Graciela Caballero Irigoyen · 31 ENE 2020 elpais.com Miguel Ángel Criado
Los mayores de 40 años quizá recuerden las terribles imágenes
grabadas en 1990 en diversos orfanatos de Rumanía. Mostraban a niños de
corta edad hacinados, desnutridos, sin higiene y totalmente
desamparados. Hacía un año que la dictadura de Nicolae Ceausescu
había caído con su fusilamiento. Una oleada de compasión internacional
rescató a muchos de aquellos pequeños, siendo adoptados por familias
occidentales. Pero, a pesar de su cariño y cuidados, aún llevan la marca
de aquel sufrimiento: el volumen total de su cerebro es menor que el de
otros chicos. Además, según el seguimiento a decenas de ellos,
presentan un menor cociente intelectual, peor expediente académico,
mayor tasa de paro y más problemas emocionales ya adultos.
La mayoría de los 100.000 niños que llegaron a estar en instituciones estatales de la Rumanía de Ceausescu no eran huérfanos. Habían sido abandonados por sus padres tras una alocada política natalista del dictador que se dio de bruces con la crisis económica de los ochenta. Con las primeras adopciones, la mayoría por parte de familias anglosajonas, los científicos vieron la oportunidad de estudiar el impacto del sufrimiento, de un ambiente adverso, en los primeros años de vida. Por estudios en ratoncitos, se sabía que en esos primeros meses del desarrollo del cerebro y, por tanto, de la personalidad, las condiciones ambientales tienen una gran influencia. Por razones éticas obvias era imposible replicar estos experimentos en pequeños humanos. De ahí, la relevancia como experimento natural de los huérfanos rumanos.
"Más de 20 años después de que acabaran aquellas condiciones, aún podemos observar diferencias en la estructura cerebral", dice la investigadora del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King's College de Londres Nuri (...)
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La mayoría de los 100.000 niños que llegaron a estar en instituciones estatales de la Rumanía de Ceausescu no eran huérfanos. Habían sido abandonados por sus padres tras una alocada política natalista del dictador que se dio de bruces con la crisis económica de los ochenta. Con las primeras adopciones, la mayoría por parte de familias anglosajonas, los científicos vieron la oportunidad de estudiar el impacto del sufrimiento, de un ambiente adverso, en los primeros años de vida. Por estudios en ratoncitos, se sabía que en esos primeros meses del desarrollo del cerebro y, por tanto, de la personalidad, las condiciones ambientales tienen una gran influencia. Por razones éticas obvias era imposible replicar estos experimentos en pequeños humanos. De ahí, la relevancia como experimento natural de los huérfanos rumanos.
"Más de 20 años después de que acabaran aquellas condiciones, aún podemos observar diferencias en la estructura cerebral", dice la investigadora del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King's College de Londres Nuri (...)
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