julio 10, 2021

'MasterChef' o el antiguo régimen, de PEDRO LUIS ANGOSTO

 NUEVATRIBUNA.PUBLICO.ES   

Dedicar un artículo de prensa a 'MasterChef' puede parecer algo superfluo, pero cuando el nivel de la televisión ha caído tan bajo hay que combatirlo.

(...) sin renunciar a llegar a segmentos cada vez mayores de la población pero sin el condicionante de la publicidad para atraer dinero del modo que sea, sin pararse a considerar niveles mínimos de calidad, la televisión pública financiada por los presupuestos generales del Estado, no debiera incluir en su parrilla programas tan vergonzosos como 'MasterChef', que lejos de ser un programa de entretenimiento inocuo -si es que hay alguno que lo sea- esconde mensajes explícitos e implícitos demoledores. Probablemente nadie se extrañaría de contemplar algo así en las televisiones privadas que han traspasado ya todos los límites de la basura, pero en la pública resulta algo cada vez más nauseabundo.

Desde hace años España vive una eclosión gastronómica como nunca antes había sucedido. Desde que los primeros cocineros vascos abrieron la espita gracias a sus aprendizajes cerca de Paul Bocuse o Joël Rebuchon, desde que Ferrán Adrià dejó de cocinar como un maestro para convertirse en el Picasso de los fogones, la pasión por la cocina se ha extendido por toda la Península llegando a crear un panorama gastronómico tan variado y potente que es difícil tenga parangón en ningún otro país del mundo. Se contaba con una cocina regional fantástica, sobre todo la popular, la que nacía del hambre, la necesidad y el ingenio, pero faltaba la chispa, el aprendizaje, la maestría que la hiciese subir a los altares del Olimpo. Hoy, pese a los estragos de la pandemia, el nivel se mantiene y ha calado de lleno en un pueblo muy aficionado, siempre que ha podido, a los placeres que depara la mesa y la sobremesa. 

MasterChef' apareció hace años en la televisión pública como réplica del programa inglés del mismo nombre producido por Franc Roddam. Lo primero que llama la atención es que con la experiencia de RTVE y la ingente cantidad de cocineros prestigiosos que hay en España, hayan tenido que recurrir a una franquicia en vez de partir de ideas propias para hacer un programa gastronómico de interés que se apartase de los parámetros marcados por la tele-basura, por los cánones de la telerealidad más chabacana, clasista y vergonzante. La Televisión Pública no está para eso, ni debiera ser su objetivo hacer una réplica culinaria de los muchos programas putrefactos que infectan las televisiones privadas que nos aturden e idiotizan con su programación excremencial (...)

Los tres presentadores no han escondido nunca su ideología. Samanta Vallejo, hermana de Colate, no tiene demasiados secretos, basta con escuchar sus comentarios y sus afinidades; Jordi Cruz confesó hace unas semanas que era un tecnócrata y que por eso le gustaban las personas que gestionaban bien como Isabel Díaz Ayuso, a la que habría votado de todo corazón; por su parte, Pepe Rodríguez, descubrió la verdad durante unos ejercicios espirituales en los que Dios le dijo cuál era su camino y como dirigir su vida. Los tres tienen perfecto derecho a tener las ideas políticas y religiosas que más concuerden con su personalidad, sus intereses o la tradición familiar; los tres son libres -faltaría más- de hablar con Dios de vez en cuando, de pensar que Ayuso o Abascal son el futuro de España o que la Comunidad de Madrid -que es la que más fallecidos tiene por causa del COVID-19- es la que mejor ha gestionado la pandemia.

A lo que no tienen derecho alguno es a gritar con desafuero a los participantes -sobre todo a determinados concursantes-, a ordenarles sumisión mediante el acatamiento militar de “sí chef”, ni a atizar las discordias o los acercamientos marujiles según las reglas de un programa-basura cualquiera. Lo que es de todo punto inaceptable es mofarse de personas con algún tipo de problema que han sido seleccionados adrede no por sus buenas maneras culinarias, sino por otros asuntos absolutamente despreciables. Ni las bromas carentes de gracia, ni las risas extemporáneas de algún miembro del jurado, ni la severidad injustificada y a veces brutal se justifican en un programa de la televisión pública que debiera buscar a personas competentes y mínimamente ilustradas para realizar un programa que mezcle el buen espectáculo, con el respeto, la buena educación y la difusión de la gastronomía como una profesión atractiva y encantadora en la que se puede trabajar sin ser un esclavo ni tener a un sátrapa como patrón (...)

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