noviembre 20, 2018

El fascismo es violento en sus origenes y en sus calostros, de Marisa Peña

Marisa Peña ·   30/9/2018
El fascismo no es una ideología como cualquier otra, por mucho que tras décadas de falsificación histórica se haya querido vender así. El fascismo no deriva en violencia por mala praxis o corrupción de sus miembros. El fascismo es violento en sus origenes y en sus calostros. Cuando en los felices años veinte el capitalismo alegre y confiado ve peligrar sus logros y privilegios con el avance de las revoluciones y los movimientos obreros, decide apostar por esa opción que como una pequeña serpiente se desenroscaba lentamente buscando alimento. Y lo encontró. Banqueros, terratenientes, oligarcas y jerarcas de las esferas del poder político, económico, religioso y militar coquetearon con Hitler y Mussolini, o con Primo de Rivera o el Somatén, para evitar ser desbancados como ya había ocurrido en Rusia. El caldo de cultivo era el miedo, la ignorancia y la crisis económica que, muy oportunamente, asoló occidente en los años 30. Donde el movimiento sindical era fuerte y la población trabajadora estaba ideologizada, organizada en ateneos y casas del pueblo, y tenía conciencia de clase el fascismo no tuvo mucho que hacer. Y ese fue el caso de España, donde, al contrario que en Italia o Alemania, la izquierda había frenado ese fascismo reduciéndolo a las élites y pequeños grupúsculos del mundo rural y caciquil. El fascismo y sus proclamas no dejan lugar a dudas. Apoyarlos era apoyar el supremacismo racial, religioso, sexual y patriarcal. Era preferir la patria a la internacional obrera, era aceptar las jerarquías y la obediencia ciega. Era odiar a Marx sobre todas las cosas y pensar que el diferente o el débil no merecían sino la muerte. El culto al militarismo, la elección de símbolos como el águila imperial, los yugos y las flechas o la esvástica no fueron baladíes.Tampoco su vestimenta, el color de sus camisas y su gusto por los desfiles o su necesidad de provocar el miedo y la sumisión. Apoyar el fascismo en cualquiera de sus manifestaciones era apoyar al monstruo que alimentó el capitalismo para frenar esa máxima del internacionalismo obrero que rezaba así:

"Arriba, parias de la Tierra!
¡En pie, famélica legión!
Atruena la razón en marcha:
es el fin de la opresión.
Del pasado hay que hacer añicos.
¡Legión esclava en pie a vencer!
El mundo va a cambiar de base.
Los nada de hoy todo han de ser."

Y en frenar a esa famélica legión consistía todo. Y como decía mi bella miliciana: "Los patronos...ahí iban ellos a dejar que cambiara todo sin mordernos la yugular". Pues más claro, agua.

PD. Para contrastar datos acudan a los apuntes de Historia moderna y contemporánea de tercero de carrera, a los cientos de libros sobre marxismo, sindicalismo y anarcosindicalismo que hay en la biblioteca de mi padre, escuchen testimonios orales de protagonistas de la época, vean documentales, películas históricas como Novecento, lean a autores de la época y no se pierdan las burradas fascistas que vertieron por sus bocas Ramiro de Maeztu, Onésimo Redondo, Astray, Queipo del Llano, Mussolini, Goebbels. Y luego ya sacamos conclusiones.

Marisa Peña, Enredando memoria.

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