Gerardo Tecé 13/03/2025
Dennos una Europa que practique la defensa de las libertades y los derechos humanos, con todo lo que eso implica. Verán que las armas, en ese caso, serán bienvenidas
El 28 de Julio o La libertad guiando al pueblo (1830). / Eugène DelacroixEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Las armas, como pasa con los libros o los retretes, no son en sí buenas ni malas: todo depende de cómo y para qué se usen. A veces lo olvidamos. Leer el último libro de Tamara Falcó sentado en el váter no necesariamente ocupa un lugar superior en la escala de desarrollo humano que sujetar un fusil con bayoneta como el de la mujer francesa a la que pintó Delacroix. Son muchas las veces que el ser humano ha blandido armas con los fines más honorables. Los milicianos republicanos que lucharon por la democracia en España, los soldados zapatistas que se auparon en la selva Lacandona o las tropas aliadas que derrotaron al nazismo nos recuerdan que las armas pueden ser las mejores herramientas para defender derechos y libertades.
Europa se entrega al engorde armamentístico y en España debatimos cuánto debemos reforzarnos militarmente ante las amenazas de un mundo desquiciado sin dejar de ser progresistas. Un debate que, como todo lo que pasa en esta Unión Europea, tan Tamara ella, aparece con frivolidad, sin que ni el cómo ni el para qué ocupen una posición central. Es para defendernos de Putin, repiten los telediarios porque Trump, amigo de Putin y también amigo europeo –uh, vaya lío, los amigos de mis amigas no siempre son mis amigos– va a cerrar ese grifo desde una Casa Blanca desquiciada convertida en concesionario Tesla. Lo haremos aumentando el gasto militar en algunos puntos de PIB sin que eso afecte al gasto social, prometen sin mucho convencimiento políticos que, además del último dron militar, harían bien en descubrir la existencia de las calculadoras. Si algo ha definido a la Europa de las últimas décadas ha sido precisamente su incapacidad para hacerse las preguntas necesarias que permitan su supervivencia. ¿Qué es exactamente Europa? ¿Qué queremos que sea? ¿Qué pretendemos defender con todo ese armamento? ¿Estamos seguros de que nos estamos defendiendo de Putin cuando son, precisamente, los amigos europeos de Putin los más entusiastas en esto de incrementar el gasto militar? Ninguna de estas preguntas tiene respuesta.
Si se trata de defender la idea de un continente que mira para otro lado mientras miles de personas pierden la vida ahogadas en sus costas; si se trata de defender a una Europa que, mientras Israel pone en marcha un genocidio, repite como la Barbie Malibú de Lisa Simpson “a mí no me preguntes, yo sólo soy Europa”, quizá ese no sea un continente al que apetezca demasiado defender. Hay más preguntas sin respuesta. ¿Cuánta inversión militar será necesaria para proteger un continente cuya postura en asuntos internacionales ha sido, durante décadas, repetir lo que diga Estados Unidos? ¿No era precisamente esa la función de la OTAN? Si no estamos ya protegidos por una alianza militar consistente en que los yanquis mandan y nosotros les regalamos bases militares y obediencia ciega, ¿no deberían nuestros políticos informarnos de esta tremenda novedad? ¿Si Estados Unidos le exige a Europa madurez e independencia militar, le pediremos por tanto que abandone sus bases militares en nuestro suelo o, al menos, que nos dejen poner nuestras bases en el suyo? ¿O quizá seremos, una vez más, un continente que simplemente obedece las nuevas órdenes que llegan desde un Estados Unidos que un día alimenta guerras que nos perjudican y al siguiente nos declara la guerra comercial?
Nada de esto tiene respuesta y es poco motivador armarse hasta los dientes para defender la nada. Es lógico que haya quien no lo vea claro, pero la solución es fácil. Dennos una Europa que practique la defensa de las libertades y los derechos humanos, con todo lo que eso implica. Una Europa que cuando vea que miles de niños palestinos son masacrados, dé un golpe sobre la mesa internacional en lugar de esconderse. Construyan una Europa que no solucione el drama migratorio pagándole a dictadores del sur para que repriman en frontera. Pongan en marcha una Europa que consista en la unión de países entregados a lograr sociedades del bienestar en lugar de a lobbies empresariales que toman el poder en Bruselas y Estrasburgo. Póngannos por delante una Europa que se declare radicalmente democrática y, por tanto, antifascista en este momento crucial de la historia. Conviertan a Europa en guardiana mundial de los derechos humanos y no en una comparsa de otros que sólo defiende valores de boquilla, con la boquilla cada vez más cerrada. Si tenemos en cuenta los antecedentes –Tamara perdonó a Íñigo– es probable que la traición norteamericana no tenga una respuesta digna por parte de Europa. Pero por pedir que no quede. Hagan de Europa un lugar sexi, que merezca la pena defender y, entonces, vuelvan a preguntar. Verán que las armas, en ese caso, serán bienvenidas.
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