Ayer
puse aquí un artículo sobre los concursos de oratoria con una entrada
irónica. Gente que me leyó estaba a favor de la enseñanza de las artes
de la oratoria. Aclaro mi posición: Hay que enseñar a argumentar, sí. De
hecho es una de las asignaturas que estoy enseñando en la carrera
(ahora mismo preparando las clases sobre la estructura de un argumento).
Pero ha de entenderse que argumentar es un acto social en el que se
expresa nuestra dependencia de otros, no un lugar para
la competencia y el concurso. Como explica muy bien Lilian Bermejo-Luque,
argumentar es invitar a que la otra persona o el auditorio extraiga sus
consecuencias de las razones que se aportan. La argumentación surgió
como uno de los primeros frutos del lenguaje: de la necesidad de
coordinarse y organizarse a pesar de las discrepancias y desacuerdos.
Los concursos se basan en una lógica del espectáculo: se les asigna a
los participantes al azar una posición y deben discursear sobre ella sin
importar sus convicciones. Se entiende la retórica como un juego de
competencia y mercado, como si fuese un deporte y no como un ejercicio
de cooperación en la inteligencia colectiva. Una de las cosas que más
critico de las universidades, y particularmente de la mía, es que se
dejen llevar por esta lógica de la espectacularización de la palabra que
solo sirve para degradar su función esencial que es la de resistir el
caos a través de las razones. Habla mucho de cómo se entiende hoy la
enseñanza.
+ Carlos Alcañiz En
Filmin hay un documental francés donde se observa lo que comentas: A
viva voz, 2017. "En tiempos de ruido y furia, demagogia y populismo,
bienvenida sea esta obra maestra protagonizada por un profesor y su
grupo de alumnos que participan en el mayor concurso de oratoria del
mundo". https://www.filmin.es/pelicula/a-viva-voz
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