Javier Nix Calderón · 12 de abril
Hoy
os traigo una historia de esperanza. Veréis, cuando tenía 18 años y
empecé la facultad, recuerdo que salía del metro de Ciudad Universitaria
en Madrid y miraba siempre al cielo unos instantes antes de subir los
escaleras de la boca de metro. Para aquel entonces, ya me había leído
unos 15 libros sobre la guerra civil en Madrid y estaba fascinado por el
heroísmo de la defensa de la capital ante las tropas de Franco. Miraba
al cielo de Madrid desde aquella boca de metro de Ciudad Universitaria y
pensaba en aquel noviembre gélido de 1936, en los aviones Heinkel
alemanes al servicio de Franco bombardeando las trincheras republicanas
frente a la Casa de Velázquez; imaginaba el tableteo de las
ametralladoras entre las brumas de aquel noviembre del 36; recreaba las
órdenes gritadas en francés, alemán, inglés, italiano o checo que
recibían los miembros de las Brigadas Internacionales en las Facultades
de Medicina o Filosofía y Letras; imaginaba a Durruti, una de las
figuras míticas del anarquismo español, cayendo herido de muerte en la
calle Isaac Peral, justo frente al Hospital Clínico, la posición más
avanzada de las tropas franquistas en la capital. Como podéis ver,
imaginaba muchas cosas. Y algo muy extraño me recorría la espina dorsal.
Se repetía a diario; me pasó durante los 5 años que duró mi etapa
universitaria. En aquellos días me juré a mí mismo que algún día le
contaría a otros lo que ocurrió en Madrid en aquel noviembre del 36, que
otros verían ese Madrid a través de mis palabras. Me juré que aquel
Madrid del 36, revolucionario, resistente, tenaz y heroico, aquel Madrid
que fue durante meses el centro del mundo, viviría dentro de otros.
Tanta luz no puede sumirse nunca en la oscuridad.
El martes pasado, les propuse a los alumnos de 2º de Bachillerato de mi instituto una visita al Madrid de la Guerra Civil para el viernes, día 12 de abril. Quería enseñarles el Madrid que sufrió los bombardeos fascistas y mostró una inaudita resistencia popular al ejército invasor. La respuesta fue tímida: solo unas pocas manos se levantaron para aceptar la invitación. Insistí en que no era obligatorio, ya que el viernes era el primer día de las vacaciones. Lo dije en los pasillos a otros grupos de chicos, pero mostraron poco interés. Esta mañana, he llegado al punto de inicio de la visita, en la Plaza de la Cibeles, antes de la hora. Estaba convencido de que seríamos cinco o seis personas. Pero a veces la vida se encarga de callarnos la boca con elegancia. Tres chicas llegaron unos minutos después. Otros siete casi enseguida. Y diez más. Y otros diez. 30 en total. Algunos eran de otros institutos. No tengo reparos en reconocer que me he emocionado. Esos 30 chicos y chicas de la foto han decidido emplear 3 horas de sus vacaciones en conocer la historia que se esconde detrás de los agujeros de metralla de las paredes del Barrio de las Letras y de los escudos republicanos que Franco se olvidó de arrancar de varios edificios oficiales. Esos 30 chicos y chicas han decidido que valía más la historia de Madrid que dormir hasta las 12 de la mañana. Sé que están agotados y agobiados, que soportan el ritmo estajanovista de trabajo de 2º de Bachillerato a duras penas, pero ahí están, con el puño levantado en la Calle de Toledo, en el mismo punto donde se tendió la pancarta con la famosa consigna "¡No Pasarán! Madrid será la tumba del fascismo". Los miro y me siento privilegiado por poder acompañarles en su particular descubrimiento del mundo que les rodea, y orgulloso, muy orgulloso, de saber que hay un pedazo de su memoria que habla de Madrid y del amor por la libertad, quizás, quién sabe, con el sonido de mi voz.
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OTRO ASUNTO EN PERROFLAUTAS DEL MUNDO: Amazon despide a miles de trabajadores por no cumplir con las cuotas de productividad
El martes pasado, les propuse a los alumnos de 2º de Bachillerato de mi instituto una visita al Madrid de la Guerra Civil para el viernes, día 12 de abril. Quería enseñarles el Madrid que sufrió los bombardeos fascistas y mostró una inaudita resistencia popular al ejército invasor. La respuesta fue tímida: solo unas pocas manos se levantaron para aceptar la invitación. Insistí en que no era obligatorio, ya que el viernes era el primer día de las vacaciones. Lo dije en los pasillos a otros grupos de chicos, pero mostraron poco interés. Esta mañana, he llegado al punto de inicio de la visita, en la Plaza de la Cibeles, antes de la hora. Estaba convencido de que seríamos cinco o seis personas. Pero a veces la vida se encarga de callarnos la boca con elegancia. Tres chicas llegaron unos minutos después. Otros siete casi enseguida. Y diez más. Y otros diez. 30 en total. Algunos eran de otros institutos. No tengo reparos en reconocer que me he emocionado. Esos 30 chicos y chicas de la foto han decidido emplear 3 horas de sus vacaciones en conocer la historia que se esconde detrás de los agujeros de metralla de las paredes del Barrio de las Letras y de los escudos republicanos que Franco se olvidó de arrancar de varios edificios oficiales. Esos 30 chicos y chicas han decidido que valía más la historia de Madrid que dormir hasta las 12 de la mañana. Sé que están agotados y agobiados, que soportan el ritmo estajanovista de trabajo de 2º de Bachillerato a duras penas, pero ahí están, con el puño levantado en la Calle de Toledo, en el mismo punto donde se tendió la pancarta con la famosa consigna "¡No Pasarán! Madrid será la tumba del fascismo". Los miro y me siento privilegiado por poder acompañarles en su particular descubrimiento del mundo que les rodea, y orgulloso, muy orgulloso, de saber que hay un pedazo de su memoria que habla de Madrid y del amor por la libertad, quizás, quién sabe, con el sonido de mi voz.
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