junio 22, 2009

A un poeta muerto y a otro podrido... (+ Lansky)

(Publicado por Lansky en 22-may-2009. El título lo dice todo.
En su página se puede ver una hermosa placa encabezando el texto. Lema: "Los que dan consejos ciertos a los vivos son los muertos"... Cierto. PAQUITA) www.lansky-al-habla.com/

Se murió despacio, callado de lo que no eran sus versos, sin deudas ni reclamos.
Se murió callado, como un obrero, como un oficinista, como un cobrador de autobús, pero otros espíritus celestiales, soles vivos sólo comparables a Petrarca –eso creen- que morirán aullando, como viven, reclamando no se sabe qué deudas ni qué títulos ni qué exclusiones, gritaron por él y contra él. Parece que es posible ser poeta y detestable, pero sólo se puede ser bueno si eres buen poeta. Hay quienes creen que gritar contra un cadáver aún caliente es un servicio al Arte (¿veis las mayúsculas?), como hay quien cree que robar el cepillo de la iglesia es una lucha contra el oscurantismo y por la verdad científica

No obstante, se puede guardar una corona de oro en una caja de zapatos y una blasfemia en un retal de seda. Juntar vidrios rotos y nalgas en la noche. Tener cara de rana y ser poeta leonés o de ratoncito y de la Banda Oriental. Poetas de la experiencia o poetas del conocimiento, ponen las etiquetas, contar tu tiempo o buscar la metafísica de la vida. Pero todos los poetas llevan una horquilla de fresno en las manos que detecta vetas de aguas que tampoco se ven y de las que bebemos los demás. Hablar sólo en prosa es como estar ciego a ratos.

Hay quienes escriben versos en papel para no ensuciar las paredes, y quienes saben que el papel es más perdurable que el graffiti. Quien más levanta la voz es justo el que menos lleva la razón.

Para unos, un poema es un recado al cielo, para otros, al oído: un mensaje horizontal a sus semejantes. Un aviso a los navegantes, un prohibido el paso a los intolerantes. Los hay que aconsejan, aunque sin levantar el dedo: poetas tíos. Los que denuncian, sin atestado: poetas de guardia. Los que se maravillan, poetas asombrados. Los que se preguntan, poetas exploradores. Los que responden, poetas informadores. Los que insultan a los cielos, poetas re-clamadores de todos los desiertos, y los que alaban, piadosos.

Los hay que venderían su alma por un sitio en la antología, y los que meten sus versos en botellas que lanzan al mar. Los que quieren un hueco en la historia de la literatura, y los que quieren sólo un sitio entre los hombres, un asiento en la taberna, un lugar en la fila.

Todos estos son poetas, pero nadie se puede llamar a sí mismo poeta, como nadie se puede llamar a sí mismo “bueno”; bueno, sí, un poeta, sí lo hizo en el buen sentido de la palabra y una sola vez. Porque poeta es un título que sólo te pueden conceder los demás. Los que bebemos sus aguas pero no las sabemos encontrar…

Hay poetas cursis, que llaman ‘oleandros’ a las adelfas o baladres, y ‘asfodelos’ a los gamones, humildes cebollas albarranas. La envidia es verde, Gamoneda[1], y tú haces fotosíntesis desprendiendo mierda. Baja la voz y pide la palabra.

Se me ocurre tu epitafio, bajo un grabado de una nariz sujeta por la pinza de los dedos pulgar e índice: “Aquí yace un pobre poeta. Aún echa pestes”


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