Olvidada a causa de la guerra civil, el exilio y el fin de la Segunda República, Irene Polo fue una periodista innovadora en un mundo de hombres cuyos artículos han sido recuperados casi un siglo después.
Escasean los adjetivos para esculpir la figura de esta mujer irrepetible que se sacudió las imposiciones de su época al tiempo que cimentó el periodismo moderno: lesbiana, nudista, autodidacta, republicana, catalanista, exiliada e, infelizmente, suicida, aunque no conviene por ahora anticipar su trágico destino, sino remontarnos a la Barcelona de 1908, donde nació Irene Polo, hija de un sargento maltratador y de una sufrida costurera, padres de otras dos hermanas a las que ella tuvo que mantener desde temprana edad.
Pionera como María Luz Morales o Josefina Carabias, su carrera fue precoz y efímera, pero sobre todo innovadora, pues fue una periodista de calle —o, como decía ella, de pisar barro— cuando los dinosaurios del oficio levantaban acta de una realidad paralela que emanaba de las autoridades políticas, judiciales y religiosas, fuentes de agua turbia cuyo riego distaba de los meandros y afluentes de la vida: vendedores de sombrillas, mineros huelguistas, reinas de las modistas, hombres anuncio y niñas secuestradas por la Vampira del Raval.
"Escribía sobre gente normal para gente normal", explica Francesc Salgado, encargado de la edición y el prólogo de Una intrusa en la prensa (Renacimiento), que recupera la embrionaria obra periodística de Irene Polo, centrada en el cine hasta que dio un giro hacia la información social y política. "Logró hacerse un hueco en la profesión haciendo reporterismo con personas corrientes, algo por entonces asombroso, porque no lo hacía nadie". Todo está inventado, aunque apenas se practique: salir, ver, preguntar y contar.
Guerra civil, exilio y franquismo
Iniciada a los dieciocho años, Irene Polo no solo vivió del periodismo —hoy un oxímoron, pero entonces una proeza, sobre todo para una mujer—, sino que antes de cumplir treinta fue jefa de redacción del vespertino Última hora, cuyos subordinados la tenían en alta estima profesional. Sin embargo, cuando Margarida Xirgu le ofreció ser la responsable de comunicación de su compañía teatral, dejó el periódico y se sumó a su gira latinoamericana, aunque el estallido de la guerra civil motivó que en 1937 fijase su residencia en Buenos Aires.
Atrás quedaban los años —apenas ocho, entre 1927 y 1935— en los que aquella intrusa irrumpió en el periodismo con sus reseñas cinematográficas, sus crónicas sociales y sus reportajes políticos. De los perfiles de Greta Garbo y Buster Keaton a la entrevista en un taxi "despintado y asmático" a la "estrella barcelonesa" Luisa Fernanda Sala, en realidad una actriz menor, de ahí el interés de su mirada. De su descenso a la cuenca minera a su ascenso a El Escorial, escenario de una concentración fascista donde, infiltrada, entrevista a José Antonio Primo de Rivera. De las fiestas populares de Gracia a la pomposidad del Ritz.
"Ella convierte en objeto noticiable el uso del espacio público y, cuando adquiere cierta entidad, comienza a escribir artículos ciudadanos que buscan mejorar la vida de las personas", señala Francesc Salgado, quien destaca sus innovaciones en el oficio, como la visión cinematográfica. "Imita las técnicas de comunicación del cine, comerciales y dirigidas al gran público [pues había trabajado como publicista en la distribuidora Gaumont], y las lleva a sus textos sobre la vida de la ciudad, de ahí que sean como una cámara que recorre las calles".
Pese al respeto que le profesaban sus compañeros de redacción, su inventiva y su atrevimiento le reportaron todo tipo de insultos, recuerda el prologuista de Una intrusa en la prensa, que recupera 77 artículos en castellano publicados en diversas cabeceras entre 1927 y 1931. Escribió en El Día Gráfico, en El Cine. Revista Popular Ilustrada, en el boletín mensual Información Cinematográfica, en el semanario gráfico Imatges y en Las Noticias, "donde se convierte en una institución de Las Ramblas". Sin embargo, no empezó a firmar sus artículos con regularidad hasta 1930.
"Era una mujer rodeada de hombres. Y, aunque usaba seudónimos para disimular que la revista donde trabajaba la hacían entre cuatro gatos, también hay un punto de machismo, porque en el fondo sus firmas eran masculinas", critica el investigador de la historia del periodismo. "La misma situación que atravesó María Luz Morales, cuya condición para poder trabajar en La Vanguardia fue que firmase como Felipe Centeno", añade Francesc Salgado, quien espera recopilar toda su obra en otros cuatro volúmenes.
Lesbiana, nudista, republicana
Su figura, tras ser recuperada por Glòria Santa-Maria y Pilar Tur, ha adquirido protagonismo en otros libros, como Las chicas malas de la República (La Esfera), de Rafael Torres, quien considera que su condición de nudista, lesbiana y progresista contribuyó al borrado de su nombre: "Fue víctima de la reacción brutal, desproporcionada y violenta que siguió a la Segunda República, el periodo de libertad que permitió a ella y a otras mujeres reivindicar no ya sus derechos, sino también una existencia hasta entonces negada, salvo como subalterna al hombre".
"Usaba pantalones, hacía lo que le daba la gana y no le tenía miedo a nada, pese que bajo su mirada retadora e interpeladora se escondía una mujer tímida. De origen humilde, fue una persona que se creó a sí misma, que dedicó su tiempo libre a instruirse y a aprender idiomas, que bajó a la calle para dar cuenta de la realidad y que aportó savia nueva al periodismo, deslumbrando a todos, como cuando hurgó en una casa de empeños para averiguar qué llevaba a la gente a despojarse de sus últimas pertenencias para poder sobrevivir", explica.
El escritor también la reivindica como pionera de la crítica a la turistificación, pues "fue una adelantada en alertar sobre el inmenso poder corruptor y destructor del turismo en su Postal de Ibiza, donde tomaba el sol desnuda en la playa y tenía sus aventuras sin estar sometida al control social de la ciudad". Una gran reportera sin igual que "hizo cosas tan inverosímiles como infiltrarse en el aquelarre fascista de Acción Popular para contar desde dentro qué se estaba fraguando y para describir un clima irrespirable de violencia política que conecta con la actualidad".
¿Influyeron su homosexualidad y sus ansias de libertad en su escritura? Francesc Salgado cree que definen sus intereses, pues entrevistó a muchas mujeres alejadas de la agenda informativa. "Dotada de una gran agudeza psicológica, esa atracción es una línea de trabajo en sus artículos y en unas charlas muy particulares y expresivas". Sin embargo, pone en duda que tuviese una relación sentimental con Margarita Xirgu: "Quedó fascinada por ella, como antes se encandiló con Antonia Mercé, la Argentina".
Adiós a la Segunda República
Durante la gira latinoamericana de la actriz y directora teatral, en la que se representaron obras de Federico García Lorca, Irene Polo se quedó varada en Buenos Aires. Tras conseguir reunir a su madre y a sus hermanas, una casada y otra enferma, la persigue la melancolía. Echa de menos España, lejana y franquista. Teme el advenimiento del nazismo, como el escritor austriaco Stefan Zweig, quien se suicidó junto a su mujer en Brasil el mismo año que ella, en 1942.
Tampoco prosperó su relación con la diplomática mexicana Judith Martínez Ortega. "La dejó porque no tenía tiempo para dedicarse a su vida sentimental, lo que la va hundiendo. El mundo iba por un lado y ella, por otro. Le pesó que Francisco Franco ganara la guerra civil y que Adolf Hitler estuviese a punto de vencer la Segunda Guerra Mundial, lo que implicaba que Europa desapareciese y se apagase la esperanza de poner fin al franquismo", analiza el autor de Una intrusa en la prensa.
En su correspondencia relata el dolor que le provocaba ver esvásticas en la capital argentina. Quizás fuese depresiva, aunque no cabe duda de que las circunstancias la arrojaron al desaliento. "Perdió su profesión, su país, su entorno social de los exiliados, su último romance conocido y, con la llegada de su familia y el auge del nazismo, se hunde", concluye Francesc Salgado. Para el contador a los treinta y tres años. Caída en el olvido, el exilio y el franquismo fueron su losa. Sus escritos no se recuperaron hasta casi un siglo después. Reposa en el cementerio porteño de La Cacharita.
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