mayo 23, 2025

CTXT. Carta a la comunidad 403 I Nuria Alabao: Hay luz en el apagón

 3/5/2025

Querida comunidad contextataria,

 

14:12 minutos del día de apagón. En un banco de Madrid, varias personas se congregan alrededor de una radio portátil alimentada mediante una diminuta placa solar. Cuando pasa una nube, la radio se calla. Una chica joven de unos 16 años se acerca y pregunta qué está pasando. Cuando se le explica la escala del apagón y que se ha anunciado que la causa probable es un “ataque informático”, su cara se descompone y las lágrimas le suben a los ojos. Sale corriendo.

 

      Una de las cosas más difíciles del apagón era no saber. Y ese no saber se llenaba con especulaciones de todo tipo, alimentadas por las narrativas del fin de los tiempos que han colonizado nuestro imaginario, pero también por las irresponsabilidades mediáticas. Siempre que no haya información fidedigna, los huecos van a llenarse con especulaciones y conspiraciones.

 

      No saber es lo más difícil porque estamos acostumbrados a lo contrario, a veces a un exceso, o a un parloteo incesante de opiniones que nos asaltan desde las redes e internet en lo que es ya nuestra cotidianidad. En la era de las redes, el silencio se vuelve abismo.

 

      El “kit de supervivencia”, sugerido por Bruselas un mes antes, contenía una radio a pilas, casi tan necesaria como la comida, al menos, para no caer en alarmas innecesarias. Porque en tiempos de imaginería catastrófica, lo primero que se te ocurre ante una situación así es, casi, lo peor. El apagón eléctrico e informativo cayó en ese escenario donde el Consejo Europeo nos pide estar preparados para una eventual catástrofe o incluso un posible ataque de Rusia; es decir, un escenario de miedo alimentado por las instituciones. (Nada decía, por cierto, de renacionalizar las infraestructuras básicas privatizadas que nos ponen en riesgo como demuestra el apagón.) De un tiempo a esta parte, se trata de justificar el aumento del gasto militar en medio de tantas necesidades acuciantes y problemas estructurales graves en las economías europeas –que reconoció el propio Informe Draghi–. ¿O quizás pretende ser una salida ahora que el new deal verde se viste de verde militar?

 

      Pero estos discursos alarmistas también inciden en reformatear las subjetividades y encuadrar a las poblaciones en una lógica de excepción y guerra. Se necesita un “cambio de mentalidad” de la ciudadanía, decía el informe del Consejo. Un cambio que se prevé empujar mediante cursos a la ciudadanía y un posible servicio civil, y, quizás, si no conseguimos frenarlo, la vuelta del servicio militar que tanta cárcel y penas accesorias ha costado a los insumisos de este país.

 

      El miedo así espoleado sirve para legitimar la necesidad de más fuerzas de seguridad, más armas y más represión y también alimenta el sustrato que hace crecer la hiedra de la desconfianza, el miedo a los otros y la tonalidad afectiva del resentimiento que impulsa a las extremas derechas. El apagón se construye sobre ese escenario. Algunos no saben si podrán pagar el alquiler mañana pero tampoco qué rostro tendrá ese mañana.

 

      Ese día, además, se especuló bastante sobre la posibilidad de que la oscuridad se prolongase durante la noche y ahí se hicieron fuertes las imágenes de los apagones estadounidenses y sus saqueos. Lo cierto es que no pasó nada –y con toda probabilidad en la noche tampoco habría pasado–. Es más, el otro rostro de la suspensión de la normalidad nos habla de nuevas posibilidades cuando el trabajo se detiene y, sin pantallas, surge la necesidad de encontrarnos cara a cara. En los parques y las plazas, mucha gente hablaba, bailaba o compartía comida. La posibilidad de ayudarnos, en vez de asaltarnos unos a otros –como nos enseñan las películas de catástrofes– es muy poderosa. También es algo que hemos presenciado en situaciones infinitamente más difíciles que las que provocó el apagón. Es lo que cuenta Rebecca Solnit en Un paraíso en el infierno (Capitán Swing). En los tiempos difíciles nacen gestos de radical generosidad y redes de solidaridad inesperadas.

 

      “Tras un terremoto, un bombardeo o una tormenta, particularmente destructiva, la mayoría de la gente se comporta de manera altruista y se entrega inmediatamente al cuidado de sí misma, y de quienes la rodean, sean vecinos, extraños o amigos y personas queridas. La imagen del ser humano egoísta, que sucumbe al pánico, que vuelve a un estado violento y salvaje durante una hecatombe, tiene muy poco de real, (…) Sin embargo, los prejuicios siguen ahí. Normalmente, las acciones más terribles son las de quienes creen que los demás van a comportarse despiadadamente, y que deben protegerse de la barbarie ajena”, dice Solnit.

 

      Como la DANA valenciana demuestra, allá donde estas redes preexistentes son más fuertes también es más sencillo que prendan estos puntos de luz. Después de esta catástrofe se habló mucho de que las ciudadanas no estamos preparadas para responder a emergencias, de la necesidad de formación. Es cierto que quizás hacen falta unas nociones básicas de qué hacer en cada caso. Sin embargo, la preparación más importante que necesitamos para las alertas es lo que podemos hacer ya, sin necesidad de cursos o la intervención estatal. No se trata de que cada uno se haga su mochila en casa para encarar mejor una posible emergencia de forma individual, sino de encontrar maneras de pensar cómo enfrentarla junto con otros, poniendo recursos y saberes en común. En realidad, la colaboración es una herramienta evolutiva fundamental de nuestra especie, y han sido necesarios muchos años de capitalismo e ideología neoliberal e incluso violencia y escasez artificial, para que parezca lo contrario.

 

      Hay cosas que podemos hacer desde ya. Todos formamos parte de alguna comunidad de tipos muy variados: ya sea activista, vecinal, de amigos, un AMPA o una escuela, e incluso deportiva y también laboral. Se trata de ser capaces de formar ahí un red capaz de activarse en momentos difíciles. Esto implica, por ejemplo, tener un lugar al que acudir si hace falta información o se necesita alguna ayuda específica –medicamentos, atención a los dependientes, alimentos, etc.–. En esos lugares: un cole, un centro social, la casa de alguien pueden existir algunos elementos básicos que sean imprescindibles en caso de emergencia y donde además puede organizarse, en caso de necesidad, la recogida de más recursos y su redistribución. Simplemente no estar solos en esos momentos también puede ser de gran ayuda. Cosas sencillas como saber quién de las personas que viven en tu edificio necesita ascensor para salir de casa, o determinadas atenciones, o saber que podemos preguntar cómo están en un caso como el del apagón pueden constituir pequeños gestos que cambien mucho.

 

      Tenemos capacidad cuando hacemos cosas juntos. La preparación que necesitamos es esta de la vida en común y, desde ahí, podemos empezara a reflexionar también colectivamente sobre estas posibles situaciones para sustituir el miedo dominante –o el que se quiere imponer para impulsar ciertos intereses– por más comunidad.

 

      Una de las cosas más difíciles del apagón era no saber. Desde este humilde pero resistente medio intentamos cada día llenar los huecos de este sinsentido, apostando por reforzar los vínculos que nos hacen humanos. Gracias por hacerlo posible. 

Nuria Alabao

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