establece la jerarquía cultural, sino donde se ventila la creatividad. Cuando se trata de poltronas, sí que aparecen y suelen ser mayoría.
No hay más mujeres que hombres en el mundo, pero
sí hay más mujeres que hombres en la mayoría de las ONG y asociaciones
civiles comprometidas
No hay más mujeres que hombres en el mundo, pero sí hay más mujeres que hombres en la mayoría de las ONG y asociaciones civiles comprometidas con causas solidarias, de acogida a los inmigrantes, contra los desahucios, de lucha contra las enfermedades, el hambre y la pobreza, o de defensa de los animales y la naturaleza.
No, no hay más mujeres que hombres en el mundo, pero las mujeres se mueven más. No es solo una metáfora. Para empezar, se mueven más porque suelen trabajar el doble. Y a jornada completa. Un sacrificio. En muchos casos, cuidan más de los demás que de sí mismas. Ese darse a la familia y a la comunidad, que en la sociedad patriarcal se presenta como parte del “orden natural”, se transforma hoy en una energía solidaria, una sabiduría colaborativa, que nos implica a todos y pone en crisis el viejo orden machista en todos los palacios de todos los poderes, desde el político hasta el episcopal. Y luego está el andar. La memoria del andar. Debería escribirse una historia del andar femenino. Esas largas marchas con pesos en la cabeza, a la búsqueda de las cosas esenciales, empezando por el agua y la leña. Pienso en esa memoria del andar cuando veo, en el lugar donde vivo, y cada vez con más frecuencia, a los grupos de mujeres campesinas que se reúnen al anochecer, y después de todos los trabajos, para echarse a caminar. La disculpa es la salud física, esas “rutas del colesterol”, pero es también un psicocaminar: escuchar y hablar. Un andar libre, sin móvil.
“¿Qué está pasando con los hombres?”, pregunta Lorna. Los hay hibernados, empantallados, parapetados en un tresillo o en la mesa de un bar. Los hay resentidos, activistas del machirulismo, con sus varas de poder y hasta toga. Hay puteros, maltratadores y violentos. Pero lo que está pasando con los hombres, con la mayoría, pienso, es que están aprendiendo a andar con las mujeres. Nada le gusta más a un hombre que ese caminar.
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