Amelia Díaz Benlliure 28/12/21
El abuelo miró a su familia. Estaban sentados alrededor de la mesa, compartiendo una cena sencilla y algunas risas. Su mujer no paraba quieta, llevando y trayendo platos. La hija mayor, que a la sazón vivía con su marido en Madrid, ya le había dado dos nietos. Habían acudido los cuatro a celebrar la Navidad en Castellón. El hijo, el segundo, ese se quedaría soltero para siempre. La hija pequeña, nacida con quince años de diferencia con sus hermanos, casi que parecía otra nieta más. Esa noche la enviarían a dormir a la casa de los vecinos, tan amigos, tan buena gente; así, podría dejar su habitación a los críos.
Tosió. Hacía días que no se encontraba bien. La bronquitis se estaba poniendo muy pesada, pero él no iba a dejar de fumar por ello.
—Mira, pensándolo bien, podría aprovechar y morirme, ahora que estáis todos en Castellón —dijo de repente—. Así os evitaría un viaje.
Se escucharon las protestas de todos. Y continuó la cena.
A la mañana siguiente, muy temprano, la hija pequeña oyó que daban unos golpes a la pared que la separaba de su casa. Acudió enseguida. Su padre había muerto esa noche.
La hija pequeña, Amelia Benlliure Ortells, mi madre, perdió a su padre la madrugada del 28 de diciembre, cuando tenía 17 años. Cuando todos estaban en Castellón.
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