19/8/22
La suerte y la desgracia de vivir en una ciudad turística es que puedes comprobar in situ cómo las piedras se convierten en imagen (Heidegger en La época de la imagen del mundo). Los edificios donde habitaste, estudiaste y trabajaste ahora son objeto de miradas miles acompañadas de los relatos de las guías turísticas, que mezclan trozos de historia con leyendas urbanas. El turismo de la experiencia llena de relatos las ciudades y hace de sus edificios no lugares objeto de enmarcado. No me quejo mucho porque, en una ciudad vaciada de empresas e innovación, la única industria es la imagen y la mesa de comidas y de algo hay que vivir. Pero me hace reflexionar esta capacidad humana para convertir todo en relato ahora industria de lo intangible. Imágenes y relatos transmutados en lo real, desquiciando la trinidad lacaniana e invirtiendo los polos de lo simbólico, lo imaginario y lo real.
Por cierto, haciendo de guía turístico para unos amigos hace semanas, entramos a ver los interiores del palacio de Monterrey, cuyo arreglo nos ha costado un dinero a los españoles para disfrute de sus dueños, los duques de Alba, y pude comprobar el mal gusto de la aristocracia española. Esperábamos ver cuadros magníficos y objetos de arte maravillosos y nos encontramos con un museo de los horrores que recopilaba el kitsch de todas las épocas, incluida la maravilla del palacio que era la habitación en la que dormía el emérito cuando venía a los fiestones, un lugar que cualquier persona republicana le asignaría para siempre por lo cutre e incómodo. Todo relato de grandeza.
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