septiembre 28, 2024

CTXT. Carta a la comunidad 369 I Elena de Sus: Septiembre

 7/9/2024

Querida comunidad de CTXT:

 

Septiembre, el mes de inicio del curso, es similar al año nuevo. En ambos periodos una parte significativa de la sociedad afronta la vuelta al ritmo habitual de producción, pero tras el descanso parece posible reiniciarse, emprender nuevos caminos, dejar atrás los malos hábitos. El gimnasio se llena. En septiembre empiezan a nacer los bebés concebidos en el periodo navideño, el más frecuente para la reproducción humana en estas tierras desde hace décadas, lo que lo convierte en un mes lleno de pequeñas celebraciones y recuerdos. Cualquier cosa es posible y todavía no atisbamos el oscuro túnel que, por algún motivo que desconozco, solemos tener que atravesar en octubre.

 

        Imbuida de este espíritu, me ha interesado un artículo de Rachel M. Cohen en el medio estadounidense Vox (tranquilidad, no tiene relación con nuestro Vox) a favor del voluntariado y las pequeñas acciones. La autora explica que en los primeros 2000 se imponía la idea de que los gestos individuales podían cambiar el mundo. Como ya sabemos, es falsa y estúpida por muchas razones. Más adelante, en el ciclo político de Occupy Wall Street (en nuestro caso, del 15M), se generalizó la comprensión de que los grandes problemas como el cambio climático son sistémicos y que solo se combatirían de manera efectiva mediante cambios profundos en el sistema económico y político. Esto, que es cierto, resulta abrumador en el actual estado de las cosas, lleva a la frustración y la tristeza y sirve habitualmente como justificación para no hacer nada. El artículo argumenta que, aunque no vayamos a derribar el capitalismo haciendo una donación o ayudando a algún vecino, esto suele tener una utilidad inmediata y, posiblemente, es bueno para la salud mental que tanto decimos priorizar.

 

        En mi red social favorita en este momento, Mastodon, predomina por ahora la gente que hace cosas y lo comparte. Desde organizar clases de idiomas para migrantes en un centro social de Madrid hasta diseñar aplicaciones de software libre, de participar en un sindicato a velar por un nido de golondrinas en una casa de pueblo. El mismo funcionamiento de la red requiere ciertos niveles de compromiso, pero no les voy a aburrir con eso.

 

        Mi anterior red social favorita, Twitter, es el reino de los periodistas y opinadores profesionales como yo, siempre dispuestos a sacarle punta a cualquier cosa que alguien haga o diga para encontrar el punto de vista más ingenioso, más profundo, más divertido y, en no pocas ocasiones, más improductivo.

 

        Escuché un episodio del podcast de El País sobre gente que había dejado de hacer turismo. Los motivos eran variados, pero todos los entrevistados ponían un cuidado extremo en admitir que hablaban desde una posición de “privilegio” y subrayar que “no querían dar lecciones a nadie”. Me parece bien, es también la actitud que yo tendría; al fin y al cabo, no era más que eso, una decisión individual tomada en circunstancias individuales. Pero no puedo evitar pensar que las voces de los tuiteros se han quedado a vivir en nuestra mente.

 

        De nuevo, hay un efecto rebote aquí. ¿Quién no ha tenido que aguantar esa superioridad moral asquerosa del que tiene tres coches y los usa para ir a por el pan pero separa los residuos con cuidado, de la persona horrible que colabora con la parroquia, de la feminista que habla con asco de otras mujeres, de quien pretende que si no compras tal o cual producto caro y poco práctico, pero supuestamente más sostenible, eres mala persona? No queremos ser esos y eso está bien.

 

        Y sí, ya sé que todos estamos agotados, reventados, y ya tenemos bastante con lo que tenemos, pero también pienso que más lo están las Kellys, por poner un ejemplo.

 

        Leo en X, precisamente, una reflexión sobre la derechización de los trabajadores en una gran fábrica de este país. Habla de su descontento con el Gobierno, y refleja una situación real, quizás la economía va bien sobre el papel, pero ellos no lo perciben: el salario mínimo ha subido, pero no lo han hecho sus sueldos, comidos por la inflación. No es la primera vez que leo análisis de este tipo, y me parecen acertados. Sin embargo, algo en estas argumentaciones me hace arrugar la nariz. ¿Por qué depositamos en el Gobierno del Estado la responsabilidad de subir nuestros salarios, el tuyo o el mío, o el de tal o cual convenio? ¿En qué momento ha sucedido esto así, por iniciativa espontánea de la administración?

 

        Ya sé que me repito mucho en estas cartas, pero de alguna manera hemos llegado a una situación en la que los ultraliberales, los trolls nihilistas y los miembros de las diversas sectas que proliferan son los que se sienten dueños de su destino, mientras el resto nos vemos impotentes ante el tamaño del horror y nos dejamos caer por el pozo. Las causas de esto no se pueden tratar de manera fácil o rápida, pero mientras tanto, tal vez el esfuerzo de intentar ser como queremos ser nos venga mejor que el supuesto confort de seguir siendo solo una chica.

 

        Vivimos tiempos muy raros y yo sé que, para muchos de ustedes, la suscripción a CTXT no es solo una contribución al mantenimiento de un medio que les gusta leer, sino uno de esos pequeños gestos de compromiso y empuje. Desde aquí lo entendemos e intentamos tenerlo presente.

 

        Muchas gracias, 

Elena de Sus

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