29/10/22
Fernando Broncano R
Está teniendo un merecido éxito en España esta película sobre el primer proceso a la dictadura argentina, en el que llevó el peso de la acusación el fiscal Julio César Strassera. No sé cómo habrá sido recibida en Argentina, pero aquí la veo con envidia, con la de un ciudadano de un país que pactó el entierro de la memoria cuando aún vivían familiares de las víctimas del genocidio o víctimas directas de cárceles y torturas. El mayor mérito de la película, junto a lo bien llevado de los personajes, es la eficacia con la que presenta cuáles eran los puntos implicados en aquél juicio. Es una lección de derecho inolvidable.
Conocí brevemente a Strassera un poco después de aquel juicio. Fue una tarde en la Residencia de Estudiantes de Madrid y no recuerdo bien la fecha ni quién me lo presentó. No recuerdo tampoco la conversación pero no he olvidado sus ojos y su mirada perdida, como la de un Ulises que hubiese vuelto del Hades. Fue en un tiempo de contradicciones, cuando el gobierno de Alfonsín temió a los militares y declaró la ley de Punto Final, que dejaba el proceso de juicio en la impunidad a los cargos intermedios. Tenía un amigo muy querido que estuvo en el gobierno de Alfonsín y fue responsable de las investigaciones que contribuyeron después a que el juicio fuera posible. Entendí sus contradicciones, intentando justificar lo injustificable y aprendí de aquella experiencia que la política es muy limitada en su poder cuando pierde los hilos que la conectan con el pueblo. Por suerte, el empecinamiento de tanta gente permitió que nuevos juicios fueran posibles más tarde. Pura envidia la que tengo de ese país del que siempre me he sentido muy cerca. No dejen de ver esta película.
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