Rodrigo Díez Manceñido 15 ago. 2025
Este fenómeno tiene consecuencias más allá de la escasez, ya que puede provocar el hundimiento del terreno y, en las zonas costeras, la intrusión de agua salina que inutiliza los pozos de agua dulce
Bajo nuestros pies, ocultas entre capas de roca y sedimentos, se encuentran las reservas de agua dulce más abundantes del planeta. Las aguas subterráneas –esenciales para el abastecimiento de millones de personas, así como para el riego agrícola y la industria– atraviesan un momento crítico. La presión del cambio climático, junto con décadas de extracción sin control, está llevando al límite a estos recursos vitales.
Aunque invisibles, estas aguas almacenadas en acuíferos representan más del 95 % del agua dulce disponible en el mundo. Se localizan en formaciones geológicas porosas que permiten su acumulación y circulación, y actúan como una especie de red oculta que alimenta ríos, mantiene ecosistemas y sostiene comunidades incluso en épocas de sequía. Sin embargo, su estabilidad está en entredicho.
Un amplio estudio internacional, liderado por investigadores de la Universidad de California en Santa Bárbara, la University College London y la ETH de Zúrich, alerta de que el 71 % de los acuíferos del planeta está perdiendo agua a un ritmo preocupante. La investigación, publicada en la revista Nature, se basa en datos de unos 170.000 pozos de monitoreo repartidos por 45 países –incluida España– y refleja una tendencia cada vez más marcada: el descenso acelerado del nivel freático desde el año 2000.
Este fenómeno tiene consecuencias más allá de la escasez. El agotamiento de los acuíferos puede provocar el hundimiento del terreno y, en las zonas costeras, la intrusión de agua salina que inutiliza los pozos de agua dulce. Es decir, lo que se pierde bajo tierra afecta directamente a la superficie.
Políticas de conservación
No obstante, el informe también aporta motivos para el optimismo. En ciudades como Albuquerque (EE.UU.) o Bangkok (Tailandia), el nivel de las aguas subterráneas ha mostrado signos de recuperación gracias a la implementación de políticas de conservación, el trasvase entre cuencas y el uso de aguas superficiales para reducir la presión sobre los acuíferos. Para Scott Jasechko, investigador principal del estudio, estos ejemplos demuestran que la acción humana puede revertir los daños cuando se aplican medidas coordinadas y a largo plazo.
En España, casos como el del acuífero de La Mancha Oriental ilustran tanto el problema como su posible solución. Tras años de explotación descontrolada, que incluso llevó al río Júcar a secarse durante la sequía de los años 90, se pusieron en marcha medidas de gestión que han permitido una recuperación paulatina del recurso.
Desde la comunidad científica se insiste en que es el momento de actuar. Jaime Gómez, del Instituto de Ingeniería del Agua y Medio Ambiente (IIAMA) de la Universitat Politècnica de València, subraya la necesidad de establecer principios claros que regulen el uso de las aguas subterráneas. «Ahora que empiezan a considerarse una alternativa frente a la escasez generada por el cambio climático, es cuando más necesario resulta definir cómo y hasta qué punto deben aprovecharse estos recursos», señala.
El desafío no es menor. Se trata de equilibrar las necesidades humanas con la preservación de un recurso estratégico, que durante siglos ha garantizado la vida en regiones donde la lluvia escasea. La pregunta ahora es si seremos capaces de protegerlo a tiempo.
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