Antes de que ya estuviera muy enferma y de que su memoria se hiciera
agua, mi abuela me pidió que no olvidara y que lo contara todo. Todo lo
que habíamos tejido las dos durante tantos años y tantas conversaciones.
El hilo de nuestra memoria familiar que era también la memoria
republicana, la memoria de los vencidos, de los resistentes, la memoria
herida y silenciada. Recordar no es cosa baladí, es un acto de
construcción y reparación. Yo he sido una af
ortunada
porque el silencio no se impuso en mi casa. Canciones, consignas,
cartas, libros prohibidos y la maravillosa capacidad de mi abuela de
recordar y contar todo cuanto ocurrió acompañaron mi infancia, mi
adolescencia y mi juventud consciente. Sé que saber me ayudó a
comprender, a asumir y a concienciarme. Mi compromiso con la
recuperación de la memoria republicana, la justicia y la reparación de
las víctimas tiene una vertiente política e ideológica pero también una
afectiva hecha de amor y de emociones. No puedo renunciar a ninguna y
además no quiero. Por eso no soy historiadora, ni investigadora, porque
no soy imparcial ni podría serlo jamás. Soy hija, nieta, sobrina- nieta y
bisnieta de víctimas del franquismo y aunque no lo fuera sé que el
sufrimiento de los republicanos españoles no ha sido reparado, ni
paliado ni valorado en su justa medida. Son víctimas de segunda,
obligadas a callar, a olvidar y a pasar página, que es lo peor que se le
puede pedir a una víctima. No debería ser tan difícil ponerse en el
lugar de las víctimas y de sus familiares. Pero lo es, porque la sombra
del franquismo es muy alargada, tanto que cubre incluso a muchos de los
que, por herencia ideológica, deberían arañar con uñas y dientes la
tierra que cubre a sus muertos, y desamordazarlos y regresarlos... pero
prefirieron no remover, no implicarse mucho y no crear problemas a los
viejos poderes vestidos de democracia para la ocasión. Y pasaron veinte
años, y veinte más... y así estamos. Con Pazo, himno, cunetas, calles
franquistas, memoriales a medias y de recuperar patrimonio ni hablamos.
Mucho ruido, mucho miedo y pocas nueces. Gracias a los que, a pesar del
ruido, del miedo y de las nueces, siguen luchando y no desfallecen. A
esos alcaldes y alcaldesas que homenajean a sus republicanos sin
complejos, a las asociaciones y a los investigadores. Gracias a todos, y
adelante siempre.
©Marisa Peña, Enredando memoria
+ Marisa Peña · 2/4/2019
Cuarenta
años de silencio impuesto, cuarenta más de silencio programado y
"libertad sin ira que si no la hay ya la habrá", dan un total de ochenta
años. Así que si ahora hablamos los nietos por todo lo callado unos
cuantos años más mientras nos dejen, os aguantáis y punto.
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