Paquita Caminante · ctxt.es Miguel Ángel Ortega Lucas 19 Junio 2019
Es posible que haya un purgatorio por el que
pueda llegarse, atravesando brumas, de la Andalucía del llanto a la
América de la desesperación, la de Comala.
(...) Nos interesa, aquí, saber que un primer hombre, español, llamado de
apellido Pérez-Rulfo, arribó a México al borde del siglo XIX, y que
andando el tiempo hubo un descendiente suyo llamado para la posteridad
Juan Rulfo, nacido en un lugar cualquiera (Pulco) de los bajos de
Jalisco, en 1917. Este Rulfo diría luego de los de su estirpe que
“morían todos a la edad de 33 años, y todos asesinados por la espalda”.
Cierto es que durante la llamada Revolución Cristera (1926-28) la
familia del pequeño Juan lo fue perdiendo todo. Primero a su abuelo,
luego a su padre (ambos por un tiro); luego a su madre. Por extensión,
ya, cualquier cosa parecida al arraigo. Pasó entonces a un orfanato, o
correccional, según refirió años después a Joaquín Soler Serrano en TVE,
en el que “sólo aprendí a deprimirme”. A cavar y cavar hacia el fondo
de una tristeza sin fondo que no le abandonaría nunca.
Fuera por llevarlo en la sangre, o por la sangre que hubo de ver de
niño, el caso es que este hombre del que hablamos nació con el oído
puesto en el pecho ardiendo de su país y los ojos encendidos en la
neblina de polvo que se perdía en la llanura. Un crío, despojado de
todo, andando, andando, quemándose de soledad absoluta por el surco que
iba abriendo una guadaña, contemplando cómo todo moría a su alrededor;
cómo no iba a terminar jamás de morir del todo (...)
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