Pocos
libros tan entretenidos e ilustrativos como "Smells. A Cultural History
of Odours in Early Modern Times", escrito por el historiador cultural
Robert Muchembled. Nos informa de un torrente de datos sobre la vida
cotidiana de la modernidad, pero también sobre el olor: ¿sabían que el
olor es el único sentido que no viene con programación genética? Todo es
aprendido en los olores. El bebé comienza a sentir en el útero materno.
Su primer y más importante olor es el pezón de
la
madre, que asociará a su apego emocional con ella (antes de verla, la
huele). Hasta los cuatro o cinco años su caca le olerá bien, de hecho no
le olerá mal (la propia) a lo largo de su vida. Aprenderá a distinguir
olores malos y buenos dependiendo de su cultura. Los olores que se
aprenden a discriminar como buenos y malos en la niñez serán
determinantes para toda la vida. La modernidad fue, entre otras cosas,
una educación de los olores. Hasta prácticamente el siglo XIX avanzado,
no se desarrolló el sentido de que los orines y la mierda fueran malos
olores, o que orinar y defecar en público fuese algo malo. Por el
contrario, los médicos usaban y aconsejaban usar las deposiciones
propias y de otros animales para diversos tratamientos. Las ciudades,
hasta el XIX avanzado, eran un paisaje de lo que ahora para nosotros
sería un lodazal de mierda. El libro es un recorrido escatológico que
incluye las variaciones culturales del sexo y el olor. Nos informa
(aunque ya se conocía) de que antes de otros afectos, el olor de la
pareja es el determinante fundamental en las relaciones eróticas. En
fin, dado que el olor es también el sentido que produce impactos
emocionales más profundos, aprendemos en este libro algo muy importante
sobre la variación cultural.
Quienes se han criado en una cultura
rural, por ejemplo, no sienten que estiércol huela demasiado mal y, sin
embargo, aborrecen el olor de la gasolina y gasoil quemado de las
ciudades. Aprendemos, por ejemplo a reconocer que cuando entramos en una
casa ajena lo primero que notamos es el olor, algo que será central
para cómo nos sintamos en esa casa. Y aprendemos también a dudar de que
sea tan bueno llenar los espacios de perfumes o de intentos de
eliminación de todos los olores (pero no es necesario dejar de ducharse
todos los días después de haber leído el libro)
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