Antonio Larrey Lázaro en EL TRASTERO DE LA IMAGINACION · 5/6/2020
OBAMA Y LAS REVUELTAS:
Ya sabéis que no creo en las casualidades. Que esta especie de revolución (pacífica, pese a los oportunistas de siempre) afroamericana al otro lado del Atlántico haya llegado no es fruto del azar. Según Vox está auspiciada por los progres multimillonarios que es, después del “cuando yo nací mi madre estaba en casa de la vecina”, de Gila, uno de los mejores chistes que he escuchado. Encajaría con más de un personaje de “Amanece que no es poco”. Los factores de esta ¿revolución? los dejaremos para otros artículos y, sobre todo, a otras mentes más sesudas que las del ideólogo del Trastero. Pero sí que me gustaría recordar uno de los elementos que debería figurar en ese análisis: Obama. El primer presidente negro en Estados Unidos. Hago memoria: la caída del Muro, el fin de la guerra de Irak o la del Golfo, la primera victoria de Zapatero… pocas cosas de las que ocurrieron a nivel político en mi entorno me entusiasmaron tanto como la llegada de Barak a la Casa Blanca. La realidad todavía no me lastraba con la misma fuerza que lo hace hoy en día, así que os prometo que pensé que podría cambiar su país para siempre. Un país que, como el español, tiene un cáncer oculto que solo da la cara en los peores momentos. Allí es la supremacía blanca, aquí una supremacía a la que no le podemos poner color pero que huele igual de mal. Aquí tenemos muertos en las cunetas, calles con nombres indecentes, cruces infames y el freno puesto siempre a la memoria. Allí una desigualdad latente y una sospecha delictiva continua por el color de la piel. Da igual que la mona se vista de seda, que si es negra, está jodida. La punta del iceberg, esta vez, ha sido la rodilla de un blanco, sí, un blanco, sobre el cuello de un negro, sí, de un negro. Pero por debajo subyacen las miradas, los desprecios, las manos al bolso… Así que me faltan inyecciones de realismo para intuir como hubiera sido Yankilandia sin los años de Obama, pero sé que no hizo su trabajo. No le culpo, me vuelven a faltar conocimientos para saber si hizo lo que pudo, pero yo, al menos, le reservaba un lugar prominente en la historia, la del presidente que lo cambio todo. Mi humilde opinión es que su efeméride máxima fue ser el primero en llegar. Nada más. Me siento tan pesimista que cuando mi hijo me pregunta si las movilizaciones lograrán cambiar algo le pregunto ¿a ti que te parece? Porque decirle la verdad me parece ser demasiado negativo.
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Ya sabéis que no creo en las casualidades. Que esta especie de revolución (pacífica, pese a los oportunistas de siempre) afroamericana al otro lado del Atlántico haya llegado no es fruto del azar. Según Vox está auspiciada por los progres multimillonarios que es, después del “cuando yo nací mi madre estaba en casa de la vecina”, de Gila, uno de los mejores chistes que he escuchado. Encajaría con más de un personaje de “Amanece que no es poco”. Los factores de esta ¿revolución? los dejaremos para otros artículos y, sobre todo, a otras mentes más sesudas que las del ideólogo del Trastero. Pero sí que me gustaría recordar uno de los elementos que debería figurar en ese análisis: Obama. El primer presidente negro en Estados Unidos. Hago memoria: la caída del Muro, el fin de la guerra de Irak o la del Golfo, la primera victoria de Zapatero… pocas cosas de las que ocurrieron a nivel político en mi entorno me entusiasmaron tanto como la llegada de Barak a la Casa Blanca. La realidad todavía no me lastraba con la misma fuerza que lo hace hoy en día, así que os prometo que pensé que podría cambiar su país para siempre. Un país que, como el español, tiene un cáncer oculto que solo da la cara en los peores momentos. Allí es la supremacía blanca, aquí una supremacía a la que no le podemos poner color pero que huele igual de mal. Aquí tenemos muertos en las cunetas, calles con nombres indecentes, cruces infames y el freno puesto siempre a la memoria. Allí una desigualdad latente y una sospecha delictiva continua por el color de la piel. Da igual que la mona se vista de seda, que si es negra, está jodida. La punta del iceberg, esta vez, ha sido la rodilla de un blanco, sí, un blanco, sobre el cuello de un negro, sí, de un negro. Pero por debajo subyacen las miradas, los desprecios, las manos al bolso… Así que me faltan inyecciones de realismo para intuir como hubiera sido Yankilandia sin los años de Obama, pero sé que no hizo su trabajo. No le culpo, me vuelven a faltar conocimientos para saber si hizo lo que pudo, pero yo, al menos, le reservaba un lugar prominente en la historia, la del presidente que lo cambio todo. Mi humilde opinión es que su efeméride máxima fue ser el primero en llegar. Nada más. Me siento tan pesimista que cuando mi hijo me pregunta si las movilizaciones lograrán cambiar algo le pregunto ¿a ti que te parece? Porque decirle la verdad me parece ser demasiado negativo.
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