1.- Inicio, junto al Balneario. Álvaro y Ana, por delante, en el canchal. Arriba: Collado, por el que se pasa, y Turonet de Alba.
* Vamos con nuestros hijos. Dos o tres veces al año, nos regalan su compañía compartiendo excursiones con nosotros. Es viernes 10 de agosto. Recogemos a Álvaro, en su casa, y después a Ana, en Guadalajara. Ponemos rumbo a Benasque, donde hemos reservado habitación en el hotel Llibrada, hemos estado varias veces.
2.- Subiendo el barranco, por paso no recomendable.
* Álvaro se ha encargado de confecionar el programa a realizar. El sábado, madrugamos algo y tras desayunar, marchamos hacia el balneario/ Baños de Benasque, desde donde arranca la excursión. A las 8h. 15´ ya estamos preparados e iniciamos el recorrido. El objetivo es el Pico Alba; el mío, más modesto, los Lagos de Alba y ¡ya veremos! Para no ser lastre, decimos a nuestros hijos que vayan a su ritmo, si quieren hacer cima. Se menciona que quedamos en el camino o, en último caso, en el coche. Esta es la idea con que me quedo. Luego sabré que añadieron hora, las 5 p.m.
3.- Vista en sentido contrario, desde posición anterior de Blas.
4.- Usando la primera de las cadenas de auxilio, en el camino. Hay colocadas tres más.
* Voy detrás de Blas, como siempre en subida. Le pierdo de vista y me salgo del camino, algo. Cuando pasa un excursionista compruebo que está 2 metros por encima. retomo. Más adelante veo a Blas esperándome. Continuamos. Se oye una voz. Blas contesta que sí es el camino. Nos introducimos en él, no me suena, vamos por el barranco principal (fotos 2 y 3). Se para, otea al otro lado y da media vuelta. No es por aquí.
5.- Marca azulamarilla, de camino. Paso.
* Algo atrás, he visto introducirse a una pareja por otro más pequeño, que desemboca en éste.
Sí, este es el paso que hemos utilizado en otras ocasiones, pocas. Para auxilio en la subida, había colocada una cadena, ahora vemos cuatro.
6.- Collado, a izda.
7.- Al otro lado de la pared...
* El agua que lleva el barranco principal es mínima, como recordaba. Llegados al collado, las dificultades desaparecen. Sólo hay que seguir los hitos, que están localizables hasta el primero de los lagos.
Cercanos a este punto, le digo a Blas de pararme a descansar 5´. El lago está cerca y sin posible confusión. Me advierte que si me quedo, me quedo, sin moverme de allí. ¡Uff! de acuerdo.
8.- Subida 1er. lago Alba. Vista atrás: Pico Lliterola, pic de Maupas+avioneta, Torre Remuñe
9.- Vista a izda. desde posición anterior.
10.- Primer Lago Alba, a la vista. Pareja en sentido contrario.
11.- Vista a dcha. Blas, arriba, en senda a segundo lago Alba.
12.- Este Blas.
* A los 10-15´, descansada, retomo el camino. Tengo el primer lago a la vista y, arriba, a mi dcha. reconozco a Blas. Está parado. Me insiste en que espere allí, que no me vaya, que no me mueva.
Son las 11h. 45´
13.- Vista atrás, desde misma posición anterior = dcha. foto ant. Los mencionados en 8
14.- Sumidero del primer lago.
* Me acerco al sumidero de las aguas del 1er. lago Alba.
Bebo. Supongo que aquí no hay problema. No hay ganado. No traigo cantimplora, la olvidé, 1ª vez en la vida. Ulilizo el recipiente en que traigo uvas para cogerla.
Me acerco al lago. Observo el panorama. Especulo cual será el inicio del camino seguido por Blas...
Y pruebo a ver si soy capaz de encontrarlo. Realmente, al principio, no hay camino cierto. Varios caminillos parecen llevar al collado, donde, ya sí, aparece un hito.
15.- Desde misma posición, vista atrás. Pico Mall Pintrat
16.- Siguiendo las huellas de Blas. Hito.
17.- Vista del otro lado, desde senda. Hito.
18.- Pico Mall Pintrat, desde vallete empedrado superior. Hitos: abajo y a dcha.
19.- Mismo corredor. Mirada a izda. Senda marcada, con hitos, a izda. del canchal.
20.- Cerca, el final de subida anterior.
* Corono el colladete y accedo a una vaguada de piedras. Difícil encontrar aquí los hitos. Localizo dos al principio, uno en el centro y otro a mi izda. No veo más.
Parece más accesible por la izda. Voy por ahí. Lo siguiente es ¿por dónde estará la salida? hay tres opciones posibles. Me acerco a las dos primeras, las desecho. Es por la barranquera. Ya sí veo un hito, y otro más. Van justo por la izda., cercanos a la pared.
Y así, voy subiendo.
Llegados a su alto, la vista es estupenda. Poco más adelante está el 2º Lago de Alba. No hay nadie, ni lo habrá en todo el tiempo. Son las 12h. 45´
21.- Plano superior al que se accede. Hito. Mirada a izda. Pico Alba, dcha.
22.- Vista atrás, desde más adelante. Hito. Fondo: zona izda. foto ant.
23.- Segundo Lago de Alba.
24.- Primero de los lagos, visto desde borde plano 2º. Pico Sacroux y Puerto Glera, izda.
25.- Flor de allí mismo. Color amarillo.: Genciana amarilla
* Doy por hecho que tanto mis hijos, como Blas, volverán por aquí. Preparo la escenografía para que me vean en la distancia. Sobre una enorme roca plana, en la que desemboca el camino, esparzo mi chaqueta, forro violeta, mi mochila, color verde, y me acerco a ver por dónde desaparecen las aguas de este lago. No se ve, desaparecen en el terreno. Camino hasta el extremo izdo. y allí sí veo el primero de ellos. Y... recorro su perímetro, es accesible.
26.- Rodeando el lago. Entrada, enfrente.
27.- Terminando el perímetro del lago. Pico Alba, arriba.
28.- Pico Alba, visto desde posición entrada. Posible paso: arriba dcha.
29.- Lago. Montaje expuesto: llamada de atención.
30.- Foto de Ana, del Alba. Álvaro en la cima. 12h. 15´
31.- Nuestra única subida al Pico Alba, agosto 1990: JoseMari Quilez y Natalia.
32.- Mismo momento. Ahora: Blas y yo. El día parece turbio.
33.- Barranco a bajar, tras collado
* Pasa una hora, y otra y otra. Sólo he escuchado a las marmotas en cuatro ocasiones, en que pensé que vendrían los míos. Son las 16h. He estado pensando que, quizás, no se vuelva por aquí y me estén esperando en el 1er. lago. Recojo y para abajo. En media hora llego. Ni dios. Entonces estarán en el apcto. Continúo. Saco el móvil en un par de ocasiones, no hay cobertura. Quizás en el collado de Alba, por lo del balneario. Llego a las 17h., hay cobertura, escribo ¿Dónde estáis? Yo voy al coche. Se lo envío a Ana y a Blas. Entro en el barranco
34.- Más abajo, más barranco. Álvaro, al rescate.
* En medio de la bajada, veo a Álvaro ¡Ha venido a encontrarse conmigo! Nos saludamos. Se da la vuelta y parece hablar con alguien. Cuando estemos juntos me dirá que han avisado al servicio de emergencia, por consejo de un guía. Ana y él llegaron a las 3h. 30´ p.m., Blas una hora después. Más abajo viene Blas, dice que me ha visto en el collado, desde el balneario.
A éste llegamos a las 18h. 15´
35.- Un tritón = Triturus y varias ranas, en recipiente plástico
* Aclaraciones:
Álvaro estaba anulando el servicio, al verme aparecer. Le dieron las gracias y felicitaron. Aún no se había hecho efectiva la petición porque el helicóptero estaba en otro requerimiento de emergencia. Estoy federada y el coste lo tengo cubierto. Además, en Aragón no se lo cobran a nadie. Prefiero, con todo, no haber provocado gasto alguno.
Ana y Álvaro hicieron cima a las 4 horas del inicio: 12h. 15´. La vuelta dicen que fue de unas 3h. Pararon a bañarse en el primero de los lago.
Crónica siguiente http://paqquita.blogspot.com/2018/08/aa-entrada-estos-ibonet-batisielles.html
PAQUITA
ANEXO: NARRACIÓN DE BLAS SOBRE ELLO.
LA TUCA DE ALBA, 11 de agosto de
2018
EL MOTIVO
Este relato está hecho, entre otras
razones, para ayudar, aunque solo sea modestamente, a comprender que la actividad en la alta montaña, (En
realidad en todo tipo de montaña) puede tener, si se realiza de forma
incorrecta, consecuencias graves, llegando incluso, a poner en riesgo la propia
vida o la de otras personas. Cualquier actividad en la montaña exige la mayor
diligencia. El que más y el que menos, tiende a buscar excusas que justifiquen sus
errores, sin considerar el daño y el dolor que puede causar. En la historia que
se narra, se dan varios errores que podían haberse evitado. Al lector le
corresponde identificar cuáles son y tratar de no repetirlos. Porque la actividad en la montaña es gratificante
y liberadora, y porque se comparte generalmente con personas a las que se
quiere, hay que hacer todo lo necesario
para que así sea.
He procurado ajustarme a los hechos y
sentimientos, según me los contó uno de
los testigos principales del relato, al que por desgracia conocí tarde. De
haberlo encontrado antes, cuando todavía el cuerpo tiene la energía para seguir
los mandatos de la cabeza, entonces,
digo, habría estallado alguna chispa en la tranquila y ordenada vida que he
tenido, o acaso un fuego sin control hubiese disipado la seguridad de los tediosos
días.
Las personas, pueblos, montañas y
sitios que se citan son reales, no quepa al lector ninguna duda de ello. La
historia enseguida despertó en mí la necesidad de ir a conocerlos, y no fue
escrita hasta llevar a cabo dicha tarea, siempre con la ayuda de la misma persona
que me la contó. Hago constar que fue una aventura inolvidable; quizás estalló
alguna chispa, aunque si ocurrió, por desgracia pasó de puntillas sin yo advertirlo.
De cualquier manera, doy fe de la belleza de aquellos lugares, donde pude ver
de manera diáfana la pequeñez del ser humano y, por supuesto, la mía en primer
lugar, dejándome un sentimiento de entrega y humildad que, desde entonces, me
ayuda, aunque no siempre lo consiga, a soportar educadamente las actitudes altivas
que, a menudo, la estupidez y la ignorancia exhiben sin pudor.
LA FAMILIA
Con alguna precipitación se pusieron de
acuerdo para pasar unos días en la montaña. El viernes, 10 de agosto, por la
tarde, los padres, sexagenarios los dos, tras recoger al hijo, un muchacho de
36 años, en su casa, continuaron viaje a Guadalajara donde los esperaba la hija,
tres años menor que el hermano. Alrededor de las ocho llegaron al destino,
Benasque, un valle de la montaña pirenaica oscense, que visitaban con
frecuencia y donde habían pasado
momentos extraordinarios. Se alojaron en un modesto hotel construido a la
entrada del pueblo, a orilla del río Ésera. Tuvieron tiempo suficiente para
acomodarse en las habitaciones y bajar a cenar. El propósito principal del
viaje era ascender a la tuca de Alba de
3.112 metros
de altitud. El plan también incluía dos jornadas más: una, para recorrer los
ibones de Batisielles, Perramó y Escarpinosa, y otra, para coronar el pico
Salvaguarda, considerado uno de los mejores miradores del Pirineo y donde se
decían haber hallado el esqueleto atribuido a una monja, que hasta allí llegó,
huida del convento donde la tenían prisionera los exaltados revolucionarios durante
el período de Terror dominado por Robespierre. (El hallazgo del esqueleto podía
ser cierto, pero que correspondiera a una monja, seguro que no. Más bien sería
de algún cazador solitario persiguiendo alguna presa. No obstante, cuando
ascendí al Salvaguarda, vi la inscripción de un nombre y apellido franceses del
año 1895, tallada manualmente en una roca de la cima). El sábado era el día señalado
para la tuca de Alba, porque las previsiones meteorológicas eran buenas, aunque
daban tormenta y lluvia por la tarde.
Durante la cena repasaron las características
y dificultades de la ruta, y concluyeron llevar crampones, piolet y casco, ya
que en la primavera había nevado abundantemente y podría haber algún nevero. La charla se prolongó más de lo aconsejable,
de manera que se acostaron tarde, para la tarea que el día siguiente pretendían
realizar. Amaneció despejado, con un
cielo sin nubes y un agradable viento suave y fresco. Fueron en coche por la inacabada carretera A-139 que, a media ladera,
se adentraba por el valle principal, hasta la elevada cuerda montañosa que hacía
frontera con Francia, donde terminaba sin solución de continuidad. Tomaron un ramal, a la derecha, que llevaba
al aparcamiento de un vetusto balneario de aspecto siniestro, a 1720 metros de altitud,
situado en un entorno bellísimo. Se decía, aunque era dudoso, que ya se utilizaba
en época romana. Sí existían escritos del siglo XVI donde se elogiaban las
bondades de las aguas del balneario. El
horrendo edificio actual se levantó a expensas
de una familia principal de Benasque, que, desde entonces, lo regentaba
de manera torpe. Las paredes del exterior estaban revocadas groseramente con
cemento, igual que la terraza, que
parecía hecha con materiales de derribo; el mobiliario, viejo y
desparejado, se distribuía sin criterio alguno por el interior, en el que se esparcía el olor a azufre de las aguas
termales de la piscina que había en la planta baja. A las ocho y media de la
mañana aparcaban el coche a escasos metros de la entrada del balneario. Después
de examinar el contenido de las mochilas, y antes de comenzar a andar,
determinaron que los jóvenes irían más ligeros, pues el padre tenía algo de
fiebre y una leve molestia en el pecho. De cualquier forma, se fijó que inexcusablemente a las cinco de la tarde, todos tenían que
estar allí mismo, en el lugar de inicio. A los pocos minutos, los jóvenes desaparecieron
de la vista de sus padres.
LOS PADRES
La senda iniciaba en un pedregal
allanado por la mano del hombre, de modo que se andaba por ella con bastante
comodidad durante media hora aproximadamente, hasta llegar a una canal, llamada de Turonet, de 280 metros de desnivel, de
paredes verticales, roca muy
descompuesta y tramos expuestos, por donde discurría un pequeño torrente de
agua de muy difícil acceso. La canal finalizaba en un collado estrecho y herboso
con algún pino negro retorcido y milagrosamente vivo. Había que ir muy
pendiente de las marcas pintadas en la roca,
para no meterse en una ratonera de peligrosa salida. En uno de los
primeros salientes, donde el sendero era confuso, el padre se detuvo para esperar a su
compañera, pues la verticalidad del camino impedía ver por donde iba. Al cabo
de quince minutos, un poco más abajo, apareció la mujer que, con cuidado se acercó
al marido. ¿Derecha o izquierda?, se preguntaron. Izquierda. Pronto se dieron
cuenta de la mala elección: la canal se angostaba y empinaba con riesgo
innecesario, de modo que lo prudente era descender y volver sobre sus pasos para
dar con la senda. Al poco vieron una marca pintada y una cadena de acero instalada
para facilitar la escalada, lo que evidenciaba el buen camino. Tras superar sin dificultad dos tramos más de cadenas, la
pareja se situó en el collado de Turonet, a 2000 metros de altitud,
desde donde vieron, doscientos cincuenta metros más abajo, con toda claridad,
el feo edificio del balneario. Hicieron una breve pausa, y bebieron del agua
fría que manaba allí mismo, y que se precipitaba en el interior de la canal. La
senda seguía por praderías y terreno estable y abierto hasta el aliviadero del
primer ibón de Alba, a la altura de 2.225 m., un lago natural contenido en un cuenco
de dimensiones gigantescas, circundado por empinadas y abruptas laderas, en donde
se acumulaba el agua de los neveros que descendía filtrándose entre las rocas. En
este punto, la mujer dijo que no continuaba, que desistía de la cima y se
quedaba allí a descansar. Aunque esta situación de separación se había repetido
otras veces, no dejaba por ello de producir una sensación desagradable de
inseguridad, pues la soledad en alta montaña añade mayor riesgo ante cualquier
eventualidad inesperada.
-Bien—dijo el hombre—pero, por favor,
quédate aquí. Que cuando regrese, estés en este lugar, por favor.
36.1.- Foto de Álvaro. Primer Lago Alba. 10h. Tomado a izda. del camino para subir al Alba.
EL MARIDO Y PADRE
El marido, seguido por la mirada de la mujer, no dudó en ir por la traza
que subía por la ladera derecha marcada con escasos hitos de piedra. No prestó
atención a que en el lado opuesto, a
poco de cruzar la salida de agua del ibón, había otro sendero que discurría por
la otra orilla. Esta
circunstancia fue determinante en los acontecimientos posteriores (foto 36.1)
36.2.- Foto de Álvaro. 11h. 11´. Ana. Detrás: Brecha y Crestas de Alba. Hito.
Y así, el hombre fue ganando altura de manera fácil y sin mucho esfuerzo, hasta desaparecer de la vista de su mujer, dando con un segundo ibón, 150 metros más alto. En este lugar, los hitos desaparecieron, lo cual por si sólo, era motivo suficiente para no dar un paso más hacía arriba, pero ni la prudencia debida ni las molestias en aumento que sentía en los dedos de los pies, lo detuvieron, y siguió progresando, inventando camino, entre grandes bloques de roca, hasta llegar a un tercer ibón a 2.454 metros de altitud.
36.3.- Foto de Álvaro. 11h. 38´. Álvaro y Ana, algo más arriba.
36.4.- Foto de Álvaro. 11h. 38´. Mirando hacia abajo: 2º y 3er ibón Alba, o 1º y 2º.
36.5.- Foto de Álvaro. 11h. 57´ ¡Aclarado! Dejó de verse el 3º y se ven 2º y 1º
Inmediatamente se dio cuenta de su errática decisión: la Tuca de Alba se veía con nitidez en el lado opuesto del lugar en que miraba. Era un buen momento para descansar y reflexionar. Tenía ya decidido que en ningún caso subiría a la cima. Se hallaba situado en la mitad del perímetro del inmenso circo, rodeado de enormes rocas y una crestería vertical, en la que recordaba que había una estrecha abertura por la que acceder a otro valle, llamado de Cregüeña, más solitario y agreste si cabe que el de Alba y que culminaba en uno de los ibones más grandes del Pirineo, a 2.630 metros de altitud.
36.6.- Foto de Álvaro. 12h. 28´. Lago de Cregüeña, desde cima Alba.
Para aproximarse a la base de la Tuca, era preciso hacer una larga travesía, superando inmensos bloques de granito, y rezar para no tener que dar muchos rodeos sorteando posibles cortaduras y profundos sumideros. Alcanzada la base, pensaba, el descenso sería más cómodo y rápido, porque allí estaría, sin duda, el camino hollado y mejor trazado. Por el contrario, sabía que si volvía sobre sus pasos, la situación se complicaría, porque tendría que volver a inventar camino, lo cual suponía una gran carga de incertidumbre, de tiempo y de energía física y mental. La cosa estaba clara: había que ir a la base de la tuca de Alba.
36.2.- Foto de Álvaro. 11h. 11´. Ana. Detrás: Brecha y Crestas de Alba. Hito.
Y así, el hombre fue ganando altura de manera fácil y sin mucho esfuerzo, hasta desaparecer de la vista de su mujer, dando con un segundo ibón, 150 metros más alto. En este lugar, los hitos desaparecieron, lo cual por si sólo, era motivo suficiente para no dar un paso más hacía arriba, pero ni la prudencia debida ni las molestias en aumento que sentía en los dedos de los pies, lo detuvieron, y siguió progresando, inventando camino, entre grandes bloques de roca, hasta llegar a un tercer ibón a 2.454 metros de altitud.
36.3.- Foto de Álvaro. 11h. 38´. Álvaro y Ana, algo más arriba.
36.4.- Foto de Álvaro. 11h. 38´. Mirando hacia abajo: 2º y 3er ibón Alba, o 1º y 2º.
36.5.- Foto de Álvaro. 11h. 57´ ¡Aclarado! Dejó de verse el 3º y se ven 2º y 1º
Inmediatamente se dio cuenta de su errática decisión: la Tuca de Alba se veía con nitidez en el lado opuesto del lugar en que miraba. Era un buen momento para descansar y reflexionar. Tenía ya decidido que en ningún caso subiría a la cima. Se hallaba situado en la mitad del perímetro del inmenso circo, rodeado de enormes rocas y una crestería vertical, en la que recordaba que había una estrecha abertura por la que acceder a otro valle, llamado de Cregüeña, más solitario y agreste si cabe que el de Alba y que culminaba en uno de los ibones más grandes del Pirineo, a 2.630 metros de altitud.
36.6.- Foto de Álvaro. 12h. 28´. Lago de Cregüeña, desde cima Alba.
Para aproximarse a la base de la Tuca, era preciso hacer una larga travesía, superando inmensos bloques de granito, y rezar para no tener que dar muchos rodeos sorteando posibles cortaduras y profundos sumideros. Alcanzada la base, pensaba, el descenso sería más cómodo y rápido, porque allí estaría, sin duda, el camino hollado y mejor trazado. Por el contrario, sabía que si volvía sobre sus pasos, la situación se complicaría, porque tendría que volver a inventar camino, lo cual suponía una gran carga de incertidumbre, de tiempo y de energía física y mental. La cosa estaba clara: había que ir a la base de la tuca de Alba.
36.7.- Foto de Álvaro. 12h. 20´ Cerca de cima. Ana.
36.8.- Foto de Álvaro. 12h. 25´. Antecima de Alba. Detrás: Salvag., Portillón y Mina. Lago y Pico de Paderna, abajo, a dcha.
Mientras ocurría todo esto, los
jóvenes, completamente ignorantes de las vicisitudes de sus padres, pisaban felizmente
la cima de Alba. La poca nieve que se veía en las escarpadas laderas, quedaba
lejos de la cresta que conducía a lo más alto, de manera que no encontraron ningún nevero ni
obstáculo que les exigiera emplear el
material que llevaban en la mochila. Antes de coronar, cambiaron de vertiente por
un estrecho paso que los situó del otro lado, llamado de Paderna. En la cumbre,
los jóvenes examinaron el cielo, asegurándose de que las nubes no anunciaban
una inminente tormenta. Se tomaron su tiempo para reponer fuerzas, mientras
disfrutaban de las espléndidas vistas de la exigente atalaya, desde donde eran
visibles los macizos montañosos de Poset, Maladeta y Perdiguero. Muy cerca,
bajo sus pies, se erguían las tucas de Paderna, que, como en otros muchos
casos, tenían su propia leyenda: el Rapto de las tres hermanas.
36.9.- Foto de Álvaro. 12h. 32´. A zda. de foto 36.6. Aneto, fondo.
36.10.- Foto de Álvaro. 12h. 33´. Eso, ambos en la cima de Alba.
36.11.- Foto de Álvaro. 12h. 38´. Vista más amplia que la de foto 36.8
La estancia en las alturas duró poco más de media hora. El descenso fue rápido, de modo que sobre las dos y media llegaban a la desembocadura del primer ibón, donde su madre se había separado del marido, y donde, sin ellos saberlo, debían encontrarse. Sin embargo, la mujer no estaba allí.
36.12.- Foto de Álvaro. 13h. 46´. De bajada. Brecha de Cregüeña. Hito.
36.13.- Foto de Álvaro. 14h. 16´. 1er Ibón, de bajada.
PAQUITA
36.9.- Foto de Álvaro. 12h. 32´. A zda. de foto 36.6. Aneto, fondo.
36.10.- Foto de Álvaro. 12h. 33´. Eso, ambos en la cima de Alba.
36.11.- Foto de Álvaro. 12h. 38´. Vista más amplia que la de foto 36.8
La estancia en las alturas duró poco más de media hora. El descenso fue rápido, de modo que sobre las dos y media llegaban a la desembocadura del primer ibón, donde su madre se había separado del marido, y donde, sin ellos saberlo, debían encontrarse. Sin embargo, la mujer no estaba allí.
36.12.- Foto de Álvaro. 13h. 46´. De bajada. Brecha de Cregüeña. Hito.
36.13.- Foto de Álvaro. 14h. 16´. 1er Ibón, de bajada.
PAQUITA
Los jóvenes sabedores de que iban
bien de tiempo, se desnudaron y se zambulleron en las gélidas aguas del ibón.
Finalizado el baño, acometieron, relajados y con mayor soltura, la bajada al balneario,
donde, según lo acordado, había que estar a más tardar a las cinco de la tarde.
A las cuatro menos cuarto ponían pie en el
aparcamiento.
EL TURONET
Entre tanto, el padre llegó, con menos
dificultad de la prevista, a la base del Alba a la altura de 2.650 metros, donde vio,
con alegría, muy cerca de donde estaba, un hito. Se sentía relativamente
contento, pues la fiebre y la molestia en el pecho parecían haber desaparecido,
aunque el dolor de los pies había ido en aumento, por lo que decidió, allí mismo,
hacerse una cura de urgencia. Aunque las molestias persistían, inició el
descenso por terreno bastante menos agresivo y trazado más suave, de forma que alrededor
de las tres y media llegaba al primer
ibón, donde, con gran contrariedad comprobó que no había nadie. Dio por seguro
que sus hijos habían bajado ya de la cima,
y que al encontrarse con la madre, habían decidido bajar todos juntos. Aunque
su deseo habría sido darse un chapuzón para sacudirse el calor acumulado y
despejar la mente, no perdió ni un minuto al pensar que lo estaban esperando, y continuó descendiendo, al tiempo que sonó,
muy lejano, un trueno preludiando la esperada tormenta; siguió una breve lluvia, que no llegó siquiera a humedecer el suelo,
tras lo cual el cielo quedó en calma, aunque la presencia de unos negro
nubarrones que se extendían cada vez más, sugerían que en cualquier momento, la
situación podía empeorar.
Cerca ya de la pedregosa senda, en
las cercanías del balneario, el hijo fue, casi corriendo, al encuentro del
padre.
-¡Qué bien que ya estáis aquí!-Saludó
con evidente alegría
-¡Vengo solo!
-¿No está mamá contigo?-Los rostros
de ambos quedaron empañado
repentinamente de temor y duda.
Al instante comprendieron la gravedad
de la situación. El hijo pedía atropelladamente aclaraciones al padre. Éste
apenas podía responder a las preguntas:
tenía la boca seca por la falta de agua y la angustiosa duda que sentía
crecer. ¿Cómo era posible que la mujer no estuviera allí? En su cabeza iban y
venían explicaciones a aquella ausencia. Ninguna calmaba los temores. No había
otro camino. No hallaba respuesta coherente. Y aunque la bajada de la canal no era
fácil, ella poseía suficiente experiencia y habilidad para hacerlo sin
problemas. Por el contrario, recordaba, a veces mostraba una diabólica
propensión a perder la senda y meterse en graves aprietos. Pero no, se decía
mentalmente, en esta ocasión eso no era probable, porque los tramos de cadena
de acero eran evidentes y sólo podía descender por ellos. Por fuerza la hubieran
visto, o ella mismo haber dado señales de vida.
Los dos, se aproximaron a donde la
hija los esperaba sonriente. La joven recibió la noticia con aparente serenidad,
aunque su cara reveló de súbito el sufrimiento
que aquella situación le causaba.
Coincidió que, mientras aguardaban la
llegada de los padres, los hermanos
habían conocido a un guía de
montaña de la Sierra de Cazorla y su novia. Aquel, al quedar enterado de lo que
estaba sucediendo, sin pérdida de tiempo, se puso en contacto con el Grupo de
Rescate e Intervención en Montaña de Benasque, (GREIM). Era importante actuar
con rapidez, para que el helicóptero aprovechara las horas de luz del día. Asimismo,
el hijo se dispuso a ir en busca de la madre. Aligeró peso de la mochila; se
proveyó de agua, abrigo y linterna y emprendió a fuerte ritmo el camino. La tormenta anunciada
se retrasaba, dando con ello un pequeño alivio. La hija y el guía de montaña
entraron en el balneario para llamar por teléfono y completar el protocolo con
el GREIM. El padre se quedó acompañado por la novia del guía de montaña, anclado
en el mismo lugar donde poco antes su hija había recibido la inesperada noticia.
El hombre se sentía vencido por un cansancio paralizante, sin atinar qué otra cosa
hacer, que no fuera fijar la mirada en el collado de Turonet, como si allí se
ocultara la respuesta que buscaba. En un momento de distracción, en que se
agachó para coger la botella de agua para beber, la novia del guía de montaña,
dijo en un tono suave y tranquilo: “Allí, allí hay alguien” y señaló con la
mano la pequeña línea verde del Turonet. El hombre levantó la cabeza y de
inmediato, sin ninguna duda, supo que aquella figurita titubeante que surgió
por unos instantes y que al poco desapareció en lo alto del collado, era su
mujer. Sólo podía ser ella; nadie más, a esas horas, andaría por semejante
lugar. Hay alegrías que se manifiestan con risas y gritos; la que sintió aquel
hombre, quedó encerrada en su interior, calmando en silencio el temor que lo
oprimía, con alivio grande y liberador, y sólo se manifestó en el deseo incontenible
de salir a toda prisa hacia el Turonet.
-Por favor, entra en el balneario y
díselo a mi hija-Y partió sin más; en un estado de excitación que le hizo creer
que marchaba velozmente, cuando en realidad sus pasos eran lentos y pesados
propios del gran cansancio acumulado.
LA MADRE Y MUJER
Por lo que a la mujer y madre se
refiere, contaré que una vez perdió de vista al marido, se acercó al desagüe
del ibón y se refrescó. Ciertamente el agua estaba muy fría. Se sentó en la
hierba que crecía en la orilla y recostó la espalda en una roca. En esa postura
se quedó contemplando el magnífico paisaje: frente a ella las cumbres cerraban
el circo de Alba y se alzaban en una aparente inaccesibilidad, cercando las
caóticas laderas de rocas monumentales. Ningún ruido. Otras veces, en ese mismo
lugar, las marmotas hacían oír sus gritos de alerta. Esta vez, nada. El
silencio era venerable y apabullante. Pudo estar así quince minutos, tras los
cuales determinó seguir el camino por donde había ido su marido. Al igual que
éste, no cayó en la cuenta de las trazas de la orilla derecha, que en sentido
contrario indicaban el camino que conducía a la tuca de Alba. Llegó pronto al segundo ibón y como no halló manera
de proseguir, se dispuso a esperar allí mismo el retorno del resto de la
familia. Se acomodó en lo alto de una roca inmensa, donde extendió las prendas
de colores más llamativos que llevaba en la mochila, para que fueran fácilmente
visibles, y con paciencia estoica, se tumbó apoyando la cabeza en la mochila.
En todo este transitar y en la
soledad de cada uno, las íntimas sensaciones allí sentidas por ella, en la
meditación de su prolongada espera; y por su marido, en la invención alocada de
caminos, fueron, sin que ninguno llegara a tener conciencia de ello, uniéndoles
más fuertemente a medida que el tiempo pasaba; eran, en definitiva, dos seres vulnerables inmersos
en un escenario poderoso y atrayente, compartiendo el silencio sobrecogedor e
inquietante del imponente circo de Alba. Entre tanto, el sol, a esas horas de
la tarde, era perturbador y agobiante.
El tiempo fue pasando con la lentitud
que administra la soledad del que espera. Luego se supo, por boca de ella, que
no sabía que había que estar en el coche a las cinco. Dos cosas hicieron
sospechar a la mujer de lo anómalo de aquella situación: primero, el reloj
marcaba las cuatro de la tarde; y segundo, después de todo el tiempo transcurrido,
nada ni nadie se había aventurado a pasar por aquel lugar. A poco más de las
cuatro, comenzó a deshacer camino, convencida de que en aquel mágico universo no quedaba nadie más que ella. Sobre las cinco
y cuarto, su figura asomó al Turonet. El hijo al verla, en la parte alta de la
canal, sintió que el corazón le daba un vuelco y se detuvo para tomar aliento. ¡Qué
gran momento! Sin más espera, llamó al GREIM para dar la buena nueva y anular
el vuelo del helicóptero.
-Qué excelente noticia. Felicidades -Fue
la contestación que le dieron.
-Muchas gracias- respondió emocionado.
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