Fernando Broncano R · elpais.com Pablo Ordaz
No
sé si a vosotros os pasa. A medida que discurre el proceso al procès,
me invade la depresión al contemplar el desastre de nuestras
instituciones. La declaración de Íñigo Urkullu ayer, comparada con las
anteriores, dejó muy claro en su serenidad y precisión que lo que
ocurrió era lo que todos vimos: una población exaltada creyendo estar a
las puertas del cielo, unos dirigentes desbordados jugando a aprendices
de brujo, un gobierno estúpidamente encerrado en la inacción creyendo
que el no hacer resolvería todo. El resultado: una sociedad fracturada,
una constitución en crisis, un estatuto de autonomía inservible, un
país quebrado. Las declaraciones de Rajoy, Soraya Sáenz, Zoido, son un
modelo de irresponsabilidad: no saber, no recordar, no entender, no
hacer. Yo no tengo formación jurídica, pero quienes saben argumentan que
va a ser difícil probar el delito de rebelión, que en España no hay
una figura penal para el tipo de deslealtad con el Estado cometida por
los dirigentes independentistas y que en eso está parte del problema.
Pero a mí me gustaría que hubiese una nueva figura penal: la estupidez
criminal, y que sentaran en el banquillo no solamente los acusados sino
también los testigos citados más arriba (y quizás algunos más).
El exministro del Interior ha intentado esquivar todas las preguntas en el (…)
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