Este virus no ha venido a matarnos, no. La enfermedad no vino a nosotros para diezmar nuestras filas, como si de una peste negra renovada se tratase. Aquella peste negra se cobró un precio espectacular en vidas, que se calcula en más de 25 millones en Europa y 40 millones en Asia, pero también supuso el comienzo del fin de la estructura social y económica de la época, el feudalismo, que ya en el siglo XIV mostraba síntomas inequívocos de parálisis y agotamiento. Aquella pandemia, tan brutal y decisiva, significó una crisis que se alargaría por más de 100 años y desembocaría en un radical cambio de modelo. Ese cambio vino acompañado de una enorme violencia social: rebeliones campesinas contra los abusos de los señores feudales, que aumentaron la presión fiscal sobre los súbditos que habían sobrevivido; un aumento del antisemitismo, ya que los judíos europeos fueron culpados, en numerosas ciudades europeas, de ser los responsables de la enfermedad. La peste negra significó el debilitamiento del poder de los nobles y el aumento de la influencia de las ciudades, que por otro lado fueron las que más sufrieron la enfermedad. La peste negra no creó nuevos problemas o tensiones sociales, sino que agravó los que ya existían. ¿Y el coronavirus? ¿Es la causa de nuestros males o es, simplemente, una lente de aumento que ha puesto de relieve lo peor de nuestras sociedades modernas?
El coronavirus ha puesto en evidencia la desigualdad en la que vivimos. Madrid es, era y presumiblemente seguirá siendo, la capital europea con mayor desigualdad y segregación socioeconómicas. El sur y el norte de Madrid no distan más de 40 kilómetros, pero ambas regiones presentan números e indicadores tan dispares que bien podrían situarse en países tan distantes como Bélgica y Rumanía. Esa desigualdad estaba ahí desde hace mucho tiempo, agravada tras la crisis de 2008 y hoy disparada en esta segunda ola de la enfermedad.
Veamos entonces los datos, que nunca mienten: Madrid presenta, a día de hoy, 642 contagios por cada 100.000 habitantes, un 250% más que la media nacional. Esto se debe, sin lugar a dudas, a la nefasta gestión del gobierno de Isabel Díaz Ayuso (IDA de ahora en adelante) y su flagrante falta de inversión pública en rastreadores y médicos y enfermeros de la atención primaria. Las medidas que se han tomado, ya en agosto, cuando la pandemia se había agravado en Madrid, fueron insuficientes y llegaron, como siempre, tarde. Los centros educativos se encontraron, a 10 días de empezar el curso lectivo, con un escenario 2 de educación semipresencial, para el que no se les había dotado de medios tanto humanos como técnicos en julio. Hablo por propia experiencia. Los docentes de Madrid estamos al borde del colapso. La cuerda de la educación está tensada al máximo. La de la sanidad está a punto de romperse. Otra vez.
Los efectos del virus, sin embargo, no pueden leerse solo en clave política. No podemos reducir esto a la gestión ineficaz de IDA y su equipo. Veamos nuevos datos: los distritos del sur de Madrid, como por ejemplo Puente de Vallecas, presentan una incidencia de más de 1.200 contagios por cada 100.000 habitantes. Villaverde y Usera están por encima de los 1.100. ¿Por qué? ¿Le gusta al virus el sur? No. El virus no entiende gustos geográficos, pero sí de pobreza, hacinamiento, metros y autobuses atestados y precariedad. En estos barrios, las viviendas cuentan con menos metros cuadrados de media y albergan a más personas que en otros barrios de la capital, como Chamberí, o Moncloa-Aravaca. Los habitantes de los barrios del sur trabajan en empleos del sector servicios que no permiten el teletrabajo, por lo que se exponen a entrar en contacto con el virus con mayor frecuencia. Estos habitantes acuden a sus puestos de trabajo en trenes que en sus horas punta van atestados de viajeros. Al coronavirus le gustan las aglomeraciones, es así y todos lo sabemos a estas alturas, pero hay personas que no pueden elegir entre trabajar o quedarse en casa y no exponerse al contagio. La afirmación de IDA de que “el aumento de los contagios se debe al modo de vida de la inmigración en Madrid” es tan vergonzosa, además de racista y aporofóbica, que me abstendré de comentarla. A no ser que la pobreza, el hacinamiento o el empleo precario se hayan convertido, sin yo saberlo, en un modo de vida, más que en una lacra. Todo es posible en Madrid, capital mundial del surrealismo.
Desconozco si esta pandemia traerá consigo un cambio de modelo. No sé si provocará revueltas sociales o un cambio de conciencia colectivo. Lo que sí sé es que esta pandemia ha puesto de manifiesto dos cosas: una, que el virus, en el fondo, somos nosotros, al menos para nuestro planeta; dos, que la verdadera enfermedad no se llama Covid19, sino desigualdad, y para esta no hay curas milagrosas ni vacunas preventivas. El coronavirus se irá, o se quedará, aunque atenuado, pero la desigualdad, igual que el dinosaurio de Monterroso, seguirá aquí mucho tiempo después de que nosotros hayamos despertado de este largo sueño neoliberal, falaz y antihumano.
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