Aunque con escasos efectos prácticos, tener sentado en el Vaticano a un Papa muy rojo es una bendita excentricidad y un alivio. Lo que más reconforta es comprobar que quienes advierten contra los excesos de este sistema, quienes entienden que el ser humano ha de estar por encima de la macroeconomía y de los beneficios de unos cuantos especuladores y quienes opinan que el derecho a una vida digna es inalienable no están tan locos o, al menos, cuentan con un loco más entre sus filas. Francisco es una rareza porque en vez de centrarse en hacer santos, más allá de los obligatorios, desacraliza a diestro y siniestro.
Su tercera encíclica, Fratelli tutti, es una denuncia de casi 100 folios contra la inhumanidad vestida de Armani que gobierna el mundo y contra las injusticias que algunos disfrazan de racionalidad. Lo mejor, como se decía, no es tanto compartir mucho de lo que se dice sino poder escuchar los atronadores silencios de algunos, especialmente de esos cuyo único Dios siempre fue el dinero y para los que defender los derechos de los más débiles no es justicia sino populismo.
Trasladar los mensajes de la encíclica a la realidad española es un ejercicio sonrojante para muchos de los poderosos que creían caminar bajo palio. Es un contraste que mientras partidos tan cristianos como el PP pretenden hacernos creer que salir a comprar el pan es un peligro porque siempre hay un podemita emboscado dispuesto a ocuparte el chabolo, el Papa proclame que la propiedad privada no es un derecho absoluto e intocable sino subordinado y secundario respecto de los bienes comunes. O que frente a la obsesión con sus prisiones permanentes revisables salga un tipo vestido de blanco y afirme que no solo hay que luchar contra la pena de muerte sino contra la cadena perpetua, que es "una pena de muerte oculta".
En Vox se la tienen jurada al "ciudadano Bergoglio", que es como llama Abascal al Pontífice desde que defendió el ingreso mínimo vital, aunque luego pasen por guardianes de la libertad religiosa y recurran al Constitucional las limitaciones de aforo en las misas. ¿Se verán retratados entre esos cristianos a los que el Papa acusa de explotar la inmigración con fines políticos? ¿Encarnarán ellos la "mentalidad xenófoba de gente cerrada y plegada sobre sí misma" que, sin atreverse a afirmar que los inmigrantes son escoria, trasladan en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, que son " menos valiosos, menos importantes, menos humanos"?
Para nuestros liberales, este argentino es la reencarnación de Satanás. ¡Qué desfachatez la suya al referirse al capitalismo imperante como un modelo que explota, descarta y mata al ser humano! ¡Qué herejía es su menosprecio al mercado, que siempre fue sacrosanto! ¿Cómo puede atreverse alguien, por muy Papa que sea, a considerar al neoliberalismo un "pensamiento pobre" y repetitivo en sus recetas si es el motor que mueve el mundo? Una cosa es clamar contra el hambre en el mundo, así en abstracto, y otra señalar con el dedo de la culpa a los poderes económicos, a las multinacionales y a los especuladores financieros. Este tipo es, en efecto, un loco y un ecologista, que viene a ser lo mismo. ¡Pero si hasta se mete con Google! (...)
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