"Mi nombre es Carmen Martín Gago, nacida en Punta Umbría ( Huelva) en 1909. Tuve una infancia feliz entre Huelva y Madrid y estudié para ser maestra de corte y confección. El 18 de julio me puse a disposición del gobierno del Frente Popular a través de mi organización sindical, la CNT. Participé activamente como miliciana de cultura en el frente de Guadarrama y más tarde pasé a la unidad de evacuación de niños a la ciudad de Alicante. Fui madrina de guerra de Manuel de la Peña, un joven republicano preso en Cádiz que más tarde sería mi marido, por petición de su hermano Ramón, al que conocí en un hospital de campaña en Alicante. Perdí, me salvé de una detención masiva gracias a un falangista que se había pasado la guerra camuflado en el hospital de sangre en el que yo ejercía al final de la guerra. Fui resistente improvisada, maestra improvisada, enfermera improvisada. Aprendí a sortear las bombas, a sortear el hambre, a sortear el sufrimiento. Fui de penal en penal a visitar a mi padre, a mis hermanos y a mi reciente marido que sólo me duró libre un año. Fui miembro de Mujeres Libres, de la CNT y del Socorro Rojo en la clandestinidad. Sufrí una paliza estando embarazada de mi segundo hijo cuando la Policía política entró a registrar mi casa. Perdí a mi niño. Pero seguí adelante. Cuidè a mis padres enfermos y aunque no pude volver a mi antiguo trabajo de maestra, trabajé cosiendo en casa y preparando a jóvenes para el examen de patronistas. Las enseñaba también a leer y a escribir. Vi morir a todos los que amaba: mis padres, mi marido, mis hermanos, y seguí adelante. Me lo arrebataron todo, menos mis firmes convicciones, mi amor por la cultura y la memoria que deposité en mi nieta. Cuéntalo todo, fueron mis últimas palabras, y así lo ha hecho. Con ella voy, su corazón me lleva. No pudieron callarme. Y mi voz, a través de sus escritos, vuela libre, por fin..."
©Marisa Peña, Mi bella miliciana.
Si pudiera conocer con certeza el nombre de los que asesinaron a mi bisabuelo Manuel, de los que torturaron a mi abuelo, de los que se quedaron con la casa de Larache, la de Martos y la peluquería de mi abuelo, de los que arrastraron a mi abuela embarazada por los pelos haciéndole perder el niño que esperaba, de los que le quitaron a mi bisabuelo Atilano su empleo en el Banco Central y lo encerraron en Porlier, o el de los falangistas que violaron y raparon a la abuela Feli ( la bisabuela paterna de mis hijos) me gustaría hacerlo público, me gustaría que se supiera y que sus nombres y su infamia no se borraran en la historia. Y no por venganza, ni por revancha, sino por justicia, que no deja de ser necesaria por muchas décadas que pasen. Todo el daño que hacemos nos persigue, por mucho que estuviera permitido y bendecido por las leyes de la dictadura o por las costumbres de la época. El dolor no prescribe y los que lo causaron merecen que se sepa quiénes fueron, porque eso también forma parte del proceso del duelo, del cierre de heridas y de la justicia universal.
©Marisa Peña.
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