octubre 13, 2019

CTXT. 42 pasos, de Vanesa Jiménez


Vanesa Jiménez,
13 jul. 2019
 
Cada vez vivimos más solas y más solos. En España, el 25% de los hogares los habita una persona. Son más de 4.700.000 las que viven en soledad, según los datos del INE de 2018. De esos casi cinco millones de personas, más de dos superan los 65 años. Y entre estos últimos, el 71,9%, un millón y medio, son mujeres. En el año 2033, según proyecciones de la misma fuente, una de cada tres personas vivirá sola en nuestro país.

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En Japón, los ancianos cometen ahora más delitos. Casi siempre pequeños robos, y casi siempre son reincidentes. Lo cuenta el periodista de la BBC Ed Butler, que investigó por qué en los últimos veinte años la tasa de condenas a mayores de 65 años ha aumentado de una de cada veinte a una de cada cinco. Los delitos siempre tienen el mismo motivo: la pobreza y la soledad, que van de la mano. Los hombres y mujeres que cometen estos hurtos –la exclusión aquí no entiende de géneros– saben que ley es muy estricta y acabarán en la cárcel. Es lo que buscan, compañía y tres comidas diarias.

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A principios de mayo, un interno de la prisión de Huelva intentó quitarse la vida a las puertas del centro penitenciario. Horas antes había sido puesto en libertad tras muchos años en reclusión. El hombre no quería salir de aquella cárcel, se negó cuanto pudo, alegó desamparo. No tenía nada ni a nadie. Se cortó el cuello el mismo día que salió a la calle.

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Me crié en una casa con un gran patio interior pensado en su origen como tendedero comunitario. Aquello era y sigue siendo un mundo de mujeres. Allí aprendí la sororidad antes de conocer la palabra. Allí vi como la vecina del segundo, Carmen, que sería entonces diez años más joven que yo ahora, superó los muchos kilos de más para saltar de su terraza a la contigua mientras un incendio amenazaba la casa vecina. Cuando llegaron los bomberos, Carmen ya había sofocado el fuego. A veces me acuerdo de Rosalía, una de las niñas que pasaban casi todo el tiempo solas en aquel piso. En ese patio se cuidaba a Paca, la del bajo, que vivió viuda muchos años, de luto eterno, siempre pendiente de sus plantas. Allí colgaban al aire los monos de Astilleros y la ropa de los niños heredada entre hermanos o vecinos. Allí, entre los bidones de agua, se guardaban cañas de pescar, redes, aparejos. Allí se gritaban las ofertas de Súper Cádiz y las lluvias que amenazaban los cordeles repletos de sábanas. Allí las voces de mujeres sonaban hasta las tantas. Allí se guardó silencio mientras mi madre esperaba irse del todo en el piso al que había llegado recién casada más de 40 años atrás.

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He vivido en ocho casas desde que estoy en Madrid. He tenido que hacer la cuenta con los dedos. Pero hubo una en la que pasé más tiempo. Llegué con 23 años y el primer trabajo medio fijo. Sola y aún con pocos amigos. En aquel apartamento me encontré con ella, dos plantas más arriba. Nos separaban muchos años pero nos acercaban las ganas de vivir. Ella fue una madre postiza y yo intenté corresponder como la hija que no tuvo. Ella me hacía caldos y empanadas cuando estaba enferma, o cuando el trabajo me robaba todo el tiempo. Yo le cortaba y teñía el pelo. Le enseñé a usar su primer móvil con internet. Después la tableta. Nunca nos faltó un regalo de cumpleaños.

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Ella, Eva, murió sola hace ya algunas semanas y yo no me enteré. Nadie cruzó los 42 pasos que separan mi antiguo portal del nuevo para decirme que ya no estaba. Yo seguía pensando que me la iba a encontrar en el autobús 120 o mientras comprábamos en el Día. O en López de Hoyos. O en el Parque de Berlín. Habíamos intercambiado mensajes poco antes. “Ya sabes que rezo por ti”.

Eva fue más libre y más valiente de lo que nunca supo.

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Pienso en la soledad, en la vejez y en las anclas que con suerte surgen u otras veces buscamos y nos ayudan a estar. Pienso en las mujeres que me han rodeado y me rodean, todas guerreras. Y pienso en que ojalá CTXT dure para siempre, más allá de nosotras, y sea un lugar en el que habitar la vida.

A vosotras y vosotros, amigos de nuestra revista, les imagino al otro lado, acompañándonos y dejándose acompañar por nosotras, dentro de esta red que hemos ido tejiendo entre todas, sabiéndonos parte de algo no sé si bello, pero con intención de serlo.

Ojalá allí donde me lean sean tan felices como lo fue Eva. Como quieran, no como puedan.


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