GENTE DE LA ALBERCA:
Por la Alberca, un pueblo como cualquier otro de España, paseaba una pareja de homosexuales. Se cruzaron con un grupo de adolescentes y escucharon, nítido y fuerte ¡marciones! La primera inercia de la pareja, cercanos a la cuarentena, fue continuar el camino. Pero después decidieron que no tenían por qué soportar ningún agravio y se acercaron a los jóvenes. A éstos les sorprendió tanto la proximidad que estuvieron especialmente timoratos y nadie dio la cara. El asunto podía haberse quedado ahí. Pero decidieron darle luz, que trascendiera, y que al menos en el pueblo supieran las cosas que ocurrían con parte de su juventud. Contaron la historia en Facebook y ahí empezó lo más hermoso de la historia. El pueblo entero se mostró indignado con sus jóvenes. Los padres de éstos no daban crédito. Tal era el aluvión de apoyos que desde el ayuntamiento o una asociación, no lo recuerdo, lograron ponerse en contacto con la pareja para pedirles perdón. El impulso tampoco se detuvo ahí, porque la pareja entendió que era el momento de dar un pasito más, de convertir en positivo un momento negativo; así que decidieron ayudar al ayuntamiento a realizar unas jornadas de visibilidad en el pueblo, a las que acudieron una cantidad importante de personas de todas las edades. El autor de la frase, avergonzado, quiso leerles en persona una carta de disculpa. Y a mí, esta reciente historia que escuché en La Ser, me emociona. Me gusta ver como la fuerza del colectivo puede con casi todo. Pero también me hace pensar en dos cosas fundamentales: la primera que de un joven, por mucho andamiaje que lleve de casa, se puede esperar de todo, porque la inconsciencia forma parte de su adn transitorio de adolescente. Nunca diré mi hijo no, más bien me preguntaré por qué y cómo arreglarlo. Y eso hicieron esos padres, a los que imagino avergonzados de la frase de su hijo, un muchacho, que por cierto, finalmente asumió su responsabilidad. Y ahí va la segunda cosa, lo importante que es la reacción de los padres cuando un hijo, sobre todo en la adolescencia, tropieza. Porque tropezar lo hará, de eso se trata de la película de la adolescencia. Ahí debemos estar nosotros, siempre, para acompañar, explicar y obligar, en caso de ser necesario, a que resarza los males que pudieran acarrear sus tropiezos. Nadie dijo que fuera fácil, pero no se me ocurre otra misión más importante en la vida.
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Por la Alberca, un pueblo como cualquier otro de España, paseaba una pareja de homosexuales. Se cruzaron con un grupo de adolescentes y escucharon, nítido y fuerte ¡marciones! La primera inercia de la pareja, cercanos a la cuarentena, fue continuar el camino. Pero después decidieron que no tenían por qué soportar ningún agravio y se acercaron a los jóvenes. A éstos les sorprendió tanto la proximidad que estuvieron especialmente timoratos y nadie dio la cara. El asunto podía haberse quedado ahí. Pero decidieron darle luz, que trascendiera, y que al menos en el pueblo supieran las cosas que ocurrían con parte de su juventud. Contaron la historia en Facebook y ahí empezó lo más hermoso de la historia. El pueblo entero se mostró indignado con sus jóvenes. Los padres de éstos no daban crédito. Tal era el aluvión de apoyos que desde el ayuntamiento o una asociación, no lo recuerdo, lograron ponerse en contacto con la pareja para pedirles perdón. El impulso tampoco se detuvo ahí, porque la pareja entendió que era el momento de dar un pasito más, de convertir en positivo un momento negativo; así que decidieron ayudar al ayuntamiento a realizar unas jornadas de visibilidad en el pueblo, a las que acudieron una cantidad importante de personas de todas las edades. El autor de la frase, avergonzado, quiso leerles en persona una carta de disculpa. Y a mí, esta reciente historia que escuché en La Ser, me emociona. Me gusta ver como la fuerza del colectivo puede con casi todo. Pero también me hace pensar en dos cosas fundamentales: la primera que de un joven, por mucho andamiaje que lleve de casa, se puede esperar de todo, porque la inconsciencia forma parte de su adn transitorio de adolescente. Nunca diré mi hijo no, más bien me preguntaré por qué y cómo arreglarlo. Y eso hicieron esos padres, a los que imagino avergonzados de la frase de su hijo, un muchacho, que por cierto, finalmente asumió su responsabilidad. Y ahí va la segunda cosa, lo importante que es la reacción de los padres cuando un hijo, sobre todo en la adolescencia, tropieza. Porque tropezar lo hará, de eso se trata de la película de la adolescencia. Ahí debemos estar nosotros, siempre, para acompañar, explicar y obligar, en caso de ser necesario, a que resarza los males que pudieran acarrear sus tropiezos. Nadie dijo que fuera fácil, pero no se me ocurre otra misión más importante en la vida.
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1 comentario:
Cierto muy cierto. También cometí mi grave error en La adolescencia y mis padres y demás personas me ayudaron a base de menosprecio, hostias e insultos.
Creo que pocas veces son tan necesarios el amor, la serenidad y la firmeza como en esos momentos.
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