Javier Nix Calderón 16/7/21
Tengo 32 años y no he dejado de estudiar ni uno solo desde que cumplí 5. No es un lamento, sino un dato objetivo. Disfruto estudiando y aprendiendo, leo por placer y creo que el conocimiento es lo único capaz de crear hombres y mujeres libres. A los 16 años decidí que me convertiría en profesor de Historia, aunque durante un par de años dudé entre la educación y el periodismo. Los malos consejos de algunos profesores me convencieron de escoger esta última carrera en la Universidad. En el tercer año de licenciatura decidí que yo no pertenecía a ese mundo. Me informé de los requisitos para opositar al cuerpo de profesores de enseñanza secundaria, y vi que mi carrera era compatible con la docencia de la Historia, así que la terminé. Realicé el Máster en Educación Secundaria un año después de acabar la carrera, y otro año más tarde me presenté a las oposiciones en Madrid. Aprobé, pero sin plaza. Era 2012 y yo tenía 26 años.
Viví los años más duros de los recortes en Educación y Sanidad. Aquel año no me llamaron para trabajar como profesor interino, así que decidí marcharme a Brasil. Estuve allí casi dos años trabajando como profesor de español, sin dejar de estudiar para las siguientes oposiciones de 2014. Regresé a finales de junio de 2014 y tres días después me presenté al examen. Suspendí con un 4.7, pero conseguí un puesto de interino gracias a mi puntuación del año 2012. Ya han transcurrido cuatro años desde que comencé a trabajar, y entre medias he pasado tres oposiciones más, aprobando dos de ellas, pero sin plaza. ¿Por qué cuento todo esto? ¿A quién le importan mis vicisitudes en el detestable mundo del trabajo precario y las oposiciones? Quizás a nadie, pero tras lo que estamos viviendo estos días, creo necesario contar mi experiencia.
Las oposiciones para educación son un proceso absolutamente opaco y subjetivo. Los opositores debemos realizar dos exámenes: el primero, una prueba de conocimientos teóricos y prácticos sobre nuestra materia; el segundo, una prueba de aptitud docente, consistente en la defensa oral ante el tribunal de una programación didáctica para un curso concreto de nuestra materia durante un año. Si suspendemos la primera parte, no podemos realizar la segunda. A estas dos notas, hay que sumar los méritos (experiencia, másteres, idiomas, expediente académico) para optar a una de las plazas de funcionario que se ofertan en las diferentes comunidades autónomas. El problema es que jamás podemos conocer los criterios de corrección que los tribunales usan para evaluar nuestros ejercicios. Si un opositor suspende, no sabrá que ha hecho mal, ya que los tribunales tienen la orden de no enseñar las pruebas a los opositores ni dar explicaciones sobre su nota. Hace unos días, me examiné junto a varias decenas de miles de personas en toda España para conseguir una plaza fija. Aprobé la primera parte de mi especialidad, Geografía e Historia, en Madrid. De 2000 aspirantes, solo 300 pasamos la primera fase, la mayoría con notas entre el 5 y el 6. Más de 400 personas, muchos de ellos profesores interinos como yo, obtuvieron calificaciones en sus ejercicios de 0.000. En muchos casos, estos compañeros y compañeras llevan más de 5 años ejerciendo la docencia como interinos, dejándose la vida estudiando para salir de esta rueda infernal de inestabilidad y precariedad. ¿Cómo es posible que un licenciado universitario, que ha aprobado en una, dos o incluso tres ocasiones el mismo proceso de oposiciones saque una calificación de 0.000? Hay muchas explicaciones, pero todas me chirrían. He hablado con profesores miembros de tribunales, y todos coinciden en el bajo nivel académico de los opositores. Es indudable que un porcentaje de opositores no se prepara el temario y va a probar suerte, pero no deja de ser extraño que compañeros y compañeras que han aprobado en otros años, quedándose en ocasiones a milésimas de obtener una plaza, cosechen puntuaciones insultantemente bajas. En algunas especialidades, como Lengua y Literatura o Matemáticas, el número de opositores que pasó la primera fase es inferior al número de plazas ofertadas, por lo que muchas de estas plazas quedarán desiertas. ¿Extraño o sintomático?
A nadie se le escapa que la educación pública está siendo sometida a un proceso de demolición controlado por parte de la Administración y de ciertos partidos políticos, dedicados en cuerpo y alma a socavar la profesionalidad de los docentes de la pública. ¿Por qué? Porque la educación es un negocio. Porque los profesores de la pública gozamos de mejores condiciones laborales y más derechos que los de la escuela concertada, una escuela concertada que avanza imparable, cobijándose bajo el engañoso derecho de los padres a elegir la educación que desean para sus hijos. Una escuela concertada en manos de grupos empresariales con conexiones muy profundas con las altas esferas, diseñada para reducir el gasto público en educación a costa de aumentar la segregación socioeconómica de la población. ¿Debo recordar que la Comunidad de Madrid es la región de España con mayor desigualdad en educación? Aquí no hay una brecha entre ricos y pobres, sino un abismo.
Estas últimas oposiciones han sido un paso más en el desmantelamiento de la educación pública en Madrid y en otras comunidades autónomas. Socavando el prestigio de la comunidad educativa, la población verá la educación pública como un espacio poblado por docentes ineptos e incapaces. ¿Quién confiaría la educación de sus hijos a un profesor o profesora que obtiene una calificación de 0.000, o de 1.5, o incluso de 2.5 en su especialidad? El descrédito de nuestras capacidades es una herramienta más en manos de unas autoridades empeñadas en destruir lo que es de todos. Poco a poco, se nos dibuja un horizonte hostil, edulcorado con palabras como excelencia o bilingüismo, pero que oculta en la distancia precariedad, exclusión y desigualdad.
Por mi parte, mañana me darán la nota de la segunda parte del proceso. De ella depende que obtenga o no una plaza fija. La ansiedad lleva semanas cuarteándome los labios, sin dejarme apenas dormir, sintiéndome como un reo ante el tribunal que decretará si debo realizar dos años más de trabajos forzados o mi libertad. Pero que nadie se confunda con esto. Los profesores interinos ya somos profesores. Excelentes profesores en la mayoría de los casos. Porque trabajo con ellos, porque soy uno de ellos, y creedme si os digo que somos los que mantenemos este sistema en pie, aunque nos escupan a la cara una nota cada dos años, aunque nos hagan sentir como fracasados. Yo soy bueno en lo que hago, porque amo mi trabajo, porque creo que la educación nos salva. Ninguna nota me va a convencer de lo contrario. Nos vamos a levantar una y mil veces hasta que este sistema arbitrario e injusto cambie, hasta que se nos reconozca nuestra inmensa valía, nuestra inestimable labor, y los hijos de puta que nos juzgan y desprestigian desde sus despachos nos pidan disculpas por tantos años de agravios, insultos y menosprecios. Aquí no se rinde nadie. Nadie.
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