Para mí la poesía es, entre otras muchas cosas,
conocimiento, conciencia, consciencia, compromiso. Nada de lo humano me
es ajeno, formo parte del mundo y el mundo forma parte de mí. Estoy, soy
y opino. Me desgarro, me exalto, me angustio, me incomodo. Mi única
ambición es dejar mi palabra como quien deja un rastro que lleva a sus
dominios, a la piel que habita, al alma que lo aloja. Desde mi intimidad
me asomo al dolor ajeno y lo hago mío porque, como
ya dije más arriba, "nada de lo humano me es ajeno". Escribo para
saberme, para comprenderme, para existir y para resistir. No pretendo
renovar el panorama poético, ni abrir un nuevo camino de estéticas
imposibles. No me mueve la hermenéutica, ni el idealismo estético, ni el
hegueliano, ni el criticismo, ni el constructivismo, ni ninguna otra
perspectiva crítica de la estilística literaria (y no por ignorancia u
omisión, sino por puro desinterés y por posicionamiento ético y
estético). Me gusta la poesía que me deja un regusto incierto en el alma,
que me conmueve y me remueve, que me hace pensar más allá de mis
límites. Así que, partiendo de esa máxima personal, escribo para todos y
para nadie y, si algo sé con certeza absoluta y cada vez con más
convencimiento, es que no me vendo por un asiento en el Parnaso, ni me
interesan las ferias de las vanidades. Allá cada cual, yo sé cuál es mi
sitio, dónde soy bienvenida y con quién me gusta caminar.
©Marisa Peña, Nos queda la palabra.
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