11 may 2024
Las okupaciones universitarias como momentos de posibilidad NURIA ALABAO |
Queridas suscriptoras y suscriptores:
Los estudiantes acampan en universidades de medio mundo contra el genocidio en Gaza. En EEUU pero también en Europa —en España, Alemania, Bélgica, Suiza, Francia o Países Bajos— se plantan tiendas o se duerme en las aulas okupadas. Se planean protestas, se escriben manifiestos y consignas, se habla en asambleas, se pide el cese de la colaboración de las instituciones universitarias con las universidades o el capital israelí. En algunas se va más allá, y se exige también que los gobiernos corten relaciones diplomáticas con Israel, o dejen de enviar armas y de colaborar activamente con el asesinato masivo de palestinos y el intento de apropiación de sus territorios.
En las acampadas, los estudiantes probablemente aprendan más que en los días de clases ordinarias, con sus saberes compartimentados y sus horarios compartimentados y la vida cuadrada y regulada que te enseña a obedecer mejor. Ahí, fuera de los muros universitarios y después de las clases, les espera ese mundo donde el orden y los compartimentos y la obediencia regulan todas las posibilidades de existencia. En las acampadas, por unas semanas, unos meses, se comparten comida, ideas, lecturas, se convive, se canta, se habla, se ama quizás; se experimenta un momento lleno de posibilidades donde los compartimentos se desordenan. Aunque sea un fogonazo, por un rato se vive de otra manera, tal vez no imaginada con anterioridad —como diría Guillem Martínez—. No es solo una convivencia o un campamento donde todo eso podría darse también, sino un espacio donde se existe como si la manera en la que vivimos contase, como si nuestras acciones fuesen, en verdad, determinantes. Eso lo cambia todo.
Esas imágenes me traen recuerdos de otras acampadas, de otras okupaciones, donde la vida también se rebelaba, paréntesis de la producción, huelga del orden. Zonas temporalmente autónomas, las llamaba Hakim Bei: esos espacios provisionales que se apartan de lo establecido, donde explorar nuevas formas de ser y organizarse socialmente que escapan de las normas establecidas. En ocasiones, cuando perduran, les llamamos «instituciones populares» —centros sociales, sindicatos sociales, pueblos tomados o comprados…— que consiguen organizar la producción y la reproducción de otro modo. No son la alternativa a este sistema, no tienen por qué cambiar todo, pero a veces transforman a las personas, consiguen conectar con oleadas de protestas más amplias y quizás constituirse en lugares donde acumular poder para hacer más fuertes nuestras luchas.
Recuerdo, por ejemplo, lo que en el 2003 en Barcelona llamábamos Espacios liberados contra la guerra —en ese caso la de Irak, en tiempos de Aznar y sus delirios de grandeza—. Las manifestaciones eran masivas, pero nos sabían a poco, así que nos dedicamos a okupar varios edificios en el centro. Esta centralidad hacía que duraran muy poco, a veces unos días, otras, incluso, solo unas horas. En palabras de Marina Garcés, con quien compartí experiencia: «Frente a la impotencia que causaba desfilar en masa contra la guerra global, los espacios liberados devolvieron las prácticas asamblearias y organizativas al corazón de la ciudad y de nuestras vidas». Partiendo del rechazo a la guerra, subvertir por unos momentos nuestra cotidianidad sirvió para entender qué vida rechazábamos, qué nos producía malestar, cómo se conectaba la guerra con nuestra vida cotidiana. «Contra la Guerra de Irak y contra nuestras guerras cotidianas, las que empezaban a sentirse con fuerza, también, en la Barcelona capital del mundo: guerra laboral, a través de la precarización, guerra inmobiliaria, con la burbuja que no paraba de hincharse temerariamente desde 1999, guerra humanitaria, con la segregación creciente de la inmigración ilegalizada…», continua Garcés en Ciudad Princesa. Después de aquello, muchas seguimos okupando, esta vez como modo de vida.
Recuerdos del porvenir
La herramienta de la okupación ha atravesado la historia desde hace mucho. Hay numerosos rastros en todas las luchas sociales importantes. De sus experiencias en las okupaciones universitarias en el 68 mexicano, escribió Paco Ignacio Taibo II en su crónica 68: «Lo más apasionante: las guardias nocturnas, los famosos rondines. Las horas de la suprema locura. Una de las primeras noches decidimos aprovechar los tiempos muertos y decorar la facultad. La envolvimos en un enorme lazo de 400 metros hecho con cinta de máquina de escribir, por eso de que era rojinegra, los colores de la huelga. Otra noche de insomnio, Manuel el Chiquito, Trobamala y yo, nos pusimos a pintar la torre de Ciencias de rojinegro. Recuerdo que el tercer día de huelga decidimos ir a llevarles una serenata solidaria a los de Odontología. Pensábamos que eran los recién llegados a esta locura de la revolución y que se merecían algo así de los veteranos de Ciencias Políticas. Los días eran más racionales».
Como es conocido, estos fragmentos —que nos evocan la intensidad de estas experiencias de subversión acompañada, la creatividad y alegría de la revuelta— fueron seguidos de la masacre de Tlatelolco, de la que existen también numerosos testimonios. Evidentemente, hoy no estamos en un 68 —aunque ciertamente la represión en las okupaciones estadounidenses nos han retrotraído a ese episodio por un instante—. En ese momento se conjugaron rupturas con los modos de vida establecidos —la contracultura juvenil—con los movimientos obreros en revuelta en muchos lugares, con las luchas de liberación nacional en el sur dando lugar a un movimiento que sacudió todo el globo y transformó de alguna manera las relaciones sociales. Hoy, como interpreta Franco Berardi, Bifo, «los estudiantes se están identificando con la desesperación. La desesperación es el rasgo psicológico y también cultural que explica la amplia identificación de los jóvenes con los palestinos. Creo que la mayoría de los estudiantes esperan, consciente o inconscientemente, un empeoramiento irreversible de las condiciones de vida, un cambio climático irreversible, un largo período de guerra y el peligro inminente de una precipitación nuclear de los conflictos que están en curso en muchos puntos del mapa geopolítico. Ésta, en mi opinión, es la principal diferencia en comparación con el movimiento de 1968: no se vislumbra ninguna reversión de la relación de fuerzas».
Una revuelta más que irrumpe en un vacío de esperanza
Los estudiantes, sigue Bifo, «no esperan ningún futuro brillante, ningún futuro socialista, ninguna emancipación social de la resistencia palestina». Las propias expectativas de esos estudiantes de hoy son ya muy diferentes a las de los 68 o incluso a las de mi generación, cuando la tonalidad del fin del mundo todavía no había descendido sobre nuestras cabezas ni habíamos atravesado varias crisis seguidas. Pero en un mundo que parece colapsar resulta más urgente que nunca seguir afirmando que las cosas podrían ser de otra manera, que la vida podría ser otra vida. Quizás las acampadas, aunque sea de una manera frágil, y breve, un instante nada más, puedan unir la producción de un mundo nuevo y un firme rechazo contra este, que es capaz de producir asesinatos en masa y las vergonzosas legitimaciones que los justifican.
Gracias, lectores, lectoras, por vuestro compromiso.
Nuria Alabao
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