Marisa Peña · 28/10/2019
Mi bisabuela Pilar Piñeiro Lucas, socialista, luchadora por los derechos de la mujer, su delito para ser encarcelada en la cárcel de mujeres de Málaga fue ese: ser socialista y aparecer en una lista elaborada por la Falange de Larache. En sus brazos mi abuelo, Manuel de la Peña Piñeiro, encarcelado y condenado a muerte en juicio sumarísimo sin garantías procesales por su participación en actos culturales del Ateneo libertario de Larache. También estaba en esa lista de Falange. A su lado mi bisabuelo, Manuel de la Peña Maestre, fusilado el 7 de agosto de 1936 por simpatizante de Izquierda Republicana y por pertenecer al grupo de militares leales a la República (aunque él ya estaba en la reserva con la ley Azaña) que advirtieron al gobierno central de lo que se estaba gestando en África. También estaba en la famosa lista. Compararlos con Primo de Rivera, que sí cometió un delito de rebelión contra el gobierno legal, es una ignominia que inició el franquismo y continúa con la democracia. Nunca empuñaron un arma, nunca usaron la violencia, eran trabajadores, creían en el proyecto republicano y soñaron un mundo más justo e igualitario. Igualarlos a los falangistas y a los militares sediciosos que les destrozaron la vida, les robaron sus bienes y les separaron para siempre es un acto innoble que no se merecen. No pueden decirlo, pero lo digo yo. Su voz es mi voz. Verdad, justicia, reparación.
©Marisa Peña.
+ Marisa Peña · 28/10/2019
Considerar al fundador de la Falange una víctima más (vicepresidenta dixit), e igualarlo moralmente a los republicanos leales, que se vieron envueltos en una violencia iniciada, entre otros, por los seguidores de este líder fascista que defendían el golpe de estado para acabar con la República y con el triunfo en las urnas del Frente Popular, es cuanto menos, una falacia, una indecencia y una vergüenza para la memoria de tantos socialistas (entre los que se encontraban mi bisabuela Pilar y mi tío abuelo Fernando) que sufrieron la dialéctica de los puños y las pistolas, esa que Jose Antonio voceaba en sus mítines incendiarios. Equidistancia barata que vuelve a recordarnos que somos el resultado de cuarenta años de nacionalcatolicismo y otros cuarenta más de desmemoria y silencio. Tristeza infinita. Y algo más...
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