Rafa León · 12/2/2018
El
pasado día 8 tuve el placer de presentar "Los ojos de los fornecos", un
magnífico libro, apología de la Resistencia, de mi amigo Eladio Orta.
He aquí, más o menos, lo que traté de transmitir al respecto.
Muy buenas noches y gracias a todas y a todos por estar hoy aquí acompañándonos.
Me llamo Rafa León, y, antes que cualquier otra cosa, me gustaría pedir disculpas a aquellos de los presentes que no me conozcan, porque poco más voy a decir que les permita saber quien soy, a qué me dedico o cuáles son mis muchos vicios y mis pocas virtudes.
Espero que sepan comprenderlo. Porque hoy estamos aquí para hablar de "Los ojos de los fornecos" y de su autor, Eladio Orta.
En segundo lugar, y con ello concluyo este breve preámbulo, quisiera agradecer públicamente a Eladio la oportunidad que me ha brindado de estar esta noche presentando "Los ojos fornecos."
Porque, aunque no deja de ser un reto presentar la obra de alguien con tamaña categoría literaria y, sobre todo, humana, hoy, tras haberme deleitado con su lectura, sé que Eladio me propuso hacer esta presentación sabiendo a ciencia cierta que, al hacerlo, este que os habla disfrutaría tanto o más que un cangrejo violinista correteando al sol por el fango de la Isla de las Retamas.
Ahora les hablaré de manera sucinta de Eladio Orta.
Eladio es un ser humano entrañable, humilde y amable, una buena persona, que, desde "Los cuadernos del tío Prudencio" hasta este libro que hoy nos ocupa, cuenta ya en su haber con una amplia y muy interesante obra literaria. Evitaré ser prolijo enumerándola.
Pero, sobre todo, en Eladio, al menos para este que os habla, es de destacar su amplia e incansable trayectoria de lucha y compromiso en favor del medio ambiente; trayectoria que, como no podía ser de otro modo, impregna toda su obra poética; porque Eladio, por encima de cualquier otra cosa, es poeta. Tampoco abundaré en esta trayectoria.
En cualquier caso, y aunque estoy seguro de que a ninguno de los presentes les serán ajenos, no quiero dejar de mencionar algunos de los muchos frentes abiertos al respecto en la provincia de Huelva: Fosfoyesos; Vertedero de Nerva; barrabasadas urbanísticas perpetradas en prácticamente todo su litoral; aquellos pretendidos puentes faraónicos entre Huelva y Punta Umbría acuchillando las arterias de las Marismas del Odiel —puentes que, pocos males hay que no conlleven algún beneficio, la crisis mandó al fondo de un cajón olvidado en la Consejería de turno, al igual que la crisis ha dado un respiro a los habitantes de la Isla de las Retamas-; almacenamiento de gas en el subsuelo de Doñana; proliferación ad náuseam de pozos ilegales esquilmando el acuífero del que se alimenta este mismo espacio; Planes de Ordenación del Territorio varios que, bajo esa eufemística y rimbombante denominación, han venido a ser más que otra cosa planes para el saqueo del territorio, sus recursos y sus habitantes; y un largo etcétera. Hoy mismo maquinaria pesada de destrucción masiva ha estado ocupada es arrasar un cordón de dunas en las playas de Isla Cristina. Por no mencionar la pretensión del Ayuntamiento de Moguer de descatalogar 90 hectáreas de monte público, de pinares al borde del mar, en Mazagón. Como si no hubiese habido suficiente destrucción con la ocasionada por el pavoroso incendio que sufrió el entorno de Doñana el pasado verano.
Los ojos de los fornecos.
No puedo decir que me sorprenda —no es lo primero ni será lo último, o al menos eso espero, que lea de Eladio—, pero no por ello quisiera dejar de transmitiros que esta es una obra que, no sé si pretendiéndolo, viene a demostrar lo difusas y artificiosas que pueden llegar a resultar las fronteras que muchas veces tratamos de establecer o cuya existencia asumimos en la creación literaria.
Porque ¿en qué genero literario podríamos encuadrar "Los ojos de los fornecos"? En todos y en ninguno.
En el mismo apéndice que figura al final de esta joya poética del compromiso y la lucha, se nos dice que "va del relato novelado a la crónica más o menos fantástica y a la prosa poética".
En "Los ojos de los fornecos", resulta evidente, hay características propias de la narrativa. Pero también del ensayo. O de la crónica histórica. Y, sobre todo, de la poesía. "Todo es poesía menos las poesía", nos dejó escrito Nicanor Parra. "Los ojos de los fornecos" son prueba evidente de que no nos estaba transmitiendo ninguna fruslería.
En "Los ojos de los fornecos" nos encontramos con la crónica del devenir histórico de la Isla de las Retamas, desde que comenzaron a establecerse en ella sus primeros pobladores, la mayoría de ellos, si no todos, huyendo de algún que otro fantasma. "Todos los que llegamos a la Isla venimos huyendo de algún fantasma, pero no hay bicho más demoledor que las punzadas del hambre", le dice en un momento determinado la tía Josefa Giráldez al tío Benito Carro.
Una crónica no lineal, con continuas alteraciones cronológicas de los sucesos que se relatan, que llega hasta la actualidad, pasando, como no podía ser de otra forma, por la Dictadura franquista y ese otro periodo que dimos en llamar pomposamente Transición y que, en lo fundamental, no ha consistido más que en cambiar lo superfluo y en dar un barniz democrático al óxido de varias décadas de totalitarismo para que la desigualdad, el saqueo y la herrumbre no retrocedan un solo milímetro.
Una crónica, ciertamente de carácter local, pero que, con las particularidades de cada situación concreta, se podría hacer extensiva a todo el litoral mediterráneo. E incluso mucho más allá. Isla Canela, Pinar de la Pólvora y Marismas de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, El Algarrobico o la Amazonia vejada y esquilmada por la gula desmedida de nuestro tan incívico mundo civilizado.
En "Los ojos de los fornecos" asistimos a la lucha desigual entre dos mundos. Un mundo, que podríamos calificar de ancestral, el de los colonos de la Isla, un mundo cocinado a fuego lento; y el mundo del fast food y la voracidad sin límites de los Jinetes del Progreso.
Un mundo vivo de fango, longuerones, retamas, higos negros y tuneras; y un inframundo de cemento y espantosos leviatanes al servicio de la depredación sin freno de la que se nutre la gula desmedida de La Entidad Perturbadora y la de este sistema demencial que a pasos de gigante nos ha situado ya al borde del abismo y el caos.
Un mundo valeroso y sano en armonía con la naturaleza; y un mundo mórbido que la desafía de manera temeraria, y viene a querer ocupar su lugar, arrasándolo.
"Hasta el fango huele a mundo descompuesto. Un mundo se viene comiendo a otro mundo", podemos leer en uno de los pasajes de Los ojos de los Fornecos. Una depredación que no conoce límites y que viene a mermar hasta la "biodiversidad" que enriquece el lenguaje: "Playa se viene comiendo a costa, medusa a alburraca, alga a papelejo y duna a cabezo. Palabras sinónimas pero con distinto significado. La muerte es el último orgasmo en las aristas desbordadas de las aguas vivas en aguaje."
Un mundo voraz que agrede, y un mundo que se resiste a ser devorado.
Así, "Los ojos de los fornecos" se erige en denuncia de ese mundo violento; y en filosofía de la resistencia. En alegato contra el despilfarro. En una suerte de ensayo de carácter sociopolítico o tratado de la especulación urbanística y sus mafias, ese contubernio económico-mediático-político-judicial dedicado a la destrucción, el saqueo y la privatización de lo que nunca debería dejar de ser patrimonio de todos. En una obra que desenmascara esta falsa democracia de cartón piedra que, lejos de cualquier concepto de libertad, no es más que libertinaje y gula consumista de los menos, y opresión y miseria para los muchos. Una obra que, en definitiva, y a poco que nos dejemos llevar por la fragancia embriagadora del fango, nos puede servir de báculo poético para reconciliarnos con la naturaleza. "Poesía necesaria como el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto."
La de la lucha ecologista es una historia que, hasta la fecha, se ha venido contando más que nada por derrotas. Una historia en la que las victorias, salvo contadas excepciones, no han consistido más que el aplazamiento durante un tiempo de las derrotas del futuro. Pero no podemos ni debemos desfallecer.
Debemos ser optimistas y no ver en la Isla de las Retamas un mundo en vías de extinción, sino un mundo que, pese a ser puesto casi a diario a los pies de los caballos de los Jinetes del Progreso, se resiste a morir. Y lucha por su supervivencia. Y esa lucha, esa resistencia, con la complicidad del mar y los vendavales de poniente, seguirá dando nutritivos frutos para alimentar la esperanza, en tanto queden a pie de fango luchadores como el tío Martín o Eladio Orta.
Nos dijo Celaya, tal vez en el más conocido de sus versos, que la poesía es un arma cargada de futuro. Debo confesar que llevo tanto tiempo esperando que ese arma dispare de una vez por todas, que ya empiezo a tener mis dudas al respecto.
Pero también quiero ser optimista y creer en que "Los ojos de los fornecos", a poco que todos aportamos nuestro granito de pólvora, pudiera ser una de esas armas descargando una hilarante y contundente perdigonada de sal en el apestoso y orondo culo de la Entidad Perturbadora y los Jinetes del Progreso.
Voy terminando. Y no lo voy a hacer tratando de venderos "Los ojos de los fornecos". No es esa mi función. Pero no sería honesto si dejase de deciros que con que uno solo de los presentes, que sé que seréis muchos más, terminase leyendo este libro, me sentiría satisfecho por el deber cumplido. El deber de haber contribuido a crear conciencia acerca de la importancia capital que tiene la defensa del medio ambiente con todos los medios a nuestro alcance, también con la poesía, para garantizar un vida digna a los que vendrán a ocupar nuestro lugar en el futuro.
Y os aseguro, ya lo comprobaréis cuando lo hagáis, que con su lectura, con la lectura de "Los ojos de los fornecos", viviréis momentos de magia y alquimia. Porque este libro se transformará entre vuestras manos en un pedacito vivo de fango de la Isla de las Retamas.
Un pedacito de fango que necesita ser olido, acariciado, saboreado; que necesita que le insuflemos todo nuestro aliento para continuar resistiendo, para no terminar muriéndosenos con sus arterias infestadas de cemento y desesperanza.
Y una vez que lo hayáis olido, saboreado y alentado, no dudéis en prestarlo o regalarlo. A vuestros padres, hijos, hermanos, al peor de vuestros enemigos. A vuestra frutera, al quiosquero de la esquina o a la vecina del noveno B, a ver si el olor a marisma y poniente le hacen abrir sus somnolientos ojos color verde esperanza, y termina también amando y dando aliento al fango y acogiendo en su regazo a ese desvalido curricurri al que los Jinetes del Progreso tienen permanentemente al borde del desahucio.
No quiero terminar sin haber leído uno de los poemas de Eladio, que forman parte de uno de sus poemarios. El titulado "Entidad Perturbadora". Un poemario que, sin duda, ha tenido mucho que ver en la gestación, años más tarde, de "Los ojos de los Fornecos."
casta de sinvergüenzas
crecí con una expropiación
a la espalda
condenado
a vivir el exilio del agua
en una isla de límites variables
construyeron un puente
para llevarnos al matadero
las noches eran un rosario
de máquinas que avanzaban
sin hacer ruidos
y amanecían piedras
en los caminos
para que tropezáramos
casta de sinvergüenzas
los expropiadores
Nada más por mi parte. Os dejo con Eladio Orta y "Los ojos de los fornecos". Muchas gracias.
Jueves, 8 de febrero de 2018. Biblioteca Pública Provincial de Huelva.
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Muy buenas noches y gracias a todas y a todos por estar hoy aquí acompañándonos.
Me llamo Rafa León, y, antes que cualquier otra cosa, me gustaría pedir disculpas a aquellos de los presentes que no me conozcan, porque poco más voy a decir que les permita saber quien soy, a qué me dedico o cuáles son mis muchos vicios y mis pocas virtudes.
Espero que sepan comprenderlo. Porque hoy estamos aquí para hablar de "Los ojos de los fornecos" y de su autor, Eladio Orta.
En segundo lugar, y con ello concluyo este breve preámbulo, quisiera agradecer públicamente a Eladio la oportunidad que me ha brindado de estar esta noche presentando "Los ojos fornecos."
Porque, aunque no deja de ser un reto presentar la obra de alguien con tamaña categoría literaria y, sobre todo, humana, hoy, tras haberme deleitado con su lectura, sé que Eladio me propuso hacer esta presentación sabiendo a ciencia cierta que, al hacerlo, este que os habla disfrutaría tanto o más que un cangrejo violinista correteando al sol por el fango de la Isla de las Retamas.
Ahora les hablaré de manera sucinta de Eladio Orta.
Eladio es un ser humano entrañable, humilde y amable, una buena persona, que, desde "Los cuadernos del tío Prudencio" hasta este libro que hoy nos ocupa, cuenta ya en su haber con una amplia y muy interesante obra literaria. Evitaré ser prolijo enumerándola.
Pero, sobre todo, en Eladio, al menos para este que os habla, es de destacar su amplia e incansable trayectoria de lucha y compromiso en favor del medio ambiente; trayectoria que, como no podía ser de otro modo, impregna toda su obra poética; porque Eladio, por encima de cualquier otra cosa, es poeta. Tampoco abundaré en esta trayectoria.
En cualquier caso, y aunque estoy seguro de que a ninguno de los presentes les serán ajenos, no quiero dejar de mencionar algunos de los muchos frentes abiertos al respecto en la provincia de Huelva: Fosfoyesos; Vertedero de Nerva; barrabasadas urbanísticas perpetradas en prácticamente todo su litoral; aquellos pretendidos puentes faraónicos entre Huelva y Punta Umbría acuchillando las arterias de las Marismas del Odiel —puentes que, pocos males hay que no conlleven algún beneficio, la crisis mandó al fondo de un cajón olvidado en la Consejería de turno, al igual que la crisis ha dado un respiro a los habitantes de la Isla de las Retamas-; almacenamiento de gas en el subsuelo de Doñana; proliferación ad náuseam de pozos ilegales esquilmando el acuífero del que se alimenta este mismo espacio; Planes de Ordenación del Territorio varios que, bajo esa eufemística y rimbombante denominación, han venido a ser más que otra cosa planes para el saqueo del territorio, sus recursos y sus habitantes; y un largo etcétera. Hoy mismo maquinaria pesada de destrucción masiva ha estado ocupada es arrasar un cordón de dunas en las playas de Isla Cristina. Por no mencionar la pretensión del Ayuntamiento de Moguer de descatalogar 90 hectáreas de monte público, de pinares al borde del mar, en Mazagón. Como si no hubiese habido suficiente destrucción con la ocasionada por el pavoroso incendio que sufrió el entorno de Doñana el pasado verano.
Los ojos de los fornecos.
No puedo decir que me sorprenda —no es lo primero ni será lo último, o al menos eso espero, que lea de Eladio—, pero no por ello quisiera dejar de transmitiros que esta es una obra que, no sé si pretendiéndolo, viene a demostrar lo difusas y artificiosas que pueden llegar a resultar las fronteras que muchas veces tratamos de establecer o cuya existencia asumimos en la creación literaria.
Porque ¿en qué genero literario podríamos encuadrar "Los ojos de los fornecos"? En todos y en ninguno.
En el mismo apéndice que figura al final de esta joya poética del compromiso y la lucha, se nos dice que "va del relato novelado a la crónica más o menos fantástica y a la prosa poética".
En "Los ojos de los fornecos", resulta evidente, hay características propias de la narrativa. Pero también del ensayo. O de la crónica histórica. Y, sobre todo, de la poesía. "Todo es poesía menos las poesía", nos dejó escrito Nicanor Parra. "Los ojos de los fornecos" son prueba evidente de que no nos estaba transmitiendo ninguna fruslería.
En "Los ojos de los fornecos" nos encontramos con la crónica del devenir histórico de la Isla de las Retamas, desde que comenzaron a establecerse en ella sus primeros pobladores, la mayoría de ellos, si no todos, huyendo de algún que otro fantasma. "Todos los que llegamos a la Isla venimos huyendo de algún fantasma, pero no hay bicho más demoledor que las punzadas del hambre", le dice en un momento determinado la tía Josefa Giráldez al tío Benito Carro.
Una crónica no lineal, con continuas alteraciones cronológicas de los sucesos que se relatan, que llega hasta la actualidad, pasando, como no podía ser de otra forma, por la Dictadura franquista y ese otro periodo que dimos en llamar pomposamente Transición y que, en lo fundamental, no ha consistido más que en cambiar lo superfluo y en dar un barniz democrático al óxido de varias décadas de totalitarismo para que la desigualdad, el saqueo y la herrumbre no retrocedan un solo milímetro.
Una crónica, ciertamente de carácter local, pero que, con las particularidades de cada situación concreta, se podría hacer extensiva a todo el litoral mediterráneo. E incluso mucho más allá. Isla Canela, Pinar de la Pólvora y Marismas de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, El Algarrobico o la Amazonia vejada y esquilmada por la gula desmedida de nuestro tan incívico mundo civilizado.
En "Los ojos de los fornecos" asistimos a la lucha desigual entre dos mundos. Un mundo, que podríamos calificar de ancestral, el de los colonos de la Isla, un mundo cocinado a fuego lento; y el mundo del fast food y la voracidad sin límites de los Jinetes del Progreso.
Un mundo vivo de fango, longuerones, retamas, higos negros y tuneras; y un inframundo de cemento y espantosos leviatanes al servicio de la depredación sin freno de la que se nutre la gula desmedida de La Entidad Perturbadora y la de este sistema demencial que a pasos de gigante nos ha situado ya al borde del abismo y el caos.
Un mundo valeroso y sano en armonía con la naturaleza; y un mundo mórbido que la desafía de manera temeraria, y viene a querer ocupar su lugar, arrasándolo.
"Hasta el fango huele a mundo descompuesto. Un mundo se viene comiendo a otro mundo", podemos leer en uno de los pasajes de Los ojos de los Fornecos. Una depredación que no conoce límites y que viene a mermar hasta la "biodiversidad" que enriquece el lenguaje: "Playa se viene comiendo a costa, medusa a alburraca, alga a papelejo y duna a cabezo. Palabras sinónimas pero con distinto significado. La muerte es el último orgasmo en las aristas desbordadas de las aguas vivas en aguaje."
Un mundo voraz que agrede, y un mundo que se resiste a ser devorado.
Así, "Los ojos de los fornecos" se erige en denuncia de ese mundo violento; y en filosofía de la resistencia. En alegato contra el despilfarro. En una suerte de ensayo de carácter sociopolítico o tratado de la especulación urbanística y sus mafias, ese contubernio económico-mediático-político-judicial dedicado a la destrucción, el saqueo y la privatización de lo que nunca debería dejar de ser patrimonio de todos. En una obra que desenmascara esta falsa democracia de cartón piedra que, lejos de cualquier concepto de libertad, no es más que libertinaje y gula consumista de los menos, y opresión y miseria para los muchos. Una obra que, en definitiva, y a poco que nos dejemos llevar por la fragancia embriagadora del fango, nos puede servir de báculo poético para reconciliarnos con la naturaleza. "Poesía necesaria como el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto."
La de la lucha ecologista es una historia que, hasta la fecha, se ha venido contando más que nada por derrotas. Una historia en la que las victorias, salvo contadas excepciones, no han consistido más que el aplazamiento durante un tiempo de las derrotas del futuro. Pero no podemos ni debemos desfallecer.
Debemos ser optimistas y no ver en la Isla de las Retamas un mundo en vías de extinción, sino un mundo que, pese a ser puesto casi a diario a los pies de los caballos de los Jinetes del Progreso, se resiste a morir. Y lucha por su supervivencia. Y esa lucha, esa resistencia, con la complicidad del mar y los vendavales de poniente, seguirá dando nutritivos frutos para alimentar la esperanza, en tanto queden a pie de fango luchadores como el tío Martín o Eladio Orta.
Nos dijo Celaya, tal vez en el más conocido de sus versos, que la poesía es un arma cargada de futuro. Debo confesar que llevo tanto tiempo esperando que ese arma dispare de una vez por todas, que ya empiezo a tener mis dudas al respecto.
Pero también quiero ser optimista y creer en que "Los ojos de los fornecos", a poco que todos aportamos nuestro granito de pólvora, pudiera ser una de esas armas descargando una hilarante y contundente perdigonada de sal en el apestoso y orondo culo de la Entidad Perturbadora y los Jinetes del Progreso.
Voy terminando. Y no lo voy a hacer tratando de venderos "Los ojos de los fornecos". No es esa mi función. Pero no sería honesto si dejase de deciros que con que uno solo de los presentes, que sé que seréis muchos más, terminase leyendo este libro, me sentiría satisfecho por el deber cumplido. El deber de haber contribuido a crear conciencia acerca de la importancia capital que tiene la defensa del medio ambiente con todos los medios a nuestro alcance, también con la poesía, para garantizar un vida digna a los que vendrán a ocupar nuestro lugar en el futuro.
Y os aseguro, ya lo comprobaréis cuando lo hagáis, que con su lectura, con la lectura de "Los ojos de los fornecos", viviréis momentos de magia y alquimia. Porque este libro se transformará entre vuestras manos en un pedacito vivo de fango de la Isla de las Retamas.
Un pedacito de fango que necesita ser olido, acariciado, saboreado; que necesita que le insuflemos todo nuestro aliento para continuar resistiendo, para no terminar muriéndosenos con sus arterias infestadas de cemento y desesperanza.
Y una vez que lo hayáis olido, saboreado y alentado, no dudéis en prestarlo o regalarlo. A vuestros padres, hijos, hermanos, al peor de vuestros enemigos. A vuestra frutera, al quiosquero de la esquina o a la vecina del noveno B, a ver si el olor a marisma y poniente le hacen abrir sus somnolientos ojos color verde esperanza, y termina también amando y dando aliento al fango y acogiendo en su regazo a ese desvalido curricurri al que los Jinetes del Progreso tienen permanentemente al borde del desahucio.
No quiero terminar sin haber leído uno de los poemas de Eladio, que forman parte de uno de sus poemarios. El titulado "Entidad Perturbadora". Un poemario que, sin duda, ha tenido mucho que ver en la gestación, años más tarde, de "Los ojos de los Fornecos."
casta de sinvergüenzas
crecí con una expropiación
a la espalda
condenado
a vivir el exilio del agua
en una isla de límites variables
construyeron un puente
para llevarnos al matadero
las noches eran un rosario
de máquinas que avanzaban
sin hacer ruidos
y amanecían piedras
en los caminos
para que tropezáramos
casta de sinvergüenzas
los expropiadores
Nada más por mi parte. Os dejo con Eladio Orta y "Los ojos de los fornecos". Muchas gracias.
Jueves, 8 de febrero de 2018. Biblioteca Pública Provincial de Huelva.
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