German Cano · ctxt.es Guillem Martínez 19/07/2020
Carecía de ese sentido del personaje que gasta el grueso de novelistas por aquí abajo, tan interesanteZzzzz. La
expresión seria, cabreada, de las fotos, era una suerte de timidez. De
vez en cuando se le iluminaba la cara, y hablaba de liarla
Las novelas no hablan de países. Ni siquiera Guerra y Paz describe
un país. La primera gran novela americana, así, no habla de América,
sino de un cetáceo. Es decir, de otra cosa. Lo que da un apunte del
género: es otra cosa a la esperada. Un truco. El Quijote, la invención del género, habla de un inadaptado, tal vez un tonto. Y ese es el género, hasta que Musil se
lo carga. Con otra novela con tonto muy tonto. La novela, en fin, son
tontos, personas en colisión violenta con la realidad. Lo que posibilita
–y este es el gran qué– hablar de los listos. De la realidad, incluso
de realidades más profundas que la realidad, que la realidad esconde.
Tanta inteligencia a partir de la materia prima del tonto –tan común en
todos los trabajos y oficios– apunta la excepcionalidad del autor que lo
consigue. En este párrafo aparecen unos pocos al tuntún. Tostoi,
Melville, Cervantes, Musil... Marsé es otro. Uno de los grandes. Se
dice rápido.
Juan Marsé, nacido Juan Faneca, y adoptado por
los Marsé, su familia –en una peripecia que retrata un país en el que
nada es lo que parece o lo que se dice; antaño, con mayor intensidad
incluso; hoy, con mayor extensión–, iba para joyero, un oficio con otros
tontos. Su ruptura biográfica con sus orígenes obreros y populares fue
la escritura, a la que accede influenciado por el estilo más que por la
trama, a la francesa de aquel momento. Ahora que lo releo, no es eso,
pero es algo de eso. Sus tramas son, no obstante, complejas, y facilitan
la erosión con la realidad. Autor-rumor, esa fuerza de la que todo el
mundo hablaba, tenía un acceso al público prestigioso, pero dificultoso
–su Si te dicen que caí, 1973, estaba editada
en México; o en BCN con sello mexicano; no era fácil encontrarlo en
puntos fáciles–. Accedió a la velocidad crucero –velocidad crucero en la
novela: la capacidad de tener un público mayor, de hablar con él, de
ofrecerle una obra individual, de ser más libre– con el Premio Planeta –La Muchacha de las bragas de oro,
1978–. El Planeta, ya puestos, se portó muy bien en los 70. Legalizó,
por decirlo de alguna manera, autores raros de los 60, y que conformaban
una normalidad cultural conflictiva, e internacional. Desde los 80 hizo
lo contrario. Construir un mercado fundamentado en otras series
culturales, no problemático, inexportable, anecdótico. Juan Marsé, por
cierto, ha sido el único miembro del jurado Planeta en dimitir y salir
huyendo (...)
El escritor aparte
El mismo Marsé dejó escrita su despedida para el día en que se fuera (…)
......................................
No hay comentarios:
Publicar un comentario