ZARAGOZA 20/02/2024 EDUARDO BAYONA
El trasiego de propiedades, impulsado por la ausencia de relevo generacional, dispara los precios y altera la configuración de un sector agrario cuyo volumen de negocio se ha disparado un 30% en diez años.
El precio de la tierra se ha disparado: una finca de regadío de 80.000 metros cuadrados en los alrededores de Zaragoza sale a casi 52.000 euros por hectárea, las doce de otra en Garrapinillos se venden a casi 22.000, las 250 de un olivar en Écija cotizan a 36.000, un nivel similar al de otra de 375 en Sevilla, donde la tasación va de los 10.000 a los 40.000 en un nivel similar al que se da en Valladolid.
La tierra sigue siendo, aunque quizás no tanto como hace medo siglo, el principal de los cuatro factores productivos en una agricultura en la que capital y tecnología ganan presencia a costa del trabajo y dentro de un proceso de transformación del negocio que cada vez requiere mayores inversiones: si la explotación media abarca 40 hectáreas, adquirirla cuesta entre 400.000 euros y dos millones, equipamiento y gastos al margen.
Y eso está teniendo consecuencias excluyentes para el agricultor profesional, el de la explotación familiar, una figura que tiende a desaparecer a base de acaparamiento de fincas y de industrialización de la actividad y que estos días expresa en forma de tractoradas su malestar ante el devenir de un escenario en el que su capacidad de influencia mengua por momentos arrasada por la globalización de los mercados alimentarios.
Dos datos resultan despiadadamente indiciarios de ese proceso de achique de la agricultura familiar en beneficio de la industrial. Uno es la pérdida de más de 100.000 agricultores profesionales en quince años que recoge la EPA, que certifica una merma de casi un tercio, a 7.000 por año, solo en ese periodo. Eran 1,35 millones, seis veces más, cuando España entró en la UE, entonces llamada Mercado Común, en enero de 1986.
El otro es el vertiginoso proceso de acaparamiento de tierras y de desaparición de pequeñas explotaciones que revelan los datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) y del Ministerio de Agricultura sobre transmisiones de fincas y sobre la demografía del sector.
En diez años han cambiado de manos 1,37 millones de fincas rústicas en España, y lo han hecho mayoritariamente en una dirección: del patrimonio de familias a la propiedad de terratenientes, hoy bajo la denominación del family office, de empresas de la agroindustria y de fondos de inversión.
Un 6% de terratenientes y empresas posee el 57% de la tierra cultivable
¿Eso es mucho o poco? Apenas hay datos oficiales que permitan llegar a una conclusión de ese tipo, aunque los pocos disponibles apuntan a que esas transacciones están provocando cambios estructurales en el sector agrario español.
En los once años transcurridos entre los censos agrarios de 2009 y 2020, y ya con esos procesos de acaparamiento de tierras activados, la superficie agraria útil crecía en 161.000 hectáreas (0,7%) mientras desaparecían algo más de 53.000 explotaciones.
Sin embargo, el número de terratenientes y empresas propietarios de fincas de más de cien hectáreas aumentaba en casi 4.600 (+9%) y sus posesiones incorporaban algo más de un 3% de la superficie agraria útil al añadir 739.686 hectáreas a los 13,08 millones que ya tenían: 55.783 explotaciones, el 6,09% del total, acaparan casi tres quintas partes (57,8%) de la tierra cultivable en España.
Del grueso de las desaparecidas, 45.000 sumaban menos de veinte hectáreas de tierra y otras 8.000 estaban entre esa extensión y las cien y, en ambos casos, eran propiedad de personas físicas.
El número de propietarios particulares solo aumentó entre los de más de cien, que eran 7.000 más al final del periodo, lo que ilustra esos procesos de concentración: la desaparición de un 7,5% de los minifundistas (menos de 50 hectáreas) y de un 5,7% de los mediofundistas (50 a 100) corrió en paralelo a un aumento de casi en 20% en el número de latifundistas (más de cien).
La presencia de empresas o personas jurídicas creció en ese periodo en todos los tramos de superficie, con un incremento de 6.500 entre las explotaciones de hasta treinta hectáreas y leves retrocesos de un centenar en las de treinta a cien (-0,8%) y otro de menos de 500 (-4,5%) en las de mayor extensión que parecen haberse revertido tras la pandemia (...)
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