Gorka Castillo Madrid , 25/05/2023
El debate para transformar grandes metrópolis como Madrid o Barcelona en lugares más habitables se ha convertido en una tarea de titanes por la presión que sigue ejerciendo la industria inmobiliaria
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El tranvía de Vitoria, uno de sus elementos característicos de la ciudad. / Calafellvalo (Flickr)
Por el momento, los resultados obtenidos por las grandes ciudades que han desafiado a los especuladores inmobiliarios con readaptaciones urbanas que mejoran la vida del ciudadano no están siendo muy halagüeños. Un estudio del mercado inmobiliario y de las condiciones sociodemográficas en 28 ciudades de Europa y Norteamérica ha revelado que la planificación de zonas verdes terminó potenciando procesos de gentrificación en 17 de esas urbes, en parte debido a la falta de medidas de justicia social que permitieran el acceso igualitario a estos espacios. “No debería extrañar”, añade Ariza. “Madrid es hoy una de las ciudades más segregadas por clase social de Europa”. El noroeste rico, construido en el siglo XIX sobre una leve colina, se levantó como un mirador frente a los paisajes de la sierra. El sudeste precario se ideó, en cambio, para contemplar la sequedad de la Meseta mientras absorbía las escorrentías residuales cuando no había alcantarillado. La construcción de la M-30 en los años setenta para facilitar la movilidad en coche fue la frontera definitiva para separar estas dos ciudades.
Sin embargo, también hay transformaciones que están resultando modélicas. París es, quizá, el ejemplo más exportable a Madrid por escala y demografía. El cambio experimentado por la capital gala desde la puesta en marcha de su proyecto de ‘ciudad de 15 minutos’ es realmente admirable. El centro urbano se ha convertido en territorio vetado a los coches privados. Sólo los vehículos compartidos circulan por las avenidas. Los nuevos tranvías transitan por unas medianas verdes plantadas en mitad de las arterias. Se ha construido una red de carriles reservados a los autobuses y los taxis. Y las bicicletas han conquistado el espacio. Muchos distritos han construido instalaciones para cubrir sus necesidades básicas. De esta manera, sus habitantes ya no tienen que planificar una hora de trayecto con tres trasbordos en transporte público o en su coche particular para ir al dentista, al colegio, a la oficina municipal o al supermercado. Los expertos coinciden que París empezó a resolver el problema de la movilidad cuando se decidió amortiguar la dispersión urbana. Y el primer martillazo que dieron para desmontar esa pesada cadena fue crear el servicio público de bicicletas bautizado con el nombre Vélib –una fusión sexy de los términos vélo (bicicleta) y liberté (libertad)–. Vélib es hoy más que un servicio de transporte popular. Se ha convertido en una herramienta de conveniencia para miles de parisinos. Iniciativas similares se han puesto en marcha en otras urbes. En Berlín, los Kiezblocks, el Supergrätzel en Viena o los park blocks en Los Ángeles. Más Madrid ha planteado importar el paradigma de los 15 minutos. Está claro que las ciudades se copian y, lo más importante, se dejan copiar encantadas de la vida. “Que Madrid siga asfaltando y talando árboles es aberrante, porque es en este tipo de aglomeraciones donde las políticas de adaptación al cambio climático deberían ser más intensas y urgentes. La gente más vulnerable a las olas de calor o al frío intenso vive en los grandes centros urbanos”, sentencia Unai Pascual, doctor en Economía Ecológica y coordinador principal del último informe sobre biodiversidad planetaria de IPBES que el pasado año auspició la ONU.
La ciudad de los negocios frente a la ciudad de los 15 minutos. El coche frente a la bicicleta. Los proyectos faraónicos de Madrid frente a la planificación sosegada de Vitoria-Gasteiz. La capital alavesa es una ciudad mediana: algo más de 253.000 almas, según las estadísticas de 2022. Formada por nueve distritos, está considerada como una de las capitales verdes europeas después de que en 2012 obtuviera el galardón con todo merecimiento. Vivir en Vitoria es adentrarse en el futuro. Pero pese a ser un referente urbano, nunca será el espejo donde se miraría una urbe de tres millones de habitantes –seis si se incluye su área metropolitana– como Madrid. El éxito de la capital alavesa surgió de un chispa de compromiso compartido, público y privado, y de un liderazgo, el del alcalde José Luis Cuerda, que fue inolvidable. La inversión pública que se realizó durante dos décadas en equipamientos para la ciudadanía fue descomunal y el bienestar de la gran mayoría de la población se incrementó hasta límites aún hoy inalcanzables en otros lugares.
Con el nuevo siglo, sin embargo, desembarcaron los piratas de la especulación inmobiliaria y la ciudad se resintió. Lo verde pasó de ser un patrimonio colectivo a engrosar la lista de los privilegios ligados a una marca, al mercado y a una élite.
(...) Si las ciudades fallan, el planeta falla. Es una conclusión razonada. Las metrópolis concentran hoy más de la mitad de la población mundial. Consumen el 60% de los recursos y generan más del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero a escala global. Parece incuestionable que la contaminación y el cambio climático son un problema colectivo que exige respuestas colectivas y compartidas. “Madrid está a la cola de todo esto. Incluso comparado con Barcelona por su dimensión, carece de iniciativa y voluntad de experimentar con nuevas ideas, aunque sean moleculares en lugar de intervenciones integrales. Y es que no sólo renuncia a la transformación reclamada desde todas las instancias científicas, sino que lava su cara con proyectos como el Bosque Metropolitano. Madrid, por envergadura y capacidad, debería estar a la cabeza de ese cambio, dando ejemplo de lo que deberían hacer otras ciudades para paliar el daño que el urbanismo desarrollista ha causado a sus habitantes y a las zonas naturales por donde se expande”, explica Jesús Martín, miembro de Ecologistas en Acción y coautor de una detallada propuesta sobre cómo intervenir en las ciudades desde una perspectiva ecosocial. A la velocidad que el cambio climático derrite los polos, una legislatura sin actuaciones audaces de sostenibilidad en una ciudad como Madrid equivale a una glaciación (...)
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